jueves, mayo 28

Un éxodo por el ocaso.

Tijuana BC May/009.    Un éxodo por el ocaso.

 

 

Sería lindo organizar un éxodo por cada surco del rostro, por cada arruga, por cada cicatriz.

Encontrar el eco de los recuerdos, revivir aquello que nos hizo reír o llorar.

Cuál fue el disgusto que inició la línea de expresión, a qué palabras dulces debemos esa marca de sonrisa que quedó formada en el final, o inicio de los labios.  

Por qué o por quién entornamos los ojos, qué sorpresa nos obligó a arquear las cejas de ese modo.
Cuándo perdieron nuestros ojos su brillo o por qué volvieron a brillar alegres como el fuego en invierno.

Qué mirada atenta descubrió la primera cana, la antecesora.

Qué mediodía al sol provocó esa mancha, qué frío nos quitó los colores.
Meternos en nuestra imagen sin miedo y sin prejuicios, leerla como un libro, retardarnos en los recuerdos.

Asumir lo que somos, lo que hemos aprendido de la vida.
Es la huella del tiempo lo que queda en el rostro.

Cada año, cada estación, cada mes con sus días, sus horas y minutos, lo han ido labrando.

Es lo que vemos en el espejo: lo que nos ha regalado su paso.

En la madurez, todos tenemos la cara que nos merecemos, dicen.
Y cuando del libro de la vida hayamos pasado la última página escrita, nos queda decidir qué haremos con las hojas en blanco; elegir qué podemos aprender todavía.




Ella de momento se quedó satisfecha.

No estuvo mal su vida, aprendió de lo malo, disfrutó de lo bueno, no guardaba pesados lamentos por lo que quedó atrás.

Tampoco se entristeció por lo no vivido: eligió despacio su camino, supo lo que perdía, no hubo resentimientos.
Le quedaban, a estas alturas, pocos deseos reales por cumplir.

Cuando necesitaba compañía, sólo tenía que llamar o escribir a sus amistades

Cuando quería darla, sabía siempre dónde iba a ser bien recibida.

Huía sin amarguras del frío intenso del invierno y del calor excesivo del verano.

No le faltaba nada vital.

Continuó de momento con su vida inalterable, sin pensar en el libro.

Y sin embargo, las páginas en blanco empezaron a colarse de vez en cuando en su memoria.

Tan sólo por unos segundos, al principio, y luego más y más…

Hasta que una tarde se acercó al espejo y las buscó: seguían en blanco, nada nuevo había en ellas desde entonces.

No era mujer de dejar cosas sin solucionar: Se preparó un té humeante, y salió a su jardín a tomárselo mientras contemplaba el crepúsculo.

Sabía que tenía que buscar la forma de encontrar un buen final para su historia. "¿Qué es lo más hermoso que la vida me ha enseñado?" "¿Qué es lo que merecería la pena disfrutar de nuevo, sacarle aún más jugo, dejar como lápida?"

El sol se ocultaba en el horizonte del mar, las sombras se apoderaban poco a poco del paisaje.

La mujer, aún hermosa en su ocaso, se levantó y hundió sus brazos en el rosal, tomando con las manos una rosa………………

Luego se frotó con ellas el escote, el cuello, la nuca.

Sintió el perfume invadirla con los ojos cerrados, y sonrió.

La sombra de una nueva arruga se dibujó leve, casi imperceptible, en su rostro.

Andrea Guadalupe.



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 



 




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