domingo, agosto 23

Especial de reflexiones.

Tijuana BC Agosto/009.     Especial de reflexiones.

 

 

El tiempo camina aunque no lo aprecie.

Ayer, anduve persiguiendo estrellas, hoy huyendo de ellas.

La verdad es que llevo un tiempo de mudanzas en todos los sentidos, absurdos de la vida, me siento más estable que nunca, con no muchas preocupaciones habituales y los dilemas existenciales perdidos en algún rincón de la casa.

Y el tiempo camina aunque no lo perciba, ayer hundida en un pensamiento incesante de tristezas andantes, de bofetones de reloj despertador, de visiones del futuro sin anteojos para distinguirlo bien.

Era una creatividad, otoñal, grisácea.

Y ahora la calma en apariencia, la rutina de los lunes, y demás vacas sagradas se están comiendo, a eso de las tres de la tarde, las ganas de quejarse, de gritar a mi manera, de creerme digna de un lector.

Y el tiempo camina aunque no lo vea.  

Si no, observa cuantas letras guardan mis delirios de grandeza, recuerdos que quemaban como resentimientos.

Y ¿ahora?, yo ya no sé definirlo, sólo que si a algo se les parecen,  es a un diario, a una pared, donde el día menos esperado, aparece un graffiti.

 

Cuando el agua llenó mis pulmones, caí en la cuenta de que la barca se había hundido.

Sin más tabla de salvación que un almanaque, me aferré a el como si el tiempo pudiera fabricar suelo firme, del que hace falta para acostarse a soñar con una realidad distinta.
Con ese panorama de desamparada idealista y como si de una aparición se tratase, llegó la idea de nadar hacia la orilla, la más cercana, la más lejana, lo mismo me daba.
Y entre brazada y brazada, saqué fuerzas para repasar mi confuso plan hacía la felicidad.

Esta vez era sencillo, sólo tenía que recordar los errores pasados y repetirlos de manera distinta.

Porque no hay nada más auténtico que mis errores y mi plan tenía que ser legítimo.

Los que tome de los libros de auto ayuda siempre me quedaron grandes.
Ahora mismo, con las olas mojándome los pies y mi corazón tranquilo tras el esfuerzo, veo este mar, el mío, el que me ahogaba hace un momento, el que guarda el secreto de mis éxodos, el que ahoga esta imaginación cansada de volar, el que limpia esta memoria cansada de perdonarse.

 

 

La lámpara de mi mesa de trabajo ilumina mis manos.

Las observo con detenimiento y busco algún detalle, alguna clave que descifre el enigma de mi consciencia.

No, la solución tampoco está en mis manos termino concluyendo.

¿Y dónde pues está la pieza que falta para que la imagen final empiece a tener sentido?
Debe haber algún detalle que escapa a mi cerebro; el detalle que explique la confianza en un amanecer o el desorden que me inunda al pensar en el universo.

¿Por qué puedo llorar con el sufrimiento ajeno?, ¿Por qué me cautivan las personas felices?, ¿Por qué los niños me inspiran protección?, ¿Por qué no me gusta la soledad forzada?
¿Será el alma, mi alma, la que dé sentido a los días?, o, ¿es el alma un invento para responder a preguntas demasiado complicadas?
Quiero pensar que existe. ¿Será mi alma la que me está obligando a pensar?

Quizá sea el alma la que está escribiendo esto.

Tal vez yo sea el alma y estas manos unas de sus herramientas.

Posiblemente sólo sea un alma lidiando con su propia existencia

 

 

Cuando la luz entra por mi ventana no me dice nada.

Antes, hará un siglo ya, los tonos rosa y azul me invitaban a la calma mientras que el rojo y el naranja me incitaban a salir corriendo hacia cualquier dirección, correr e inventar caminos.

En ese entonces ni siquiera sabía que existían los grises, esos que ahora se obligan en ser mi compañía.

Y es que es terrible quedar bien con quienes te caen mal.

Supongo que la culpa de no oír nada de los colores debe ser mi culpa.

Como cuando dejas de llamar a tus conocidos hasta que un día, también se olvidan de llamarte. Quizá será cuestión de intentar serles  otra vez amable.

En fin.

 

Mi terapeuta me dijo que los recuerdos son traidores.

No son  trozos de memoria, fotografías imparciales de algún acontecimiento en concreto de nuestras vidas.

Son cuentos, fábulas, ciencia ficción basada en hechos más o menos reales.

Y el problema llega cuando no se diferencia la parte real de la imaginaria, el trozo de historia que en verdad ocurrió, del que implanté para tranquilizar mi conciencia, para justificarme o para torturarme.

Ese problema consiste en cambiar la actitud, buscando no repetir los mismos errores.

Una búsqueda marcada por el destino desde el comienzo porque intente alejarme de lo que soy realmente, echándome la culpa del fracaso anterior e intentando cambiar la forma de tomar decisiones, consiguiendo así meterme en una situación que tarde o temprano me dejará aturdida y perdida, porque he avanzado por un camino que en otras circunstancias nunca habría escogido, cubriéndome en mis ganas de olvidar malos momentos.

Y si no hago esto, probablemente escoja por la indiferencia, por reír de mi desgracia y supuesta incapacidad.

¿Cual de las dos posturas es la mejor?

Eso ya no me atrevo a decirlo.

Lo filosóficamente barato sería decir que debo aceptar mi parte de culpa en el fracaso y reconocer también que me volveré a equivocar más adelante, indiferentemente si escojo por cambiar la actitud o no, porque en el fondo, soy como me  descubro  y difícilmente puedo cambiar.

Alejándome del optimismo kamikaze y referencias a lo Paulo Coehlo, es inevitable no querer volver a pasarlo mal, perseguir una felicidad estandarizada y sentirme grande y noble cuando una jugada me sale bien.

Sólo que quizá haya que dejar un hueco en el pensamiento para guardar un trozo de reflexión, lejos de las garras de los sentimientos, que suficiente tienen ya con hacer de mi lo que se les antoje.

 

Sé que es correcto y hasta puede ser un ejercicio fantástico para pasar las horas discutiendo.

Hablo de criticar el concepto que tienen los demás sobre nuestra sociedad del consumo y sus normas.

Yo creo que todos nos podemos clasificar, en tres grandes grupos.

Están quienes llamo los fashionvictim, esas que si ven cinco personas juntas con una ropa de marca en verano, consideran que es moda y corren hasta la tienda más cercana para comprase algo igual.

Después están los, digamos, underground, formado por todos los que se alejan de las tendencias y de los fashionvictim por igual.

Sólo que en su prisa por huir de las masas, se refugian en pequeños grupos donde, para entrar en ellos, te obligan a tatuarte en la frente que eres libre, que no eres un borrego, e inmediatamente te acompañan hasta la tienda en donde venden el nuevo uniforme que vas a llevar.

Por último, aparece el grupo que más desprecio, el de idealistas charlatanes, como yo básicamente.

Estos se dedican a tomar café y escribir tratados, en donde se pretende analizar a todas las demás personas, y dicen frases del tipo "lo importante es ser una misma", o "hay que lograr el equilibrio interior"…

¿Realmente somos tan distintos unas de otras?

Al final pienso que no.

Seguimos los mismos patrones: ¿Has imaginado alguna vez, que tienes "esa" condición que nadie ha sabido explotar?; ¿Te has refugiado alguna vez en las circunstancias para explicar el triunfo de otras?; ¿Has mirado alguna vez por encima del hombro a alguien?

Todas las personas necesitamos, primero, para sostener nuestra autoestima creernos diferentes, auténticas, maduras.

Segundo, necesitamos sentirnos dentro de un grupo de personas que creamos lo suficientemente similares para sentirnos cómodas junto a ellas, y lo suficientemente distintas para sentirnos especiales.

Digo con esto que es irremediable no encasillar y clasificarnos dentro de un grupo, es inevitable crear estereotipos, yo misma he hecho uso de ellos.

Sirven para organizar la realidad.

Es inevitable creernos sobrevivientes, es inevitable a veces pensar que la verdad reside en nosotras y no en las demás.

Y de alguna manera es cierto: Hay tantas verdades diferentes, como habitantes tiene la Tierra.

Discutamos, protejamos nuestro pensamiento, busquemos la verdad o dejémonos engañar. Cambiemos de personalidad cada semana si queremos, pensemos que nuestro camino es el mejor, busquemos nuestro beneficio, hundámonos al contemplarnos unas a otras, da igual.

Sólo que hagamos el ejercicio de pensar que tod@s nos enamoramos, nos rompen el corazón, lloramos ante la muerte, nos da miedo el futuro, reímos en compañía, no vemos colores en la soledad forzada.

Reflexionemos un segundo antes de creernos en disposición de despreciar a alguien.

Antes de matar, en metáfora o sin ella, en nombre de algo, intentemos desvestir nuestras mentiras disfrazadas de verdad.

Y si resulta que seguimos creyendo que realmente estemos en lo cierto, pues adelante.

Y ahora llámame charlatana.  Andrea Guadalupe.



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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