sábado, septiembre 5

Las cicatrices no se borran.


 

Tijuana BC Sep/009.  Las cicatrices no se borran.

 

El penetrante olor a carne descompuesta inundaba el ambiente.

¡Huele a perro agusanado!...!Que peste!

Así van a ir apareciendo los muertos, escuche decir mientras me cubría la nariz con el ante brazo.

Mi guía suspiro profundamente, mientras recordaba en voz alta los momentos cuando paramilitares cargaron a quienes señalaron como rebeldes, cuando los treparon para reventarlos lejos, en el lugar donde ya habían preparado las fosas.

Los llevaron en un camión, lejos por una brecha, mi hijo pudo saltar y esconderse, entonces una patrulla se separo de la caravana para darle alcance.

Sólo que el anduvo aprovechando que las piedras grandes no dejaban que se metan las trocas.

Lo persiguieron, le dieron carrilla hasta meterle un balazo.

A todos se los fueron llevando, sólo dejaron a los ancianos, niños y a las esposas.

Querían acabar con los hombres.

En las tumbas colectivas, van a ir encontrando las viudas a sus hombres, los hijos a sus padres, los padres a sus hijos.

El mío pudo saltar y correr para esconderse.

Una pareja de paramilitares lo busco por diversión.

¿Qué podía costarles haberlo dejado que huyera?

Sólo que no, estuvieron siguiendo sus huellas, olfateándolo, jugando, divirtiéndose.

Lo obligaron a tragar hierbas mientras huía, a dormir con el corazón palpitante,

Y cuando se tranquilizaba, lanzaban un tiro al aire para verlo correr. Tropezar, levantarse para volver a caer.

Por la noche, los vigilantes, lanzaban disparos cerca de su escondite…lo enloquecieron.

La pareja de para militares, se divertía en el centro de una guerra sin sentido.

Mientras sus compañeros expulsaban de nuestro territorio a los paisanos, ellos perseguían a mi hijo que corría agotado y sin rumbo.

Sus fuerzas desvanecidas hicieron aburrida la cacería del hombre.

Fue cuando la pareja se enfado de perseguirlo y aquí mismo lo mataron.

De nada sirvió verlo vencido.

Lo obligaron a  hacer con sus manos su fosa para ya no arrastrarlo luego, mientras él, con sus gritos cansados, pedía clemencia.

Los malditos, notificaron por radio que habían cumplido, lo dejaron escuchar que ya lo daban por muerto, cuando aun estaba vivo y difícilmente respiraba.

Entonces lo mataron, le echaron encima escombro y se fueron.

¡No cubrieron bien siquiera el cuerpo!, expreso el chiquillo.

De haber puesto atención, le habríamos visto desde un principio.

¿Cuánto tiempo no le hemos buscado?

Tantos días, qué ya se pierde la cuenta.

Nada es igual después de una guerra.

Los padres se quedan sin hijos, los hijos sin padres, y por más que se quiera lavar la sangre derramada, el olor queda en el ambiente.

Las cicatrices no se borran.

Después, sólo después, se encuentran los cadáveres al paso, los perros sin rumbo, buscando a sus amos, las moscas verdes…la sangre.

Ya no se puede recuperar la vida de mi hijo.

¿Cuándo podremos parar?

¿Cuándo habremos de aprender?

Esto no se acaba.

Acércate chiquillo, mira ese cuerpo que descansa bajo el montón de tierra, reconozco esos pies.

¿Le tienes miedo?

Es mi hijo, es tu padre.

¿Por qué le tienes desconfianza?     Andrea Guadalupe.

 

 

 

 

 

 


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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