miércoles, enero 6

Entre paredes de concreto.

Tijuana BC Enero/2010            Entre paredes de concreto.

 

Me encuentro en un lugar en el que no me reconozco, yo no pertenezco aquí.

Rodeada de desequilibrados,  invadido de lunáticos

No tengo porque estar aquí, las marcas del paso del tiempo en mi pared anuncian años ya internada. .

Estoy aquí por lo que prefiero llamar exceso de creatividad.

Ellos piensan diferente, demencia, explican.

Puntos de vista, argumento yo, encierro, ordenan.

Los odio, mis días se reducen a estas cuatro paredes acolchadas.

Por una enfermedad que no existe.

No importa, los engaño: complazco a mis carceleros, aprovecho el exceso creativo.

Escapo desde mi rincón existencial adivinando letras en los barrotes de mi ventana, atrapándolas, escribiendo oraciones.

Investigando colores debajo de mi puerta, mezclándolos, adornando mis cuatro paredes. Inventando objetos, alimentando mi sed de sombras.

En estos años años, llevo cincuenta volúmenes llenos, cientos de capas de pinturas y un estomago preñado de grises extravagantes.

No los comparto con nadie, no entenderían, mucho menos con ellos.

El tiempo libre me permitió descubrir que no soy la única aquí.

Estoy rodeada de locos, de verdaderos desequilibrados.

Enfrente, un cuarto acolchado sin letras, tonos ni sombras.

Su ocupante, un escritor de vocación, su problema es de los más graves: devoró tantos libros, ensayos y diccionarios que no puede interpretar otra cosa que las realidades.

Conoce tantos sinónimos, antónimos, reglas y excepciones para ellas, que solo puede ver las cosas por lo que son.

No por lo que siente por ellas.

Lo compadezco, concreto, lo bauticé desde mi cuarto.

A la izquierda, un cuarto compartido por hermanos, los puedo adivinar desde mis barrotes. Problemas opuestos, complementarios.

El mayor, como esponja: absorbe, asimila razonamientos sin diferenciar.

No tiene opinión propia, vacío, no sabe que decir.

El menor, es como una  pared: no admite opiniones ajenas.

Evita los frustrados pasos de su hermano, no quiere caer al vacío.

No puede caer, ya esta dentro.

Ambos permanecen inmóviles, cada uno en su rincón: corren el riesgo de contagiarse.

¿A la derecha? Un pasillo.

Hoy no importan, hoy escapo de todos, de ellos.

Hoy, después de largos años, hoy es el día.

Están contentos con mi progreso: no más demencia, no más puntos de vista.

Ilusos, si sólo vieran los colores en mi pared, los libros que llevo escritos, las sombras que me esperan para ser devoradas.

Me encerrarían de por vida, ups, por suerte no las comparto.

Sólo que aun no puedo irme, antes, debo adornar por ultima vez mis seis paredes, en ocasiones exclusivas como esta, el techo y el piso cuentan y debo vomitar algunas sombras.

No vaya a ser que la próxima inquilina sepa leer barrotes y vea este desastre, o que no encuentre un mensaje de bienvenida, un simple "Suerte".

Ojala encuentre sus propias formas de entretenimiento en los años venideros. .

Listo mi equipaje, mi puerta al abrirse habla después de años de silencio, hermoso tono de voz.

Me levanto, aun encandilada por la explosión de colores en mi habitación, ya no hay tiempo para decorar.

Salgo apurada,  con miedo de quedar cautiva otra vez.

Generosos, los guardias me felicitan y sugieren.

No importan, ya quedaron atrás.

Salgo por la puerta principal y quedo paralizada, tantas son las letras, tantas las sombras.

Millones de colores me golpean simultáneamente, devolviéndome la realidad que me negaron.

Cierro los ojos, respiro, me recupero.  

Por primera vez en años, me siento viva, estoy viva, sonrío.

Abro la puerta de mi casa, me cuesta creerlo, acostumbrada a vivir entre tonalidades de colores, mi hogar me resulta oscuro, muerto, asqueroso, ceniciento.

¿Qué importa? Quito las cortinas, abro las ventanas, por fin en casa.

Paso mis días en el cuarto más cómodo, en el más colorido, las rejas de mi ventana, son alfabeto para mis lienzos, para mis paredes, ya nadie me dice que hacer.

No convivo con una enfermedad que no existe, sólo con mis compañeros de piso.

Enfrente, el más amplio, necesita todo el lugar disponible para sus libros.

Para sus interminables volúmenes de tapa dura.

Pasa sus tardes sentado en el mismo sillón, releyendo una y otra vez los mismos textos, buscando las mismas palabras en sus perseverantes diccionarios, en sus enciclopedias.

Necesita saber, creerse el mejor, nunca sale, no puede abandonar su misión: explicar lo que le rodea, hasta a si mismo.

Textual, lo bauticé desde mi cuarto.

A la izquierda, un domicilio compartido.

Una mirada penetrante, decidida, sabia.

Dañada por la desgaste de los años, no admite imágenes brillantes.

Únicamente las acostumbradas a sus viejos anteojos.

Otra mirada dulce, inocente, inteligente, predispuesta a observar más de lo que puede comprender.

A aceptar todas las imágenes impresas.

Cada una en un extremo de la mesa, pelean constantemente.

Nunca un gesto.

¿A la derecha? Hay algo que no concuerda. ¿Otra vez rodeada de lunáticos?

De pronto me doy cuenta: no me dieron el alta, me trasladaron a un internado más grande.

A uno peor, estoy entre paredes de concreto.

Andrea Guadalupe.



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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