viernes, octubre 18

fulgores nocturnos brotaban de mi cabeza.

Oct. 2013.  fulgores nocturnos brotaban de mi cabeza.
¡Oh, por favor, sin burlas o falsas poses, escuchen mi desgracia!
No sólo soy fea, también soy tonta, y mi pelo es una vergüenza pública.
Llevo sobre mis raíces la marca de la letra gris opaca, que ojalá fuera escarlata.
Tomé la fatídica decisión de comenzar a pintarme el pelo.
Si alguien puede aprender de mi experiencia: no lo hagan, en mi defensa podré alegar que lo hice bajo el influjo de una de esas estúpidas revistas de moda que, apenas abrirlas, te hacen entrar en trance e imaginar, por un momento, que eres hermosa.
Como si una fisura en el orden del cosmos hiciera posible que se pudiera pasar de fea y normal a guapa y extraordinaria.
El paraíso de negro azabache de la modelo en la portada me impresionó tanto que, absolutamente poseída, corrí a buscar un tinte que se acercara lo más posible al color que había visto en la revista, lo conseguí.
Todavía en trance llegué al salón de belleza e imploré que me lo aplicaran.
Aún recuerdo con humillación cómo le mostré la imagen a la señorita que haría el trabajo en mi pelo, en su mirada había compasión, aunque no era compasión pura, también relucía en sus ojos un toque de cruel burla.
Fue por eso que no me advirtió: la maldigo para siempre, a ella y a todas las de su sangre. 
Sucedió entonces, salí con el cabello color ala de cuervo, brillante, fulgores nocturnos brotaban de mi cabeza.
Y me sentía realmente hermosa, plena, en una comunión mística con Dios, lo juro.
Y luego nada: no cambió nada, mi vida siguió siendo exactamente la misma: trabajar todos los días en la empresa donde se me va la vida.
Llegar a casa, extrañar a quien fuera mi pareja, que se largó con una de la mitad de mi edad y la mitad de mi peso.
Y sentirme sola, irremediablemente sola, así mis días, aunque con mi cabello radiante, que daba algo de luminosidad a mi rostro acartonado.
Me explicaron que tenía que hacer el retoque, que consiste en volver a teñir las raíces cada tres semanas antes de que cante el gallo y aparezca el horrible apagado gris opaco,  y siento pánico.
Cumplí  el retoque con devoción, puntualmente.
Pronto aprendí a hacerlo yo sola y decidí teñirlo por completo cada ocho días, aunque el efecto sedoso y brillante de la primera vez duraba cada vez menos.
Era mi momento, mi festividad, mi viaje personal.
Adoraba el olor de mi pelo recién pintado, un olor como si yo fuera otra.
Hasta que empecé a tener unas migrañas infames, mortales.
Dolores de cabeza que me dejaban absolutamente fuera de circulación: a veces, recién me había aplicado el tinte, perdía la precisión de la vista por minutos, como si una membrana finísima empañara mis ojos.
Fui al médico, sola, escuché sola la sentencia y sentí resquebrajarse mi corazón, también sola. El neurólogo notó que mi cuero cabelludo estaba particularmente irritado y comenzó el interrogatorio.
Lo aborrecí con toda mi alma, hubiera preferido no ir nunca.
Me acorraló hasta que le dije la verdad: Se quedó callado, me miró con la boca abierta como idiota y repitió: obscurece su cabello cada semana, luego, vino todo un discurso de principios de toxicología y los efectos del peróxido de carbono.
Dijo cosas como ceguera cortical, afasia de no sé qué y psicosis maníaco-depresiva si se tiene predisposición.
Me fui, lloré toda la tarde, toda la noche, miré la caja del tinte, sabía que tenía que dejar de hacerlo, que perdería ese olor, esa luz.
Hasta que me quedé dormida y a la mañana siguiente decidí entrar en rehabilitación.
Hoy, mi cabello  es una deshonra, mi estado de ánimo es lapidario: volví a ser la fea, ordinaria y opaca de antes.
Si hay algo de compasión en sus corazones, apelo a ella, por favor no se fijen en  la apariencia de mi cabello, aparento una tundra, un desierto, acaso revelo toda la sequía y pérdida de color que hay en mi alma.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, lugar donde les advierto a ustedes de no hacerlo, aunque yo prefiero unos días de luz, que esta porquería de grisura en la que poco a poco me convierto, pues tal vez todo sea mejor si no veo.

Andrea Guadalupe. 

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