domingo, julio 20

Jul. 014.  La sensación de estar en un horno…
Hoy descubrí que el calor con su manto, hace largos los caminos para llegar a cualquier parte, pues he pedido acelerar su paso al tiempo y recostarme a la sombra de la tarde para entrecerrar los ojos y negar a quienes desconocen el viento ardiente y al sol que ya dejo caer todo su peso sobre mis hombros, sobre la ropa que calcina y el tablero de mi pick up.
Recorro la ciudad con el hartazgo de los semáforos que marcan el alto para nadie.
La calle me habla con su rostro hecho de anuncios y sonrisas tan blancas, que me hacen pensar en el papel, y creo que hoy, podría escribir las horas más calurosas de mi vida.
Sin saber por qué, me deslizo por calles desconocidas, como queriendo ver otros rostros y no ese paisaje de casas a medio pintar.
Encuentro chiquillos persiguiéndose con la promesa de no crecer antes de tiempo.
Quiero creer que sólo por esta hora, así será y que un día, regresaremos a esa época en la que jugar, era nuestro único deber.
El sudor me recorre la espalda, el calor hace del tráfico un hervidero de latas que se atraviesan una frente a otra.
Las sardinas, dentro de las calafia, el transporte público, pegan los ojos a las ventanillas en busca de un océano más despejado.
No existe el aire en estos bulevares ardiendo, es una recta de silencio, de desesperación, tratando de recordar el sabor de un café helado.
Ahora estoy en una esquina, esperando a que cruce esa persona en silla de ruedas.
Mi cuerpo, que tiene la sensación de estar en un horno, no piensa siquiera en el contacto de otra piel, es más, le causa repulsión imaginar el olor que deja un día en este desierto, extrañando los momentos bajo la regadera.
La fuerte luz del sol, revela mi verdadero rostro, las cicatrices, las arrugas, las manchas como señales de los caminos por los que he transitado, los brazos rostizados por la inclemencia del calor.
Conducir  por las calles reventadas, hace que vea como me asemejo a ellas, soy parte de las arterias contaminadas, con las vías rápidas del sofocamiento.
Entro a las avenidas, con la esperanza de ser derretida por el bochorno del pavimento, mientras la gente se desplaza nerviosa.
Sé que al conducir con el sol sobre mi espalda, es mil veces mejor cuando me enfilo con rumbo al remanso de mi rincón existencial, lugar donde las letras me llevan a una isla invernal.
Desde Tijuana BC, frontera que es principio de mi identidad.

Andrea Guadalupe.