Enero 2014. Los
sueños no cumplidos…
Cuando él, en su infancia, sin saber por qué, miraba encantada
las uñas pintadas de las jóvenes, sentía la seguridad de que una vez que
pudiera pintar las suyas, la vida también la vería con más matices.
Estas, llegaron con miedos mezcladas con una íntima alegría a
la par, que el discreto maquillaje.
Se sintió plena frente al espejo aunque
defraudada al comprobar que todo su entorno parecía no deslumbrarse por su
reciente belleza.
Los tacones aún le quedaban muy lejos y así voló hacia una
nueva espera.
Poco después, se dijo que sentiría la misma felicidad colmada
al usar su primer sostén.
Confiesa en
susurros que ni aún entonces se sintió satisfecha.
Por aquellos días comenzó a sospechar que la totalidad nunca
llegaba para quedarse, aunque, continuó poniéndola a prueba.
Me mira desde el cansancio y la paciencia, con ausencia de
prisas y tiranías.
Y se engancha las manos a los brazos de la silla para que
dejen de temblar.
Yo, intento mirar al frente y vaciar la mirada, las
confidencias aún me producen una ansiedad que no sé identificar.
Así que la escucho en silencio para que a las dos esos
minutos se nos hagan más breves.
Llegó un momento en que los muros y la seguridad de un closet,
tampoco fue suficiente.
Quiso volar, la vida como la mujer que sentía ser, y con pareja,
siempre sería mejor, razonaba, sólo que, un amor sin amor, sabe a poco futuro y
demasiado presente.
Entonces, deseó en silencio vestirse de blanco, fue su nueva
espera mientras se hormonaba.
Entonces sí que agarraría a la felicidad por la cintura.
Entonces sí que estaría a la altura de cualquier adversidad
que le deparara la vida.
Creo que todas somos un poco soñadoras de vez en cuando.
Tod@s, en algún momento, depositamos nuestras esperanzas en
un instante venidero, colmado de promesas imposibles que nunca terminan de
cuajar, volviendo a licuar nuestras expectativas en cuanto añadimos ese otro
ingrediente que nos falta para no sentir el vacío.
Ese amor que nos haga volar sintiendo el aleteo de mariposas
en el vientre, esa promesa de amor eterno, esa espera sin espera.
Ese caminar sin disfrutar de los laberintos del sendero; sin
detenernos, obsesionad@s como estamos por llegar a la realización final.
Sucumbimos a la meta que nos hemos fijado y que han constituido
nuestros sueños, o los sueños impuestos por la sociedad.
Una meta que nos ofrece la recompensa de poder hacer
coincidir la mente y cuerpo con el género con el cual nos identificamos y que
con suerte, algún día seremos aceptad@s, porque la primera recompensa no era otra sino el
rechazo familiar, social y laboral, que es el común denominador de la comunidad
Trans.
Me pregunto en qué manual están escritas los prejuicios y
frustraciones, a los que debemos someternos a costa de nuestros sueños y de la
propia personalidad.
¿En qué momento nos hacen firmar ese contrato lleno de
cláusulas improcedentes el cual indica que debemos: ser jóvenes, bellas,
atractivas, femeninas, deseables, estar siempre dispuestas a servir de juguetes
sexuales?
¿En qué momento hicimos nuestras las expectativas que la
mayoría asume como símbolo de nuestras características?
Y luego resulta que está todo vacío, todo es pura ausencia.
¿Y tú? Me preguntas sin curiosidad, sin esperar respuesta.
Suena la pequeña campana de la consulta y se levanta
mirándome de reojo.
Me toca, dice, venir me alivia exclama mientras se marcha
arrastrando sus sandalias, el maquillaje
de antaño, los pechos ahora arrugados, los sueños no cumplidos, y su vida.
Andrea Guadalupe.
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