domingo, septiembre 6

Muerta desde entonces


Tijuana BC SEP/009.       Muerta  desde entonces

Las horas, los días, los años pasan, a su ritmo, ilusionados por su seguridad de sólo mirar hacia delante.

Atrás van quedando las pasadas metas, aquellos espejismos nacidos de un mundo solitario, de un mundo que se antojaba enorme.

Se murieron muchos de esos sueños cuando el aire los tocó, ese aire viciado de ser respirado tantas veces a través de tantos años, por gente distinta que al final era la misma.

Se murieron y descansan en paz o en el olvido quizá.

 Sólo que quedan los hijos de esos sueños, algunos se dedican a vengar la muerte de sus progenitores y otros se olvidan de donde salieron.

Y el tiempo sigue andando, a su ritmo, atropellando diferencias y almas que se atrevieron a ponerse en su camino, guiadas por la falsa luz de la esperanza en un cambio a mejor, sin detenerse a pensar que no merece la pena morir por nada.

Nadie se acordará de nadie cuando el tiempo pase.

 

Me acomodé sobre las vías a esperar la muerte.

La misma muerte que frecuentemente rondaba mi vida, sólo que nunca me había rendido a dejarla entrar.

Me acosté  mirando al cielo, como quien está cansada y sólo espera a que el sueño le apague el pensamiento.

 Esperando al pesado ferrocarril que se llevaría mi dolor, dejando atrás el cuerpo destrozado con el que diría adiós, agitando al viento un ensangrentado pañuelo.

Me había escondido para tomar mi último tren.

Señalan que soy cobarde, que nunca nada es tan malo como para acabar de esa manera, que la vida no es un jardín lleno de flores, sino un extendido campo de batalla donde unos empuñan espadas de oro, y otros luchan con piedras.

Existen opiniones que expresan que una es digna de retirarse de la vida cuando ya no tiene nada por lo que luchar.

Había salido de la casa después del desayuno, frente a una mesa sin cariño y abundante de café.

Sin algún familiar que lograra poner una sonrisa en mi rostro, o que frecuentara mi estéril compañía.

Hacía demasiado tiempo que no pasaba nada extraordinario, la rutina era un ritmo de días ingratos.

Quise dar una vuelta por el centro de la ciudad, tal vez con la secreta intención de que algo o alguien pusieran en indecisión la idea de morir, que me obligara a buscar la cura para un corazón seco de no latir.

Camine por  las plazas tratando de encontrar gente agradable sentada en los bancos; recorrí sin prisa las avenidas, atenta a algún conocido con quien romper el silencio y volver la hoja, quitar esas telas de araña que desde la mente colgaban hasta mi boca.

Incluso busque las figuras de personas que un día admire

Una simple conocida, una amistad, habría enfriado y puesto en orden mis locas ideas, o tal vez, me habrían convencido para tomar pastillas que me llevaran al sueño eterno.

Vagaba dispuesta a que algo inesperado me desviara a continuar con vida, o simplemente demoraba el camino trazado especialmente para el día, con un objetivo claro del fin que me había propuesto.

Empecé a caminar llevando la cuenta de mis pasos en mente, y en cada uno encontraba una razón más para despreciar la vida.

 Una suicida a veces es lo mismo que una asesina.

Hay asesinas que, literalmente o no, matan a personas por desprecio a su propia vida.

Y hoy, yo iba a ser mi primera y última victima.

 Camine con decisión fuera de la ciudad, por las veredas que se extienden a lo largo de la carretera, y ya cansada de buscar en las calles en las que nunca había encontrado nada, me oculté  para sumirme en mis últimos pensamientos, que no se supo jamás, si fueron para afinar detalles o para evadirme de lo que se planeaba a hacer.

Poco más tarde, me tumbaba sobre los rieles para esperar a ese tren mientras rezaba para que, por una vez en la vida, no se escapara ese también.

Con los ojos cerrados sólo podía sentir el viento en mi cara.

Y sólo oía mi propia voz en mi cabeza.

No tenía miedo, estaba segura, era eso lo que quería hacer con mi vida.

Por fin había encontrado la respuesta a la pregunta que me hacía constantemente.

Y la respuesta era que no quería vivir.

 

Estaba cansada de no ser nadie o en el mejor de los casos, de ser una copia de alguien que a su vez era la copia de alguna otra.

Me cansé de sentirme extraña cuando soñaba y de sentirme vacía de ilusión.

Por eso lo hice, avisé,  nadie me entendió.

Nunca hablé el mismo idioma que los demás en el fondo.

Por eso lo hice.

Abrí los ojos, aunque no sabía si tenía los párpados abiertos o cerrados.

No sabía si tenía cuerpo, porque no era no sentirlo, era no acordarme de si lo tuve.

Sólo apreciaba mi propia voz.

Nada más, no escuchaba nada, me había convertido en una continuación de preguntas y pensamientos.

Pensé que eso debía ser el infierno, al fin y al cabo, me había suicidado y era ahí a donde iban las suicidas me dijeron una vez en la iglesia.

Y tenía lógica, ¿Qué peor tormento que una eternidad en dónde sólo puedes escuchar tus pensamientos?

La mayoría de los vivos huyen de quedarse a solas consigo mismos.

Recordé los motivos que me llevaron a no creer en ninguna religión.

¿Me había equivocado?

Tal vez de haber tenido una vida llena de alegrías, de momentos felices, de metas cumplidas, ahora también sería feliz recordando.

Sólo que no hice nada, busque complicaciones a todo y me escudé en mis planes rotos para no organizar nuevos.

Estaba muerta  desde entonces de alguna manera.

Y ahora tengo la eternidad por delante para arrepentirme

Quizás no sepa lo que diga.

Andrea Guadalupe.

 

                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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