miércoles, agosto 10

L. G B. T...extraños compañeros de viaje

L. G B. T...extraños compañeros de viaje

Desde que las conocí me ha extrañado ver estas iniciales juntas;L, G B. T tres de ellas tienen un sentido relacionado pues se refieren a distintas opciones sexuales, la cuarta es otra cosa. 
En realidad se podría considerar que son extraños compañeros de viaje; no tienen las mismas inquietudes, ni los mismos problemas, ni mucho menos las mismas necesidades como grupos.

Naturalmente, cualquier individuo perteneciente a T puede a su vez pertenecer a L,G, o B.
Solo que...no creo que sea una buena idea mezclar ambas cosas. 
Son cosas totalmente distintas.

En los años 60 y buena parte de los 70, el movimiento Gay se desarrolló oculto. 
La desdichada Ley de Disoluto Social impedía cualquier reclamación formal, y debíamos limitarnos a acciones aisladas de protesta, o de defensa ante agresiones de las autoridades o de algunos grupos.

El hecho de ser perseguid@s individualmente más que como colectivo, propició una técnica de autodefensa; mimetizarse para pasar desapercibidos. 
Eso nos permitió desarrollar la vida ocultando nuestra identidad de género, asimilando la actividad social del medio, y manifestándonos en la intimidad de guetos generalmente desconocidos para el ciudadano común.

El acceso al mundo laboral era sencillo siempre que fuéramos discretos en cuanto a nuestra diferencia. Aunque en ciertos sectores no fue un impedimento demostrarla, la mayoría la ocultaban. 
Al ir adquiriendo un estatus económico suficiente, la colaboración en acciones de protesta podía ser un inconveniente. 
No podíamos correr el riesgo de que una acción de esas nos descubriera, pues se nos cerrarían las puertas que ahora nos permitían una vida.

Eso se conoció como "El closet".

La llegada de la apertura social hizo que cambiaran los modos, y la persecución fue desapareciendo. Aquellos locales de los que nadie sabía nada, ahora abrían sus puertas libremente. 
Much@s seguíamos ocultando nuestra condición, otr@s, menos discret@s, empezamos a alzar la voz más fuerte que antes, con la complicidad de los partidos políticos de izquierdas, que veían en ese naciente movimiento una ocasión de demostrar su modernidad apoyando las primeras reclamaciones reales.

Se incluyeron elementos anti-discriminatorios en la Constitución y en otras leyes; se suprimió el delito de disoluto social que tanto persiguió a los homosexuales, se atendieron peticiones y se extendió la idea de la normalidad. 
Comenzamos a dejar de ocultarnos con la tranquilidad que nos daba que no tendríamos consecuencias en el empleo, pues cualquier forma de discriminación estaría mal vista, y castigada por la Ley.

Los primeros juicios que se ganaron en ese sentido bastaron para que los empresarios comprendiesen primero que no podían despedir a alguien por el hecho de ser gay; después que tampoco lo podían hacer aún cuando el motivo fuese otro, pues bastaría que el despedido mencionase la discriminación por ser homosexual para ganar el correspondiente juicio; y por último acabaron por no preocuparse de la orientación sexual .
Por lo que a nosotras las Trans se refiere, los ochenta significaron la época de la explosión al exterior. El hecho de poder mostrarnos abiertamente parecía colmar las aspiraciones de muchas, sobre todo porque al dedicarse la mayoría a la prostitución, esto beneficiaba y permitía ganar dinero.

No existían colectivos organizados, y el acceso a los de signo homosexual estaba totalmente cerrado. Así que las reclamaciones de entonces solían limitarse a pedir calles en las que trabajar libremente, canalizadas a través de manifestaciones escandalosas, que alejaban más aún del cómodo status gay. 
Se abrían las puertas en ocasiones festivas, en locales en las primeras celebraciones del Orgullo Gay; se cerraban para cualquier otra cosa.

En los 90 empezaron a aparecer otro tipo de trans. 
No hacían la calle; habían accedido a una educación más elevada de lo habitual, o incluso su transexualidad se había manifestado en público una vez desarrollada una posición social y laboral que, en algunos casos, podían mantener. 
Eso significó un cambio radical en el sentido en que canalizar las pretensiones y en la propia esencia..

Ya no se utilizaban las manifestaciones, los gritos y la provocación, sino que se elaboraban escritos, se establecían contactos serios con la Administración y se formaban las primeras organizaciones. 
Ya no se pedía una calle en la que trabajar, sino una normalización legal que permitiese el acceso al mercado laboral. 
Ya no se pedían preservativos gratis, sino la inclusión en la Seguridad Social de las necesidades psico-medicas de l@s trans.

Algo había cambiado.

El hecho de que las reclamaciones fuesen legítimas, estuvieran bien razonadas, se presentaran racionalmente y se exigieran con tranquilidad solo que con firmeza, debió haberlas hecho necesarias a ojos del ciudadano medio, que veía a las trans como a personas que sufrían doblemente. 
Primero por la propia incomprensión de su propia situación y luego por la de la Sociedad que nos marginaba y desterraba a la prostitución o a ocupaciones secundarios.

Era tan obvio que había que remediar esta situación, que los colectivos gay sintieron que eso significaría olvidar sus peticiones, que eran mucho menos urgentes e infinitamente más superficiales comparadas con las del colectivo trans.

Recibieron con los brazos abiertos a las nuevas organizaciones; les mostraron su apoyo y les ofrecieron la integración en las suyas, mucho más grandes y mejor dotadas, desde donde podrían canalizar sus exigencias y protestas con mucha más facilidad, y con la ventaja que da una mayor fuerza surgida de esa unión.

Los nuevos colectivos, que contaban con menos experiencia de asociación, más entusiasmo que recursos y poca voz en los distintos centros de decisión, vieron en esta mano tendida una oportunidad de que sus demandas fuesen escuchadas y atendidas. 
Se mostraban distintos ejemplos de lo que la lucha homosexual había conseguido en poco tiempo gracias a esas mismas organizaciones que ahora nos abrían sus puertas, y se nos tentaba con simbólicos bocados de poder a través de cargos con más título que contenido real, y del acceso a unos recursos que antes no existían.

Y se produjo la peculiar unión "anti-natura". 
Al principio todo parecía bien, se producían reuniones que eran convocadas fácilmente, se presentaban escritos a los partidos políticos que mostraban su disposición a estudiar detenidamente un tema tan importante, se sucedían las ponencias y exposiciones en el marco de congresos, se daban charlas a colectivos y además se cobraba por explicar el hecho trans.

Se estaba viviendo un romance tan sorprendente como maravilloso, que no hacía otra cosa en realidad que derretir la intensidad de las demandas, que ahora debían dosificarse para coexistir con las del propio grupo raíz, ya que todas eran importantes, y no debía insistirse demasiado, para mantener la actitud de la Administración. 
Eso sí, se repetía la necesidad de la unión como única vía posible hacia el éxito.

Y en esas estamos, la verdad es que no se ha avanzado nada, los logros son más testimoniales que tangibles. 
Además el hecho en sí ha propiciado que el mensaje que mostraba la imagen del colectivo trans como desfavorecido y necesitado haya perdido fuerza, y ya no parezca tan urgente solucionar nuestra situación, o al menos no se lo parezca a la opinión pública, que ha pasado de casi comprender la necesidad de una asistencia psico-médica, a considerarlo casi una vanidad más.

No cabe la menor duda de que las dos demandas fundamentales de nosotras l@s trans son mucho más básicas y legítimas que las que ahora parecen centrar la atención de los gay.

Tanto la inclusión en la Seguridad Social de los tratamientos hormonales y psicológicos, así como la re asignación y sus complementos, como la resolución del tema legal en el Registro Civil; se pueden considerar de primera necesidad para poder acceder a una vida digna, para una posible inserción laboral.
El gobierno se resiste, tendrá que hacerlo, la reclamación homosexual actual es el matrimonio, que es coherente y deseable, nunca comparable pues nadie la entendería como vital.

Cualquiera comprendería que si un navegante solitario que está dando la vuelta al mundo en un barco equipado, puede que sin lujos sólo que en él,la subsistencia esté garantizada, se encontrara con un náufrago a la deriva, que lleva meses sin comer más que las algas que flotan muertas a su alrededor, al embarcarlo sería justo que le ofreciese su dosis diaria. 
Su caso es más grave y él, al fin y al cabo, no se ve en la misma situación.

Una vez solucionada su debilidad, podrán repartir los recursos; incluso graduarlos si son escasos, sólo que antes de eso es vital que el náufrago salve la vida. 
Si ese ejemplo es tan evidente, no comprendo como no se percibe que el colectivo trans es el náufrago, y que nuestros compañeros de viaje deberían inclinarse en su examen por encima de todo. 
No es aplazar la conquista de esas exigencias mínimas comparándolas con ninguna otra (por importante que sea).

Desde esta perspectiva, al colectivo gay no le interesa un protagonismo trans que vuelva a poner de manifiesto su situación de absoluta desigualdad social, y la vergüenza que representaría atender otro tipo de frivolidades antes que cubrir las carencias más básicos. 
Las demandas trans son tan urgentes y su falta causa tanto daño, que una campaña para exigirlas tiene grandes posibilidades de éxito.

Mientras las Asociaciones gay piensen que eso sería a costa de las suyas propias, no dejarán que esas demandas sean presentadas debidamente; por eso, el hecho de albergar en su seno a las organizaciones trans, les garantiza seguir apropiando el control mediante el retraso indefinido en la formalización de cualquier iniciativa.

El resultado es que las pretensiones se convierten en crónicas y el propio colectivo acaba por acostumbrarse a que así sea.

En los últimos años, los logros del colectivo trans, a escala nacional, se cifran en haber sido recibidos por algún representante político que lo hace de oficio (diputados que forman parte de comisiones), o por puro electoralismo (antes de unas elecciones todos los partidos se apuntan a lo que se mueva con tal de captar votos). 
No es la primera vez que sucede, pero después de las promesas, los hechos nunca aparecen.

En realidad ha habido muchos más avances debidos a luchas individuales que a una labor colectiva, organizada y reglamentada. 
Este hecho puede parecer sorprendente si damos por buena la máxima de que “la unión hace la fuerza”, pues aparentemente el esfuerzo incorporado debería obtener más frutos que las acciones aisladas debidas a iniciativas privadas.
 No ha sido así, y la verificación de este hecho pone serias dudas sobre los métodos empleados por las distintas asociaciones.

Y no se puede perder el espíritu de lucha que nos caracteriza a las trans en nuestra vida diaria, pues se ha demostrado que supone atrasos en lugar de avances. 
La batalla debe librarse sin aliados; sólo uniendo fuerzas en torno a una opción independiente, en la que los objetivos no deban compartirse con quienes no tienen las mismas necesidades, ni las mismas inquietudes.

Una opción desprovista de los dos elementos que más han lastrado el asociacionismo en nuestro país; el hiper formalismo que da demasiadas vueltas a cada tema para, rizando el rizo, pretender revisar hasta los signos de puntuación de los textos en una inacabable serie de grupos de trabajo, comisiones, escritos previos y demás, que no hace sino retrasar exageradamente las acciones; y el exceso de protagonismo que parece ser sustancial en nosotras las trans por lo divulgado que parecemos estar a lo largo de los años, escapando el sentido real del espíritu de sacrificio exigible a los gestores de cualquier comunidad de intereses, máxime cuando somos minoría y estamos discriminadas, y el estado de necesidad hacia las soluciones alcanza tintes casi dramáticos.

El día que eso se consiga, se habrá iniciado el verdadero camino hacia la obtención de los objetivos del colectivo trans. 
Cada día que pase sin tender hacia ello sólo servirá para crear desencanto, desanimar a quien aún tiene fuerzas y mantenernos en el ínfimo puesto que nos otorga la escala social.
Andrea Guadalupe. 




                          

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