martes, marzo 10

Historias olvidadas.

Marzo/009.    Historias olvidadas.

 

 

Esta es la de una joven mujer, cargada de amarguras y sufrimiento, como el día que quedo huérfana o la tarde en que no tuvo para darles de comer a sus cinco hijos.

Por esto, a sus apenas 23 años, no tiene nada que celebrar en el Día internacional de la Mujer.  

Su vida ha estado llena de abusos, violencia física, y sobre todo, una enorme pobreza.

En el matrimonio, encontró, como muchas más, el escape a una realidad de abuso familiar, que tal vez se volvió más difícil al hacerse responsable de cinco hijos.

Yo tenía cinco años cuando murió mi mamá.

Falleció a los 32 años porque tomaba mucho.

Al poco tiempo siguió mi papá, tomaban mezcal.

Nos quedamos huérfanos cinco hermanos, y a veces nos íbamos con mi abuelita, o con quien nos recibiera.

Los maltratos comenzaron pronto, la falta de dinero, y cinco bocas más que alimentar se tradujeron en violencia.

Mi abuela nos golpeaba y tenía que salir a trabajar para ayudarla.

Anduvimos de aquí para allá, y eso fue muy triste.

Conocí a mi esposo, mi hermano iba a comer a casa de su mamá y ahí lo vi.

Después de 8 años que ella conociera a su esposo, las cosas han cambiado poco.

La joven madre gano un techo, y la comida de todos los días, con un matrimonio que se puntualizó a los 8 días de conocerse.  

Ahora me arrepiento, solo que a la vez creo que fue lo mejor, al menos ahora tengo que comer, antes ni eso.

En la comunidad de indígenas donde se encuentra, ser una madre joven es normal, aquí se casan desde los 13 años, por eso a sus 23, tiene 5 hijos.

Yo hubiera querido ser maestra, no se pudo, apenas estudie unos años en la primaria, y ya no pude porque no había dinero.

Su sueño es que sus hijos, sean gente de bien, que estudien.

Nosotros no tenemos dinero, mi esposo trabaja en el campo y me da cien pesos diarios para mantenernos, solo que no me alcanza.

Yo no sé si algo se festeje ahora, yo festejo cuando hay dinero para la leche de los niños.

La tarde empieza a caer, regresan de vender los frutos que recogen en los huertos.

Los hombres con machete en mano y sombrero para cubrirse del sol.

Aquí, muy poco se sabe de festejos y fechas, las mujeres solo viven su tristeza y esperan un mejor mañana.  Andrea Guadalupe.

 

 

Ella y sus hijos pequeños, desde que Dios amanece, caminan por las calles en busca de un dinero que les permita continuar con vida.

Su rostro es un dibujo donde se mezclan la resignación, el sufrimiento y la angustia.

Al observarla con detenimiento, no puede ocultar una mirada de coraje y decisión.

Nací, platica en la serranía de Durango, donde crecí pastoreando ganado, trabajando en la siembra, cocinando, cuidando hermanos, lavando y planchando.

De manera ocasional, fui a la escuela, donde aprendí a leer y escribir las escasas letras y números que aun recuerdo.

En aquel presente sin futuro, cumplidos los 17 años, camine a la ciudad, en parte por el mal trato familiar, aunque principalmente, buscando tranquilizar mi realidad de explotación, marginación, extrema en la cual me mantenía a causa de ser pobre, campesina y mujer.

Ya metida entre la gente, aprendí cosas que nunca pensé que existieran, la maldad que los humanos guardan en su corazón, pensamiento y acciones.

Cuando con tal de vencer, o satisfacer ambiciones, anteponen sus bajos instintos sobre cualquiera: Despojan, hieren, discriminan.

Peregrine y rodé, pues a mi situación de pobreza, agregue carecer de familiares o cariño conocido., lo que me privo del mínimo derecho.

Por mi condición de género, descendí hasta  niveles de insulto, desaire y ultraje.

Desacreditada en el empleo, lo sindical, la religión, los dioses y el vecindario.

Seria largo de contar, solo digo que viví y trabaje en la industria maquiladora.

Jamás di un paso atrás en cuanto a rendirme y volver a trepar a la sierra cargando y aceptando la derrota, conciente siempre de que eso era mejor que estar en el monte.

Una noche cruce la frontera, por casi 10 años, trabaje en un rancho ganadero, que por cierto me tatuó la piel y el alma, otras experiencias y nuevas heridas, sin dejar de reconocer que tuve algunas satisfacciones materiales y espirituales.

De esa época son mis dos hijos, que me alientan en la batalla de la vida.  

¿Mi situación actual?

Por cuestiones conocidas se termino el trabajo en el rancho, y con eso el espacio aislado, discreto, confortable de mis mejores años.

Por mi carácter de ilegal, fui detenida y deportada aquí en Tijuana.

La esperanza no duerme y me mantiene con ánimo en el caminar de estas calles.

¿Qué pienso de todo esto?

Sumando todo el recorrido como mujer y trabajadora, estoy convencida que he vuelto a mi País, igual que como el día que me fui.

En el marco de las celebraciones por motivo del Día Internacional de la Mujer, la fama de la aristocracia burocrática se pasea en los espacios sociales y en esta ocasión exagera celebrar con eventos de dádivas  y discursos volubles.

Se encuentran estas y otro mar de historias que poco espacio tienen para ser escuchadas el resto de los días del año.

Así, albergues y calles reciben a esta y otras mujeres que llegan, pasan y se van sin que nadie, de quienes ahora aparecen en las paginas sociales, les preocupe atender, escuchar, ………………….

                                                    Andrea Guadalupe.  

 



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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