Enero 2014. Ya
no me regalas ni palabras…
Cada vez que te soñaba, te añadía un detalle, para ver si de
tanto soñarte conseguía borrarte y te
enredabas para siempre entre mis sábanas.
Mientras te esperaba, continuaba acunando todas las noches
los lápices olvidados, los días que enturbiaron los recuerdos, nuestras
primeras veces, el miedo a envejecer, el temor a vivir.
Ahora confieso que me equivoqué al pensar en el dolor de tu
pérdida, porque, una no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde, aunque no por
la falta, sino, porque una no lo siente palpitar dentro, navegar, perderse,
anclarse y luego desgarrarse poco a poco, desapareciendo en el tiempo y
llevándose trozos de una, con cada nueva marea.
Esa mañana, me
besaste por última vez antes de marcharte, mientras apartabas con enojo los
restos de las historias de aquella anoche.
No cabemos en esta cama, fueron tus palabras.
Nuevamente, nos hemos encontrado tropezando por la vida sin
rozarnos ni vernos, y nuestra piel no se ha erizado, no se ha estremecido ni
temblado, y nuevamente has desviado la mirada.
Como un paso a desnivel apenas señalizado, donde de nuevo,
la maquinaria pesada desbordada de aburrimiento, arrasa cualquier punto de
encuentro.
¿Será la indiferencia? Me digo…. no como antes, cuando buscabas
mi mirada sobre la tuya en el espejo, y yo me volvía a despeinar, fingiendo una
rebeldía en los cabellos que jamás tuve, para arreglarme de nuevo y seguir disfrutando
de tus ojos, de tu atención sin prisa.
Te sentía en mi cabeza, en mis manos, en mis miedos y deseos
y arropaba el pánico de hacer algo indecoroso, de desnudarme incluso, porque yo
era coqueta, no exhibicionista.
Siempre cuidadosa de no mostrarme tal cual era: llena de
rincones y lugares obscuros que te invitaran al destierro.
Cuando todo eran bocetos de sueños, cuando no importaba la
suciedad en la cocina, ni debajo de la cama, sino tan sólo protegernos de la
mugre en la mirada.
Ya no me regalas ni palabras.
¿Cuándo dejaste de verme para mirar a otras?
No sé cuándo comenzaste a mirar a otras, quizás cuando me relajé
y descuidé mi conquista, y dejé de sorprenderte… Ya apenas aprovechabas para
rozarme y confundir nuestros sueños mientras dormíamos, o tal fuera porque no
soñamos el mismo anhelo.
¿Qué te pasa?, me reclamabas, y el temblor no me permitía
articular palabra alguna.
Y mientras la costra enraizaba en tus ojos, una corteza
engrosaba mi habla, con la boca pastosa de tanta distancia.
¿Qué te pasa?, me preguntabas siempre desde la ausencia.
Y ya no me queda grito, susurro o palabra que escupir, por
eso me han entrado ganas de desafiarte de nuevo y vestirme para la guerra.
Y he buscado tus ojos para contártelo, sólo que, te he
encontrado inmóvil sobre la moldura desgastada de otros tiempos.
Lentamente, me he desecho del rímel, del labial, y los
matices del maquillaje.
Me he quitado las zapatillas de tacones, las medias, y por
un instante, he sentido el mareo que ocasiona, levantarme después de una caída,
y he pensado, esa pared va necesitando pintura.
Desde Tijuana BC, lugar donde, ya jamás podré amarte, ni
odiarte, ni extrañarte, ni volverte a amar y odiar, ocupada como estoy en hacer
llevadera la pérdida de todo amor, odio, extrañeza o anhelo, porque ya no me
regalas ni palabras.
Andrea Guadalupe.
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