domingo, octubre 17

Los muertos que viven en mis recuerdos.


Octubre.2010.   Los muertos que viven en mis recuerdos.

 

A veces, me gusta caminar como desesperada que ha perdido el rumbo.

Sobre todo cuando recorro los senderos que llevan a cementerios con tumbas tranquilas y lapidas anónimas.

Busco como en los templos, los rincones más huérfanos y sentarme a meditar junto a los muertos que en realidad descansan en paz.

En ocasiones, pienso que sería hermoso estar muerta, sabiendo que mi alma no se mantendría en reposo, y no pasaría mucho sin que se pusiera a curiosear en las tumbas vecinas.

Con estas ideas en la cabeza, siento sobre mí las miradas piadosas e invisibles que me invitan a tomar mi tiempo.

Cuando visito los cementerios, siento que estoy en el lugar adecuado para reflexionar en lo que nunca seré, en quienes jamás me aceptaran, y sobre todo en la brevedad de la vida.

Ayer la neblina era cerrada, el ambiente húmedo y frio, el ánimo se encogía y mis pasos me llevaron a un cementerio solo, donde, me dio la bienvenida un angelito de mármol y mirada tierna, que ya se había acostumbrado al cautiverio.

Antes no tenía idea, ahora sé que esas aventuras no son más que una indagación inútil alrededor de mi ataúd, y que los muertos serán siempre una compañía agradable, tal vez como la de los perros, que tienen el mal gusto de ser amables.

Me gusta sentarme entre lapidas, leer, meditar, escribir.

Y cuento esto, porque hoy nuevamente amaneció el día frio, con neblina, el ánimo propicio para un llanto silencioso, lento, sanador.

Tiene algunos años que no visito las tumbas de los muertos que viven en mis recuerdos.

Debí dejar que mi ciudad de origen y las situaciones que forjaron mi historia, murieran en mi memoria.

Soy persona testaruda, quiero volver  la ciudad que se alegro cuando me vio salir.

¿De dónde viene la furia inútil?

No lo sé, sólo que me veo justo frente a la urna donde reposan las cenizas de mi padre, platicando con orgullo mal disimulado de los logros de su nieto en la mecánica, mi hijo.

Y en el Café Parroquia, saboreando un café caliente, negro y amargo, mientras rio y digo: Querido Ricardo, mientras yo viva, jamás descansaras en paz.

Desde BC, mi rincón existencial, Andrea Guadalupe.

 

 


                                             


 


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