miércoles, agosto 17

Ritual.

Ritual.

La mujer cansada tira su abrigo sobre la cama deshecha, lanza sus zapatos estropeados en la alfombra descolorida, enciende un cigarro y se tumba.

Los anillos del humo de su cigarrillo flotan por la habitación y de forma escalonada se pegan al techo que forma un cielo raso de telarañas y humaredas formando un manto de laberintos y desconciertos.
Abruman por el humo agrio y pesado las memorias amargas del pasado aun presente, los proyectos futuros que se estancan en el adormecido presente.
 Tocan las siete de la tarde en el cuarto oscuro y la mujer, con gran dificultad, se levanta, apaga su cigarrillo y se dirige hacia la cafetera. 
Mientras hierve el agua se quita una a una las ropas que lleva. 
Desparramados por el suelo, de color dudoso, el vestido, el fondo, las medias se entremezclan en un duelo silencioso.
 La mujer se sirve el café, como cada noche. 
Se seduce con cada sorbo, intentando olvidar las duras horas que vive todos los días. 
Con viento, frió, calor, lluvia, la  tarea le espera. 
El respiro no existe para ella. 
Nadie podría imaginarse lo cruel que es su vida. 
Miles de horas trabajando para sobrevivir, sin seguro, sin amparo.

A las 20 horas, pone las noticias. 
El locutor, como todos los días relata los robos ocurridos, los accidentes de tráfico, las rutinas sociales de una gran ciudad, ritual de la sociedad.

La mujer como cada día suspira amargamente. 
Vendería su alma al diablo para vivir en otra colonia, pasear, ir a  comprar en Sear’s.
La vida sólo le permite incrustarse en los reflejos y sombras de un mundo que anhela.

Cansada se tumba sobre la cama desbaratada y poco a poco desliza su mano hacia su bolso de plástico para extraer las ganancias del día: unas medias, una gargantilla, una pulsera.
Todo de Sears.

                                                Andrea Guadalupe.

                  

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