domingo, marzo 15

Con la muerte en la mano.


Marzo/009.   Con la muerte en la mano.

 

Viajar a 90 kmts/hrs., en motocicleta, no es lo mismo que hacerlo en el vehiculo de José Ángel,  mi hijo mientras el conduce.

La carretera Tijuana –Ensenada, ya no es la pantalla _ paisaje desde la comodidad del pick _up, con un cd en el reproductor.

Ahora el viento golpea mi pecho, me da de lleno en la cara, existe la posibilidad real de un derrape en la siguiente curva.

El velocímetro indica 110 kmts/hrs., mientras la tentación invita a cometer un descuido.

Solo que me siento más viva, más libre.

No estoy actuando, no estoy rompiendo lanzas, son 115 kmts/hrs.

Me he puesto en el extremo de mí, porque con ello me recupero a mí misma.

Rescato una historia, una vida que no es sino mía y como tal, la puedo reventar.

Y que no quiero hacer.

La maquina no es parte de mi cuerpo, mas sin embargo, en cada revolución del motor, se integra a mí, vibra entre mis piernas, ruge en mis manos, sacude mis emociones, estremece mi alma.  

A los 120 kmts/hrs., montada en ella, el asfalto es una visión borrosa.

La velocidad, amante urgido de infinitos celos, remueve todo pensamiento que pueda distraer.  

Borra todo lo que no sea ella misma.

Me hace sentir toda nueva, ahora no soy sino una conciencia atrapada en una piel y soportada por huesos.

Soy la cosa_sensaciones_sentimientos generados entre la curva, el cielo, los aromas que surgen del mar, y bañan la costa mezclados con el aire frío.

Soy la libertad inmensa que ha 130 kmts/hrs., podría decidir mi muerte con solo girar la muñeca de mi mano y prefiero no hacerlo.

Me siento y quiero seguir viva.

Montarla fue casi un acto curativo, un reto a los malestares emocionales que no me dejaban ser libre cuando me atraparon.

Ahora quiero aquí a los fantasmas de mi pasado, compartir con ellos en silencio.  

No saber nunca que sintieron otra cosa para decir las mismas mentiras.

Jugar a que nos pasa lo mismo, porque nos pasa.

Caminamos al lado de nuestra muerte y la ignoramos para mirar la de otras personas.

135 kmts/hrs., nos alejamos, ustedes mueren, yo no.

Les dejo morir si no les hablo o les escucho, me suicido al callar, por agredir hasta borrarles.

El silencio nos suprime, nos elimina.

Sobre una motocicleta, con la velocidad y sentimientos en crescendo.

Porque en el fondo, deseo verles, reír, caminar, redescubrir la condición de que  siempre  fuimos.

Solo que el silencio de la realidad mata los sueños.

Con la velocidad todo desaparece, coloca los afectos en su más justa dimensión.

Estas sacudidas, hacen que me sienta atenta.

No porque viva una muerte, sino porque el aire y la velocidad lavan mi alma.

Es un algo que ahora no puedo explicar.

Con la muerte en mi mano, me esfuerzo por saturar mi espíritu de amanecer, de este amanecer.

Se trata de un extraño desahogo, quizá incomodo, como el asiento de esta maquina.

145 kmts/hrs., y llegue a mi limite, pude externar lo que tejen mis pensamientos, sentir lo que vivo; corazón, pesares, razones, deseos, cuerpo.

Conciencia entera que llega al extremo de si, que estira las yemas de los dedos buscando.  

Así sea para encontrarse a si misma en rutas largas, mucho menos veloces que los 145 kmts/hrs., que me han traído hasta aquí, mientras mi cuerpo busca donde sujetarse, me tiemblan las piernas, los nervios me sacuden, sonrió frente al mar sin atreverme a caminar.

Me descubro viva, me descubro feliz.  Andrea Guadalupe.

 

 

 


                                              Andrea Guadalupe.

                

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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