sábado, mayo 30

Historias de soledades compartidas.

Tijuana BC May/009.   Historias de soledades compartidas.

 

Cuando faltan las palabras, cuando sobra el silencio, cuando a solas estoy relegada o cuando a solas me encuentro, de ese encuentro conmigo, surgen estas narraciones, compañeros de viaje, que quizá sólo tú entiendas, que quizá sólo a ti pertenezcan, que quizá sólo tú leas cuando sin compañía te acompañes.
Acostumbro caminar mucho, aunque hay viajes que me llevan a mí misma.

Son esas experiencias en las que, apoyada en lo externo, recorro rutas interiores, caminos indescifrables, bordes insospechados.
Puede que sea uno de los viajes más hechicero, más cercano y menos conocido.

Quizá los paisajes calmados u ondulantes..., sean una buena excusa para recorrer algún camino interior.
Soy una suma de contradicciones; alguien en evolución que ama la vida.

Un ser igual y diferente a otros, una más, ni más ni menos...

La comunicación requiere un esfuerzo, quien lo hace incrementa su estilo, gana en coloraciones, es capaz de pintar sus palabras con una escala de sensaciones cada vez más enriquecido.

Quiero hacerlo porque quiero mejorar mi estilo de comunicación.

Quiero conseguir que me veas como yo me veo, reducir esa distancia.

A comunicar se va aprendiendo, pues este es un viaje que no termina nunca.

Sé que puedo mejorar cada día un poco más.

Caminar en la comunicación es estar en el viaje de comunicarse: un ejercicio que mejora la salud emocional.

Este viaje de la comunicación tiene algo muy particular: la meta está en el propio camino.

Es un viaje sinfín; Sólo que no puedo olvidar que también tengo que aprender a recostarme en los rincones del camino y a dejar que la vista se me llene de paisaje, recapacitándolo, empapándome de mi y de lo otro.

Y en este tiempo he aprendido algo: no estoy sola en este camino; mucha gente está viajando en mi tiempo, al mismo tiempo que yo, conmigo y sin mí.

¡Nos hemos cruzado tantas veces!

Y en este tiempo he interactuado con muchos.

Mis narraciones son sólo una recolección de avances.

Estoy serena, mi viaje es una carrera de fondo, una maratón al fondo de mí misma pasando por la vida de con quienes camino y de con quienes me encuentro.

 

.

 

Abrirás los ojos una mañana cegada por el sol que entrará por tu ventana.

Estarás sediento y aturdido.

Notarás el vacío de tu cama y, casi sin vestirte, con las sábanas aún pegadas, saldrás corriendo tras de mí.

Mirarás a ambos lados de tu calle, solo que no sabrás que dirección he tomado.

Porque el tiempo ya habrá borrado mis pasos.

 

 

Quería levantarse sin sentir que el mundo podía seguir avanzando sin contar con su existencia.  

Lo anhelaba con el alma solo que nunca  despertaba sin que ese oscuro pensamiento le invadiera.

Ponía los pies en sus sandalias colocadas perfectamente paralelas entre sí y perpendiculares a la cama.

Un baño rápido, hay que ahorrar agua, decía, un desayuno equilibrado, fruta, cereales con mucha fibra, leche descremada, y caminar al trabajo, ejercicio moderado se coreaba mentalmente. .

Saluda amablemente a sus compañeros, que le estiman sólo que no le quieren.

Se incorpora al trabajo  y cumple con su tarea.

Nunca se pelea, nunca es origen de chismes, nunca da problemas.

Tampoco tiene mucha relación con nadie, no más allá de las frases de cordialidad.

Algún comentario mientras toma el almuerzo y punto.

Después del trabajo, vuelta a casa, pasa por el supermercado, compra verduras, pescado, leche, pan integral.  

Tres días a la semana va a inglés, piensa que los idiomas no se pueden abandonar o se pierden. Los otros tres días que le quedan, va al gimnasio.

Por la noche, cena ligera, como dogma acepta que no es bueno irse a la cama con el estómago lleno.

 No es fanático de la televisión, tal vez algún reportaje o una película.

 Normalmente, lee algún libro y se va a dormir temprano, que hay que madrugar.

Se despide de la vida, le acompaña la soledad.

 

 

Recuerdo que era de noche y llovía.

Era una de esas tormentas que llegan sin previo aviso.

Como máximo, tienen un trueno o dos, no sé si hacía calor o era el corazón que me ardía.

El agua, abundante, caía pesada, golpeando el suelo sin clemencia, nos empapaba la ropa, el cabello, la mirada.

Tú corrías como un metro o metro y medio delante de mí.

Yo no podía parar de reírme. ¿Para qué correr ya?

Estaba totalmente empapada y las ropas pesaban por el agua.

Te volteaste  y reíste al verme reír.

Me diste un beso.

De esos que cuando los ves en las películas te mueres de envidia.

Alguien nos miró en ese momento y se moría de envidia, segura.

Llegamos a casa, me quité la ropa, me sequé el pelo con la toalla.

Nos metimos a la cama, ya no recuerdo si dormimos o hicimos el amor.

O ambas cosas, una detrás de la otra, por supuesto, no las dos a la vez.

 

 

Los edificios, enmarcados por la luz del atardecer como amante tirada en la cama, se decoraban con luces, velitas de un pastel de cumpleaños.

Quiero soplarlas y apagarlas.

Niños, carritos, parejas.

Un perro me ladra.

Oscuridad anaranjada.

Y aunque quiero sentarme a descansar en la punta del malecón,  estoy sola.

Así que me siento en el sitio más alejado de la orilla que encuentro.

Como si estuviese resistiendo la tentación de nadar las aguas del mar.

Me siento y me arrepiento de no haber traído papel y lápiz.

Habría escrito cartas que jamás enviaría con frases que nunca me atreveré a decir.

Andrea Guadalupe.



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 



 




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