domingo, agosto 2

Hombres, hombres…

 

 

Tijuana BC Agosto/009.  Hombres, hombres…

 

 

Ella lo miró con cara de piedad.
No te preocupes, a cualquier hombre le puede pasar alguna vez.
Él no la escuchaba.

Pensaba en sus amigos, que nunca habían encontrado una chica como su pareja con la que poder hacerlo, y en cómo siempre lo miraban con envidia.

Si se enteraban de lo sucedido, esa admiración quedaría en nada.

No podría divulgar lo historia, sería vergonzoso.
Ella seguía intentando consolarlo.
La culpa la tiene el perro del vecino, que se la pasó ladrando y no te dejó concentrarte.
Sí, acertó a contestar, aunque sabía que era una excusa muy pobre, habrá sido eso.
Bajo la mirada compasiva de su pareja, él dejó el mando en el suelo y se fue a la cocina.

Había sido derrotado por una mujer, con su propia consola, y en un juego de fútbol nada menos. Pasaría algún tiempo hasta que consiguiera superarlo.

 

Al condenado a muerte le preguntaron qué quería en su última cena.

 ¡Quiero comer a besos tiernos y mordidas cachondas, las nalgas de la mujer del gobernador! grito el delincuente.

Era la primera vez que un condenado solicitaba hacer un cunilingus en lugar de pedirse la típica langosta con "crêpe suzette" de postre.

Nadie se lo esperaba, lo cierto era que la ley no permitía ejecutar a nadie sin concederle la última comida que él expresara.

Dos horas después de la extraña petición, y a pesar de las desconsoladas lágrimas de su mujer, el gobernador decidió indultar al condenado.

 

Él recordó el pasado.

Esa mirada, ese tono de voz comprensivo, dulce y agradable.

También esa mirada apasionada, ese gesto de travesura que invitaba siempre a algo nuevo, prohibido y excitante.

Recordó cómo hablaban de que era curiosa la forma en la que se habían conocido, la forma en la que se habían enamorado, tan rápida, tan especial, tan única.

La recordó a ella diciéndole que nunca se había imaginado enamorándose de alguien así, que tal vez era el destino... No podía ser casualidad.

Siempre le había llamado la atención que ella hubiera vivido antes otra historia parecida.

Esas cosas no solían pasar, aunque la historia a veces se repite.

Quizás la primera vez era un aviso, y la segunda era la auténtica.

A veces alguien se unía misteriosamente a otra persona dos veces.

A veces eso pasaba.

Eso pensaba él, sólo que de eso hacía ya muchos años.

Ahora la había visto, tan solo dos semanas después, ya con otro.

La había visto mirarlo con esa mirada pícara que invitaba siempre a algo nuevo.

La había escuchado hablándole con ese tono comprensivo, dulce y amable.

Le había preguntado cómo era él, cómo se habían conocido; "Bueno...", dijo ella. "No sé cómo, aunque nos conocimos y nos enamoramos... No sé, nunca había pensado que me enamoraría de alguien así, y mira, no puede ser casualidad... Tal vez es el destino".

 

Y mientras él se daba cuenta de todo, ella preguntó: "¿Y tú, qué tal estás?"

Andrea Guadalupe.

 



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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