Octubre 201. Un suspiro que incita
La humedad de las brumas marinas y el frio al amanecer que
se respira casi a finales de octubre, es el prólogo de la nostalgia que nos
invade cada diciembre.
La luz del día se acorta y las sombras nocturnas se alargan,
el viento corre suavemente, se contempla el contoneo de las hojas coqueteando
con los aires a diferentes ritmos, según la melodía de la naturaleza.
Son momentos que tranquilizan y provocan un ataque de
quietud, un suspiro que incita detenerse a observar la existencia de Dios a
través de la alfombra azul en las alturas que pretende consolar a quienes por actividades
diarias, recorremos las calles y recibimos la caricia de la mano invisible que
quiebra los segundos de suavidad epidérmica y los destruye con la soledad que
barre los desiertos urbanos y regala a las calles el desfile de hojas que entre
la polvareda y el suelo, encontraron un nuevo hogar tras ser expulsadas por los
árboles agitados por la influencia del aire.
Todo parece desierto.
Los semáforos parpadean del vacío vehicular aunque esté
sobrepoblado por la pereza del frio otoñal que nos invita a refugiarnos en el
ataúd improvisado de la cama con los días arrancándose a fuerza de un atraso en
el cambio de horario porque el tapete azul dura menos y el oscuro domina por
algunos meses.
Una bolsa de mercado serpentea en los cielos y nos ata una
risa para recordarnos lo corta que es la vida y que de un momento a otro
cambiamos de circunstancias: hoy somos, mañana no se sabe.
Las hojas de los árboles, ceden ante la gravedad, cambian su
coloración de verde a amarillo marrón.
Lo mismo nos sucede, otoño huele a madurez, su solo
transcurso contagia una fluidez de meditación entre la agitación de adaptarnos
a un nuevo ciclo donde se reduce el paso de luz y aumenta el desgaste físico y
mental hacia lo que sigue o debe de seguir.
El amarillo naranja del tiempo también nos lleva al romance
que transita entre las partículas de polvo y el paso del viento que une a las
parejas y alza algunas faldas dejando entrever los secretos de la seducción y
la entrega que tarda en llegar.
No hay más, sólo ese instante que nos reseca la piel o nos
contagia de estornudos y resequedad en la garganta al vernos envueltos en los
caprichos meteorológicos o emocionales.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, lugar donde percibo
el entumecimiento de otoño, un suspiro que incita para desaparecer en él y
convertirnos en esa hoja que decide qué dirección tomar tras haber caído.
Andrea Guadalupe.
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