sábado, agosto 22

Sopa de historias.

Tijuana BC Ag /009. Sopa de historias.


Muchas veces no hay que buscar las historias; ellas te encuentran a ti.
Pueden estar en cualquier parte, escondidas, espiando y, cuando menos lo esperas, se lanzan y te obligan a tomar la lapicera.
A veces se disfrazan de noticias en la tv, o te esperan en una frase que escuchaste en la calle, o se transparentan en algo que pasó... o que no pasó.


Puedes pasar días intentando hacer recordar a tu escoba que sus antecesoras sabían volar. Puedes ponerle películas y leerle cuentos, sólo que la escoba no volará.
Lo más que puedes conseguir con estos métodos es que barra la casa ella sola mientras tú disfrutas alguna película de Harry Potter.
Aunque, si lo que quieres es volar por las noches en el espacio de la ciudad con tu escoba, has de seguir los siguientes pasos: lo primero quítale la etiqueta.
Debe tener presente que da lo mismo que sea de mijo, raíces, o de plástico, que lo importante es algo mucho más primitivo.
Pronto se dará cuenta de que el tiempo puede modificarlas, que unas cualidades se pierden, como el volar, que otras se ganan, como el convencer a la pelusa de que se vaya con ellas; la segunda etapa es el entrenamiento.
Tirarla al aire y hacerla sentir su ligereza.
Comprobarás, si todo va bien, que cada vez tarda más tiempo en volver a tus manos, que cada vez su resistencia a la ley de la gravedad es más fuerte; una vez que ocurra esto, pasa a la tercera etapa.
Espera una noche de luna llena.
Ponte la escoba entre las piernas, apunta hacia las estrellas y pronuncia las siguientes palabras: "Escoba vibradora desde el suelo remonta el vuelo, ahora, desde la alcoba".
Buen viaje, confió en que no sufras de mareos y conduce con cuidado.

Por un momento, la había confundido conmigo.
No era yo, era otra, y distinta.
La prueba es que si yo contraía mi ojo izquierdo, ella me cerraba el derecho; si yo levantaba la mano izquierda, ella saludaba con mi derecha.
Era recta y diestra. para todo lo que yo soy zurda y siniestra.
Intenté una plática.
En vano, no era una cuestión de primera y segunda personas, como yo había pensado al principio. Era una tercera persona, una extraña.
Y no me entendía.
Totalmente ajena a mi presencia, se miraba en mi reflejo y ensayaba muecas y ademanes.
¿Se estaba burlando de mí?
Entonces, se puso seria. ¿Me habría oído? ¿Habría escuchado mis pensamientos?
Poco a poco, las que me habían parecido diferencias, se iban desvaneciendo, y los rasgos comunes me resultaban cada vez más desconocidos.
Nadie me había obligado, y ahí estaba yo, repitiendo cada uno de sus movimientos, como si no tuviese voluntad propia.
Que ella sacaba la lengua, yo la imitaba.
Si arqueaba las cejas, yo hacía lo mismo.
Si se encogía de hombros, yo repetía su gesto con igual indiferencia.
Así hemos estado un buen rato, hasta que se ha cansado y se ha marchado del cuarto de baño. Y yo he hecho lo mismo.

Seguramente, todo sería mucho más sencillo si el eco repitiera mis últimas palabras, si mi sombra siguiera cosida a los zapatos, si mi reflejo se detuviera ante cada aparador, si mi doble del espejo no continuase luchando contra un mechón rebelde cuando hace unos segundos que terminé de peinarme.


La vida en la sociedad moderna nos carga de estrés y ansiedades.
Trabajo, relaciones sociales, familia, desempleo,... ocupan demasiado espacio en mi vida como para complicarme en otros asuntos que suponen un consumo de energía enorme.
No es nada raro que por esta misma razón, que busque historias que narrar, en las que alterne con mis pequeños momentos de entretenimiento, ocupación que requieran poca concentración y esfuerzo.
Es por eso que, ante la posibilidad de recibir un producto o disfrutar de un servicio, espero que ofrezca unos requisitos mínimos que garanticen un rendimiento adecuado, para evitar molestias o trastornos innecesarios.
No me parece atrevido exigir un desempeño mínimo de lo convenido en el contrato; aun así, no lo solicito.
No pido que me garanticen que durante, por ejemplo, dos años funcionará como el primer día, aunque incluso las lavadoras ofrecen un tiempo más amplio de garantía.
No quiero que consuma poca energía, ni que su manejo sea sencillo.
Que no ensucie; que sea silencioso y discreto; que no resulte virtualmente peligroso para las interesadas... no es obligatorio.
No necesito disponer de un teléfono de atención técnica que funcione 24 horas al día los 365 días del año, con 366 en el bisiesto, ni de un servicio gratuito de reparaciones.
No busco la mejor oferta, el precio más competitivo.
No quiero que me lo cambien por otro producto en caso de que no cumpla mis esperanzas o si no funciona según lo esperado.
Tampoco pretendo que me devuelvan la diferencia si lo encuentro más barato en otro establecimiento.
No pretendo que incluya regalos o que venga acompañado de un manual de instrucciones de doscientas páginas o que esté asegurado a todo riesgo.
No aspiro a que combine con las cortinas o la alfombra, ni que huela a perfume.
Mucho menos que sea 100% reciclable y que respete el medio ambiente; que no contenga CFC o que sea apto para diabéticas y vegetarianas.
No espero que cubra perfectamente mis necesidades o que se adapte a mi capacidad intelectual.
No necesito que resuelva ecuaciones de tercer grado, que sepa reparar cualquier instalación eléctrica o cambiar las bujías del auto.
No quiero que limpie el polvo o que vaya al supermercado en mi lugar.
No es preciso que me traiga el desayuno a la cama, que me dedique frases románticas o que nunca se olvide del cumpleaños.
No pido que sepa recitar poesía, citar a autores célebres o hablar idiomas.
Sólo pido que me aseguren que me hará un poquito más feliz... tal vez así me decida a enamorarme.

Amanece, su cuerpo está junto al mío.
Descansa, me levanto, la miro y veo su cuerpo cubierto por una suave sabana ligera, clara. Adivino sus curvas, donde momentos antes me había perdido.
Me fijo en sus pies, los beso y se estremecen.
Recorro con mis manos su cuerpo., llego a su cara, la miro.
Comienzo a besar sus ojos, su nariz y, por último, sus labios.
Entonces despierta y me dice: "amor, llegaras tarde".

Fue mi cumpleaños, recibí llamadas de conocidas y amistades.
No recibí la tuya, no pude escuchar el calido roce de tu voz.
Yo esperaba recodar la sensación de mis labios recorriendo tu espalda desnuda.
Podría recuperar la distancia que el tiempo había creado.
Volver a sentirte...
Desgraciadamente quienes mueren no pueden utilizar los teléfonos.
Fue mi cumpleaños, no me llamo nadie.

Se me ha roto algo.
No un vaso de cristal que, al resbalarse de las manos, cae al suelo.
Ni un desgarrón en una blusa vieja.
Ha sido, más bien, un hilo.
Un golpe seco, como una pequeña explosión de agujitas y cristales.
Y se han ido las ganas.
Y he sabido que ayer será exactamente igual que mañana.
Y me he quedado ahí, con esa absurda sonrisa satisfecha.
Con esa expresión, como de existencia colmada.

Ayer, una extraña envoltura de plástico transparente recuperó su libertad.
Tal vez se cansó del olor de la media cebolla que envolvía, tal vez del frío y la humedad del refrigerador...
El caso es que voló, y la misma ráfaga de viento que lo arrebató de la mesa de mi cocina cerró la ventana tras él.
Y ahí me quedé yo, sin saber muy bien qué hacer y llorando a lágrima viva, no sé si a causa de la emoción o porque estaba picando cebolla.
La envoltura de plástico transparente planeó unos instantes ante el cristal y luego se alejó agitando sus pliegues plateados y despidiendo destellos metálicos.
Trato de imaginar dónde estará ahora.
Seguramente subió a lo alto del cielo para comprobar si las nubes son masas de vapor suspendido en la atmósfera, o enormes bolitas de algodón.
Luego, seguiría la estela de un avión o se mezclaría con un grupo de aves migratorias.
Viajaría agitando sus improvisadas alas, reflejando el sol y enviando mensajes cifrados en el código universal de espejos.
Sólo que la envoltura de plástico transparente es dócil, hogareño y la nostalgia siempre le puede.
Por eso, quizás ahora esté arrugándose y crujiendo frente a la ventana para que le permita anidar en el refrigerador. Andrea Guadalupe.



                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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