Octubre 2013. Más allá del deseo de la carne que penetra en
la carne.
Salir en búsqueda de compañía, sentad@ en un solitario banco
de algún parque de la ciudad, preferentemente,
apartado, silencioso, cómplice y oscuro.
Guiándose únicamente por la señal casi imperceptible: el
gesto apagado que delata; un movimiento
de la mano; el fruncir de los labios en una forma que expresan sin pronunciar
palabras; con la mirada que apenas resplandece en la semi penumbra de la noche;
el pausado andar como quien flota entre nubes; o dejándose llevar solamente por
la intuición, por una química totalmente desconocida para l@s no iniciados, por
un algo inexplicable como la fuerza magnética.
Salir en búsqueda de compañía, utilizando sólo los más difusos
recursos: Me puede dar fuego, por favor, sosteniendo entre los dedos temblorosos
el cigarrillo durante un largo tiempo, o: Me podría decir la hora, mientras una
lánguida mirada trata de insinuar, de convencer; o quizás pronunciar un nombre,
para que vuelva el rostro y diga: No, y valorar por el tono de la voz si se
puede proseguir, o simplemente decirle: Perdón, me confundí.
Salir en búsqueda de compañía para mitigar la crisis
sentimental, sí, porque más allá del deseo, más allá de la carne que penetra la
carne y hiere, lastima y satisface, están también los sentimientos, la
necesidad de saberse conquistad@.
Y salir en búsqueda de compañía no significa solamente
buscar el cuerpo ajeno que se acople, sino en encontrar la mitad que se anhela,
la que se busca para compartir cada instante de la vida, para subsistir en esta
difícil vida LGBT.
En esta ocasión, como en tantas y otras tantas, no hubo
suerte y repasó con lentitud el camino hasta su casa.
Luego, acostad@ en su cama, fue el dejarse llevar por los
recuerdos que le sumieron en un prolongado insomnio.
Recordó que desde su infancia, su orientación, estuvo
marcada por eso que muchos llaman aberración y hasta vicio.
Desde infante, porque en la escuelita su compañía eran
niñas, como lo eran en los juegos, el conversar de las cosas que conversan las
niñas.
Desde la infancia, el gusto por las ropas femeninas, los
cosméticos de su tía.
Desde infante, y después, ya adolescente, cuando el sexo
comenzaba a aflorar gritando nuevas emociones, sentía ya el atractivo por los
hombres, como aquel maestro joven, rubio, delgado, débil, inaccesible, callado y solitario, y que mil
veces se imaginó internándose con él por aquellos caminos de Dios.
Ya antes había pasado por experiencias, pero estas no habían
sido totales, plenas…; La verdadera primera vez
fue diferente, y recordó.
Habían sido tan felices durante los dos años que
compartieron sus vidas, le mimaba y protegía; cada noche le penetraba y le
mordía suavemente la espalda, desde la primera vez, su primera vez, le hizo
sentir aquella agradable ponzoña hiriéndolo, desgarrándole, satisfaciéndole
finalmente al sentirse poseído.
La relación marchó sin dificultades hasta que llegó ella.
Delgada, de linda figura, calmada, no le importaba que
fueran una pareja.
Cada tarde irrumpía en la casa con su risa, destapaba las
ollas y sin ser invitada probaba la comida, compartían como tres buenas amigas.
Ella vendía ropas de uso y llegaba de tarde en tarde con
cada nuevo lote formando bulla: ¡Miren las maravillas que traigo aquí!, y
comenzaba a sacar las prendas del bolso: ¿Qué te parece esta blusa?
Y sacando una falda del atado: Pruébatela, para ver qué tal
se ve.
Y la complacía con agrado. .
Una de esas tardes, mirándole a las tetas, expreso sin
tapujos: Me gustaría tener un par así, vivir como mujer y dejar de ser tratado
como varón.
Su pareja, tras un instante de vacilación, sólo alcanzo a
decir: jamás me han gustado las mujeres, después, dio media vuelta y se fue a
la calle.
Nunca más, le volvió a ver.
Desde entonces recomenzó la búsqueda de compañía, con la
esperanza de encontrar un compromiso estable, aunque sólo aparecían parejas
eventuales, míseros profanadores de una noche, simplemente alentados por la
carne, excitados únicamente por el placer.
Hasta que sin esperarlo apareció el, no era rubio ni delgado,
no tenía los ojos azules, sino negros, muy negros bajo el oscuro pelo
ensortijado, muy distinto de su ideal.
Resultó dulce y dócil, complaciente.
Durante algunos meses transpiró felicidad.
¿Qué más podía pedir? Ya su edad rebasaba los 45 años y el
pelo se estaba perdiendo y la piel mostrando señales de cansancio y su vigor,
bueno, su vigor ya no era el mismo, ¿para qué negarlo?
Y su pareja, era mucho más joven, tenía que cuidar esta relación,
escoger los amigos comunes, complacerlo, tolerarlo en sus caprichos, comprenderlo
en sus fugaces fantasías, saciarlo de amor, hacer que se hundiera cada día más
en aquel pozo de su goce y su cariño, sujetarlo por siempre junto a sí.
Un día le vio recogiendo sus cosas, la mochila ya estaba
hecha, le preguntó qué hacía, y le respondió mirándolo a los ojos: Sucede que
he comprendido que no puedo estar más a tu lado, eres sensible, tiern@; no
tengo quejas de ti, sólo que… ¡Extraño mi libertad!
Déjame ir en paz, quedemos como amistades y se acercó para
darle un tierno beso en la mejilla.
No opuso resistencia, la suavidad de la ruptura le había
anulado.
No supo qué decir, qué hacer, y cuando salió de la casa sin
mirar atrás, se tendió en la cama a estremecerse en llanto amargo.
Le ahoga nuevamente la soledad, así tendría ahora que
enfrentar la vida, malgastar sus noches, soportar las miradas inquisidoras de
quienes no comprenden..
En soledad y forzad@ a salir en búsqueda de compañía,
comenzar a buscar el cuerpo ajeno que se acople al propio, utilizando sólo como
armas los más simples recursos; y más allá del deseo, de la carne que penetra
en la carne y hiere, lastima y satisface, la necesidad de saberse acompañad@,
encontrar la mitad que se anhela, la que se busca para compartir cada instante
de la vida, porque también su cuerpo era habitado por un alma, donde latía un
corazón.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, lugar donde el
dolor escurre silencioso.
Andrea Guadalupe.
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