Oct. 2013 Cuento al
café entre mis fallas, manías y bálsamos
Hola, buen día, por fin he despertado pues he tomado mi
primera taza de café, estoy segura de
que es algo químico, algo que me rebasa pues pertenezco al grupo de humanoides
que sin tomar un café por la mañana son incapaces de mutar a humanos.
Es imprescindible para mí.
Y aunque durante el
día me vaya poniendo agria como naranja inmadura, siempre me levanto de buen
humor, no es que dependa del café para sentirme contenta, mi primera sonrisa
siempre llega antes que el primer trago.
La cosa va más allá: el café me centra, me alinea el alma
con el cuerpo y la actividad neuronal, me pone completa en el mundo.
Razón que atribuyo al haber nacido en Córdoba Veracruz,
tierra cafetalera y de manos que aprendieron a cultivar esta maravilla, una de
las pocas que me devuelven la fe en la humanidad. Cuento al café entre mis fallas,
manías y bálsamos; encaja en todas.
Podría contar mi vida entera en tazas de café y sin ellas: días
en la plenitud y en el desamparo.
El hecho es que desde mi muy sesgado, subjetivo e innecesario
punto de vista, como todos los puntos de vista, no tengo amistades a quienes no
les guste el café.
Podría decir con precisión cómo toma el café cada una de las
personas que he estimado y que amo aunque no recuerde su fecha de cumpleaños.
Es un placer dentro de otro y luego dentro de otro y otro.
No sólo el sabor de la bebida misma, aunque tengo claro que
me gusta caliente, fuerte, sin azúcar y con un toque de leche o crema; también
sé que me gusta sujetar la taza con las dos manos, que tengo mi taza predilecta,
que lo prefiero cuando es aceitoso, que me gusta mirarlo y olerlo antes de dar
el primer trago.
Y de pronto, me voy dejando atrás a mí misma, contemplando
mis días pasados como una línea interminable de bitácoras matutinas.
Como aquella mañana que nos vimos para tomar un café y hablar,
aunque sabíamos que lo único que quedaba por decir era adiós.
Como aquella mañana en la que hundía la nariz en mi taza
humeante, café con lágrimas, el sabor es inolvidable.
Sé que hay tazas de café
célebres y otras que nos pudimos haber ahorrado.
Repito: desde mi muy parcial, arbitrario, calenturiento y
punto de vista: gracias al papa Clemente VIII que le gustó el café y que no lo
declaró vicio ni pecado en Occidente como el alcohol o el tabaco porque de
haber sido así; ahí les encargo el área de bebedores y no bebedores de café,
clínicas de rehabilitación para cafeinómanos, aerolíneas libres de cafeína y
envolturas de café con escenas melodramáticas de niños moribundos desnutridos,
chantajes en los medios de comunicación del tipo: no tomes café, tú puedes
salvar tu vida.
Porque tal parece que de este lado del mundo, basta con
nombrar algo pecado para que hasta nos genere malestares metabólicos.
Que si el café tiene propiedad curativa o atenta contra la
salud, no me interesa.
Reniego de nuestro culto a lo saludable que lo único que
refleja es que estamos más enfermos que nunca.
Dice Serrat: de vez en cuando la vida toma conmigo café y
está tan bonita que da gusto verla. Yo creo que todas las tazas de café cuentan
una historia, ya sea de insomnio insignificante o de mañana luminosa, pasando
por tantas variantes como cada quien esté dispuesta a vivir.
Para mí el mundo se pone a girar con el primer trago, casi
podría decir que prescindiría del sol pero jamás del café.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, lugar donde les
agradezco por el café que hoy se tomaron conmigo, y no me queda más que desearles
que en el fondo de su taza, hoy se revele un buen pronóstico.
Andrea Guadalupe.
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