Octubre 2013. Entre está frialdad que hoy cubre la ciudad.
La sinfonía de colores del otoño no tiene igual en ninguna
otra estación, una belleza frágil y efímera, una belleza melancólica que
anuncia la llegada de la oscuridad y el frío del invierno, mientras la
naturaleza se sume lentamente en un letargo del que despertará en primavera.
Hoy, este día, entre la lluvia y el frio, el clima invita al
recogimiento, a evadirse del ruido que rodea la vida, día que sabe a melancolía.
Horas en los que me
dejo mecer por una canción que te
trae dulces recuerdos de un ayer que de pronto, no está tan lejos.
El otoño siempre ha sido tiempo de nostalgia, de días de
niebla que enturbian el sol y oscurecen el alma, de ese estado de ánimo que
parece robarme las fuerzas y hace languidecer el cuerpo. Miro por la ventana y
veo las últimas hojas caer dejando desnudo aquel árbol que en verano cobijaba
bajo su sombra, la lluvia golpeando el cristal y cada gota es como si quisiera
golpearme el corazón y hace estremecer buscando un abrazo que ofrezca el calor
que falta.
La melancolía, es una compañera absorbente, aunque, si bien
es cierto que hay momentos en que el alma necesita un descanso y busca dentro
de ella para sacar los momentos felices que a la vez son tristes, porque fueron
y ya no son.
Es cuando siento el vértigo ante el paso del tiempo, y
quisiera sujetarlo para que se detuviera, sólo que es testarudo y termina por escapárseme
entre los dedos.
El tiempo fluye como las aguas de un río, sólo que los
recuerdos me permiten conservar esos momentos como una fotografía en un álbum y
aunque pueden traer tristeza, también me cuentan que una vez fui feliz y volveré
a serlo.
En días como esté, cierro los ojos y permito que la
melancolía se haga dueña de mi ánimo por un instante y la saludo como a una
vieja amiga que viene a visitarme de vez en cuando.
No puedo tenerle miedo, la invito a pasar, a que hable un
poco con mi corazón y, después, le acompaño amablemente a la salida porque debe
regresar a su casa.
Y así abro de nuevo los ojos, preparada para seguir
viviendo, para reír, para llorar, para soñar, para luchar y, sobre todo y por
encima de todo, para amar cada día de este maravilloso milagro que es la vida.
Tal vez, la mejor forma de despedirme por hoy, sean las
palabras de Federico García Lorca, un gran melancólico, que también supo vivir
con alegría y pasión: Desechad tristezas y melancolías. La vida es amable,
tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, lugar donde agradezco
el cariño, sensibilidad y lugares a donde transportan con sus comentarios.
Un saludo cálido entre está frialdad que hoy cubre la
ciudad.
Andrea Guadalupe.
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