martes, julio 7

Historias Urbanas.

Tijuana BC Jul /009.   Historias Urbanas.

 

 

Hacia ya varios minutos que se escuchaba el ruido de la regadera, el chorro de agua se escurría a borbotones de manera descuidada desde el cuarto del baño, sólo que, mientras levantaba los platos usados en la comida, no alcanzaba a advertirlo, se encontraba en algún lugar con sus pensamientos.

Habían sido unos días en extremo pesados, noches de no dormir, de nervios repentinos, horas de angustia por no comprender el origen de esa enfermedad.

Lo peor es que aún con las prisas encargando el trabajo pendiente o cancelando citas por las tardes, para correr a preparar la pechuga de pollo dorada al sartén, nada parece detener el avance de lo peor.

La salud de su pareja iba en disminución, había bajado de peso muy rápidamente, en las dos ultimas semanas, sus sudores nocturnos le hacían dejar las sabanas empapadas de su lado en la cama.

No respondía a los medicamentos, hablaba casi con susurros imperceptibles atorados en su garganta.

No quería comer otra cosa que no fuera una rebanada de filete de pollo sin sal, o quizá un poco de arroz blanco.

Por eso le servia gelatina para desayunar por las mañanas antes de irse al trabajo y volver antes de las dos de la tarde para poner al fuego el delgado pedazo de carne blanca y preparar media taza de arroz cocido para la cena que no siempre se llegaba a comer.

Así que ese medio día, era ya el hartazgo.

Sobre la cubierta de la mesa, descansaban algunas recetas medicas, allá los comprobantes de las compras de la fa4rmacia, frascos y frascos de pastillas, más allá los resultados recientes e incomprensibles del ecosonograma, las tiras de tabletas, jarabes y hasta preparados a base de hierbas silvestres recomendadas por alguien.

El último de los especialistas a quienes habían acudido, sugería ahora otro examen de sangre, desaprobando el anterior en una secuencia de nunca acabar. 

Nadie daba ya no con el origen o el nombre de la enfermedad, sino con la forma de tratarlo, y erradicarlo, si eso fuera posible.

Ya no importaba la forma del contagio, sino más bien determinar su naturaleza a fin de combatirla.

Frente al peso de las responsabilidades que cargaba sobre sus hombros, en un instante de iluminación, volvió a la realidad.

"Qué inconciencia", dijo con sentida rabia, lanzando el trapo con el que se secaba las manos al trastero.

Se dirigió hacia el cuarto de baño, avanzo de prisa hasta que llego, giro la perilla y abrió sin golpear la puerta, sin avisar, con un solo movimiento.

Al mirar a través del acrílico transparente, se dio cuenta de la gravedad física de su pareja; De pie, justo bajo el chorro de agua, vestido con su polo verde limón, con los pantalones y zapatos encharcados.

Todavía tardo en reaccionar al mirar la escena entintada de sufrimiento.

Cerro la llave del agua, atrajo a su pareja para cubrirle con una toalla, le condujo a la cama, le desnudo y metió entre cobertores.

Se dispuso a hacer de inmediato la maleta para llevarle no con sus familiares y a donde los irresponsables médicos le habían recomendado para librarse del cadáver humano, sino al hospital de especialidades en donde no existían prejuicios ante la homosexualidad.

Andrea Guadalupe.

 

 

 

 

 



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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