martes, marzo 17

Un rumor de olas es nuestro corazón.

Marzo/009.    Un rumor de olas es nuestro corazón.

 

 

Esta es mi casa, entra en el mundo de flor marina y piedra sembrada que levanté luchando en mi pobreza.  

Aquí nació el sonido en mi ventana, como en una creciente caracola, y luego estableció sus latitudes en mi desordenado hábitat.

Tú que vienes de áridos corredores, de tinieblas mordidas por el odio, por el salto sulfúrico del viento, aquí tienes la paz que te ofrendo; agua y espacio de mi Oceanía.

Quienes notaron primero nuestra llegada, fueron los delfines con sus agudos sentidos.

Años antes, habían existido intentos de aparición aislados en la costa, solo que esta vez, era la primera que surgidas de las calidas corrientes submarinas de mares lejanos, nos adentrábamos en grupo en las playas que rodean la isla.

De inmediato nos advirtieron los pescadores desde sus barcas, en un principio, nos confundieron con peces, no demoraron en reconocer nuestra anomalía y su reacción primera fue destruirnos o capturarnos como prueba de nuestra rareza.

Supimos huir a tiempo y refugiarnos en las profundidades oscuras y frías de las aguas.

Durante noches y días, los pescadores esperaron con sus arpones dispuestos, cansados, con hambre y sueño.

Nosotras fuimos perdiendo el miedo a los hombres y comenzamos a cantar.

Los seres humanos ignoraban que nuestros cantos eran fascinantes, y que nuestro poder hipnótico, superior al mortal golpe de sus arpones.

Uno a uno fueron rindiéndose a la armonía de nuestras voces, y desapareciendo en las profundidades devorados por los peces.

Nosotras que no probamos carne humana, nos limitamos a disponer de los peces que se reunían hambrientos alrededor de los cuerpos.

Cuando la isla estuvo  vacía de pescadores, nos aventuramos a las playas, al contacto con la tierra firme, perdimos nuestra mitad pez.

Convirtiéndonos en doncellas de cabellos oscuros como cascadas.

Al llegar a las casas de los pescadores, llamamos a sus puertas, únicamente sus mujeres quedaban en ellas, la mayoría de hombres, en su afán de capturarnos, habían muerto.

Y fuimos bien recibidas, las mujeres, en su duelo, nos admitieron como hijas sin sospechar nuestro origen marino.  

No desconfiaron al vernos comer pescado crudo por la enemistad que le tenemos al fuego.

Muchas son las características que nos diferencian de las demás mujeres: la delgadez de nuestros parpados casi transparentes, la flaccidez de nuestros movimientos, como si el aire tuviera la viscosidad del agua, la transpiración de la sal y del yodo, un rumor de olas en nuestros corazones, y la devoción por la lluvia y la música.

Profundos y etéreos cambios se originaron en el caserío, trajimos con nosotras la humedad que saturaba los muebles y muros de las casas, las algas que crecían en lugar de las rosas, el moho y los líquenes que todo lo cubren, la alteración del sonido intimo de las caracolas, que ahora suenan a viento desértico.

Las construcciones y su arquitectura que recuerdan con ambigüedad a los arrecifes de corales y madre perlas.

Los instrumentos musicales fabricados con caracolas y caparazones de tortugas.

Y a pesar de la ausencias de hombres, nunca falto el sustento en las casas, cada atardecer, regresábamos cargadas de peces.  

Con el tiempo nos cansamos de la soledad y abandonamos la isla, nos internamos en el mar, donde volvieron a crecer nuestras mitades peces.

Todo quedo desierto, las casas vacías con las puertas abiertas, las barcas a la deriva, con su madera rechinando, meciéndose indolentes y solitarias.

Hasta que la putrefacción las arrastro al fondo como cadáveres.

Los grandes continentes están todavía a salvo de nuestro poder, solo que no tardaremos en atravesar los océanos, cantando y atrayendo a los hombres ingenuos y ambiciosos hacia la muerte.

Entonces el mundo ser nuestro. Andrea Guadalupe. .

 

 

  



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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