lunes, enero 4

Mientras le torturaba

Tijuana BC Enero/ 009.  Mientras le torturaba

 

 

 

 

La tempestad protesta afuera de la casa.  

Los ocasionales destellos se filtran por las altas ventanas de la pared burlándose de la debilidad de las gotas de la tormenta que no puede más que imprimirse contra el cristal y morir frente a él, resignadas e impotentes.

Adentro reina el frío.

La breve penumbra permite observarnos unos instantes: yo de pie, tú en el suelo; mientras  la atronadora tempestad ensordece los alaridos desprendidos por tu boca.

Luego se engendra la totalidad de las sombras y el terror contiene los aullidos.

Puedo sentir el fluir de tu sangre cálida y espesa como el semen.

Odio a los mujeriegos, siempre los he odiado.

¿Sabes por qué?

Porque gozan de la oportunidad de crear el amor y lo sacrifican a favor del sexo.

Yo siempre anhelé el amor por encima de todo; el sexo nunca abarcó el arca vacía de mi felicidad, quizá porque los muros de la soledad se formaban demasiado extensos y elevados.

Furiosa conmigo misma te aplasto la entrepierna sin piedad mientras tus ojos se estremecen por el dolor.

Tu rostro se convulsiona.

 Me pareces un papel viejo, arrugado y amarillento, fácil de estrujar y de lanzar a la basura.

Para mí no eres más que eso: basura.

Los truenos enmudecen unos segundos, dejándome a solas con los aullidos de tu sufrimiento, tan ajeno y visible.

Parece que duele… sí, debe atormentar mucho que pulverice el símbolo de tu masculinidad.

No debería importarte mucho; la última mujer que dormirá entre tus brazos será la muerte.

Mujeres… ¿crees absurdo que una mujer sea la causa de este episodio de sangre y tormento?

¿Crees absurdo que el odio sea el hermano mayor del amor?

Sí, a mí también me hubiese parecido irrazonable antes de enamorarme de ti, antes de conocerte.

Ahora lo absurdo es tan usual  como los latidos del corazón.

 

Divago lentamente dibujando círculos a tu alrededor como ave de carroña  hambrienta.

Estás tirado en mitad de la áspera y fría superficie, no tienes fuerzas para moverte o pedir auxilio.

De poco te serviría…

Estoy cansada del rumor y de los parpadeos de la tormenta, harta de adivinar tu mirada dolida y tus labios rotos vestidos de penumbra.

Bajo la luz de la lámpara desnuda que cae del techo puedo observarte mejor y maravillarme aún más con la desdicha de tu destino.

Te odio.

Los celos y el rencor son como el cariño, el amor y el apego, sólo que en un formato destructivo capaz de arrasar los corazones expuestos a su furia.

Y mi corazón tiempo atrás fue arrasado por los ojos de un amor. …

Ojos… no; ¡balas! ¡Flechas de sol!

De haber nacido ciega, no me habrían arrancado el corazón.

Y tú estarías sano y salvo.

Sólo que es irreversible.

A cada cual le corresponden ciertas condiciones, sucesos y facultades.

Lo único que nos corresponde es la elección, una elección siempre sometida a nuestro propio ego.

Muy pocos son capaces de perfeccionarse así mismos, de renunciar a su personalidad y de engrandecer su alma para encontrar la felicidad, el orgullo y el encanto de quien ha cambiado para bien.

 

Yo, por ejemplo, he cambiado.

He arruinado mi existencia por tu amor, he desperdiciado tiempo, amistades, he trastornado mi comportamiento por querer lograr tu corazón.

Aunque no he cambiado para bien, sino para mal.

Lo que te estoy haciendo lo demuestra.

Una gota de fatiga me está congelando por dentro.

El esfuerzo me agota.

Comprendo que tras esta noche me consumiré en la apatía, en la indiferencia, seré una bastarda insensible con el único destino de colmar unos deseos desconocidos para sí misma, buscando una felicidad que el propio corazón no puede comprender, que desconoce, y que no obstante, lo enriquece y alivia.

Es tarde, mejor será abandonar las reflexiones sobre el porvenir que sólo abonarán mi dilema.

Mejor será acabar cuanto antes…

Tras haber encendido la luz,  puedo descubrir una silla de madera colocada contra la pared.

La agarro por el respaldo y la sitúo frente a ti sin terminar de mirarte.

Veo que intentas incorporarte.

Inútil.

Las ataduras en muñecas y tobillos te impiden maniobrar.

Sonrío.

Nunca pensé que la crueldad pudiera colmarme de bienestar y consuelo, nunca creí que el odio pudiese parecerme algo tan hermoso como el amor.

¿Quién no se ha equivocado una vez, o muchas?

¿Quién puede ser tan vanidosa y despiadada como para no pedir perdón y no admitir sus defectos, sus equivocaciones?

¿Quién?… Sólo se me ocurre un nombre…

 

Siempre fuiste tan altanero y arrogante, tan presuntuoso y testarudo.

Y sin embargo, supongo que los dioses deben ser pedantes y soberbios, pues si caminaran humildes y honrados, degeneraría su poder hasta el punto de la debilidad.

Siempre te imagine mi semidiós.

Supongo que alguna vez te lo dije, en vano.

En esta obra de teatro que es la vida, donde no somos sino marionetas ordenadas por los hilos del tiempo y de la casualidad, nunca comprendí que lográramos ser creadores de nuestro propio destino, de la senda de nuestra existencia.

Ahora lo comprendo.

Porque el control sobre la vida reside en determinar cuando queremos morir.

¿Fácil, verdad?

Y por esto me siento poderosa, como un océano cuya marea asciende exageradamente después de una sequía.

¿Y tú… cómo te sientes?

 Podría preguntártelo, aunque las pocas palabras que suspiran por tus labios no son sino gemidos y lamentos suplicantes; gemidos que me hinchan de bienestar y lamentos que ignoro como si un supremo silencio me entrevistara. .

 

Lanzo una mirada por las ventanas  asegurándome de que la tormenta continúa aun cuando se han apagado sus truenos.

Disfruto del sonido rítmico y armónico que se estremece en mi alma como la caricia de un amante durante una noche apasionada; de la lluvia al sacudir el cristal de las ventanas como un timbal ajeno a la orquesta que alegra una música más sublime que la del grupo; disfruto del sabor siniestro que se derrama en mis labios cada vez que sorbo el aire de la atmósfera como el aliento de un café caliente en una gélida noche de invierno; disfruto de la visión sádica de tu cuerpo indefenso arropado en sangre y piel desgarrada.

Repaso tus labios, chicos como una perla, que pese a su pequeñez, resplandecen.

Y más feliz me siento, y más al recordar las noches que me mantuve entre tus brazos, bebiendo de tu piel.

Mas el recuerdo… es nostalgia, melancolía, menos felicidad.

 

Te miro, te anhelo, te odio, te recuerdo.

 Una lágrima se derrama desde mis ojos.

Yo te amaba, yo te he amado más que a cualquiera, yo me he rendido a tus encantos ofreciéndote el sacrificio de los míos, yo te he adorado como a un semidiós, te he defendido como a un frágil tesoro…,¿ y tú? …

 

Observé durante tantas noches como abrías tu pasión ante sus labios, me atormenté durante tantos días…

Arrancados el alma y el corazón por la obsesión, ni siquiera el cerebro me pertenecía después de internarme en mis sentimientos.

Tus ojos me declararon esclava al enseñarme tu amor, un amor que duró lo que un suspiro sin aire y una esclava que fue inmortal sin afán de vivir.

 ¿Por qué el amor me ha hecho tan desdichada?

¿Y a ti y a ella, tan gozosos?

¿Dónde encuentras ese camino, esa vuelta, ese acantilado o ese océano intransitable que te permite encontrar el jardín o el lago o la isla de la felicidad, de la fortuna, del cariño?

 Si la envidia es un pecado capital del mismo modo que lo son la ira, la gula, la lujuria, la pereza, la soberbia y la avaricia.

¿Por qué no resumirlos todos con un nombre masculino, como el amor?

El pecado de amar: tan traicionero como un océano repleto de sirenas; sirenas de canto seductor que te hechizan y te consumen hasta la muerte.

Amar… una ilusión, odiar… un hecho.

Con las lágrimas quemándome el rostro me atrevo a resbalar la mano al interior de mi bolso.

Extraigo una pequeña lámina de papel no más grande que mi mano, sólo que tan soberbia y temible como la propia muerte.

Es una fotografía, una fotografía que marca un antes y un después en el camino de la vida.

Símbolo que se abraza a una sabiduría vendida por el dolor.

Tu rostro se figura sonriente con los labios abiertos y curvados y los dientes desafiando las claridades del sol.

La foto sobre un fondo blanco, como nubes de cielo o espuma de mares, un hombre atractivo en su esplendor.

Siempre lo has sido.

La nostalgia, el deseo y el recuerdo frenan el paso del tiempo en la realidad que nos esclaviza.

Examino el resplandor de tus pupilas y el azabache solemne de tus cabellos parezco una anciana momificada incapaz de morir, condenada a una eternidad de dolor, anhelo, de sed y de hambre.

 

Cierro los ojos, aislándome todavía más en los abismos de la desigualdad mental.

Y veo… y te veo tendido sobre el colchón de tu dormitorio con los muslos medio desnudos y la cabeza apoyada contra la almohada, mientras tus ojos entornados me entrevén iluminados por una chispa de pasión y declaración.

De tus labios tan sólo recuerdo el tacto estremecido y vago de una gloria en otra época hermosa y compartida, y ahora sombría y pretendida.

 

Abro los ojos de imprevisto porque la memoria de noches pasadas y distantes me atormenta como una navaja clavada en las profundidades de las entrañas y su daño se desparrama lentamente hacia el contexto del alma.

Mis ojos se encuentran con la fotografía, la hermosa estampa de tu rostro eternamente varonil y encantador.

Paso la vista por encima del retrato y te contemplo con desprecio, también con codicia y celos.

Eres la persona a la que menos estimo y a la que más deseo:

Mis manos tiemblan con la foto en un desconcierto violento donde la furia y el cariño de mi corazón se enfrentan al contemplar tu rostro.

Ojala pudiera durante unas horas ser una mujer feliz entre tus brazos y morir después abrigada por la felicidad del momento.

Ojala y tuviera la voluntad descomunal y necesaria como para alzarme de la tumba de mi cerebro y vivir durante un tiempo con el corazón.

 

Sólo que mi única elección es resignarme, derretirme en el tiempo mientras la lumbre de mis lágrimas me recuerda el sufrimiento que significa el vivir.

Y después del desconsolado espejo del llanto, observo agonizante tu agonía, conociendo el fondo de mi alma y detestando aún más en el fondo este juicio, último consuelo y felicidad que para mí está encadenado, fatalmente, a tu sufrimiento y destrucción.

Porque el amor, cuando es tan grande, no tiene cabida dentro de un único corazón y así termina explotando y convirtiendo lo más hermoso en lo más brutal.

Inmune a toda moral y respeto, coloco la fotografía en diagonal a la luz que fluye del techo.

 

Y todo se ilumina, porque tu rostro paralizado en el pasado, me sonríe.

Y todo se oscurece, porque  tu mejilla morena de terciopelo, se ríe, tu rostro, tus labios de varón ambicioso y apuesto capaz de seducir a cualquier mujer.

 Tu retrato  parece estar representado fuera del tiempo y del espacio.

¡Y no! No quiero, pretendo olvidar que estuviste con ella, amándola como yo te amé.

 Quiero soñar, olvidar su cara y seducirme con la tuya sin la vigilancia de su mirada.

 

Furiosa, dibujo una sonrisa colmada de maldad.

Ahora rodeado de soledad descubro que eres como el sol para poder ser acompañado por otros astros o satélites.

Ahora me siento mejor.

Me levanto de la silla y devuelvo la mirada a tu cuerpo hundido en sangre.

Continúas en el mismo estado, aunque más cerca de la muerte.

Como todo, tu final se aproxima.

Ya no me entusiasmo con la imagen de tu sufrimiento.

El placer del pasado lejano ha muerto en la monotonía, tal y como tarde o temprano sucede con todos los placeres.

Siempre me faltó imaginación para no caer en la rutina, ahora poco importa.

 

En un rincón reposa una vieja escopeta que perteneció a algún antepasado utilizada en defensa de la revolución y de la democracia.

Yo la utilizaré en defensa del amor y del odio; que al final son semejantes: locuras del sentimiento humano.

Te apunto con el arma.

 Un rayo resplandece fuera y el rugido de su paso devora la repercusión de la bala.

Cierro los ojos, intentado recobrarme del olor de la pólvora quemada.

Cuando los abro y me enfrento con la muerte de tu cuerpo, me paraliza el mismo sentimiento que me embargó cuando me dominó mi primera relación sexual.

Me siento fatigada, ansiosa de un placer que ya ha sucedido.

Ojala pudiese volver a matarte.

Es extraño, no entiendo porqué sigo hablando contigo, ahora que has muerto.

¡Qué importa…!

 Minutos después me encuentro en la calle caminando bajo la lluvia, pensativa y acompañada por la muerte, perseguida por el recuerdo de un sangriento homicidio, por la huella de mi infamia que me castigará hasta que el infierno me arranque el cerebro.

El frío me golpea la cara con suavidad como si quisiera despertarme cariñosamente de mis sueños, y humedece mi extravagante y enigmática sensibilidad con un rocío de amparo y comprensión.

Ni siquiera la naturaleza, aun siendo yo hija de su virtud, me entiende.

 

Continúo vagando por la acera, tan muerta como la soledad, tan sola como la muerte, y luego de un paseo donde se dividen mis pensamientos y converge mi destino, me detengo en un parque, fúnebre a causa de la tormentosa madrugada.

 

Abro la mirada hacia la lluvia que cae igual que siempre y sin pausa.

Se me figuran las gotas el paso del tiempo de cada una de las vidas del mundo.

Tarde o temprano, todas se estrellan contra el suelo.

Traspaso con la mirada los principios de la vida y de la muerte.

En el firmamento no hay luces.

¿Dónde se abrigarán los ángeles del cielo en estas noches de diluvio?

¿Y cómo puede calentarse un corazón tan frío como la muerte, sólo que aún vivo?

 ¡Qué más da! Poco importa, entonces, me pregunto, ¿soy feliz? Me río, resignada…

 No, claro que no lo soy, unos minutos antes, mientras le torturaba, sí lo era.

 Deslizo la mano hacia el bolso y extraigo la fotografía donde aparece el rostro de él…

Y me pregunto: ¿soy feliz? No, no lo soy, aunque muchos meses atrás, mientras estuve con él, sí lo fui.

Disfruto del recuerdo, de las líneas del pasado que se delinean tras mis ojos dibujados por los lápices del más expresivo pintor.

 

Andrea Guadalupe.

 



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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