domingo, febrero 8

Y volvi a irme


       

Feb 009.                   Y volví a irme.

 

 

José Ángel  está lejos, en una región del país de hombres y mujeres tristes por la crisis y  falta de empleos.

Solo que él no está triste, entristecida estoy yo porque me hallo lejos.

En un mundo de sal junto al mar, al sur.

Donde todo es al contrario: si aquí hace calor, allá hace frío, y cuando acá llueve, allá no.

Donde los remolinos giran al revés, las estrellas son otras ahí y los nombres de los pescados. Donde hablan un idioma que parece de ayer.

Es curioso escucharles.

Sorprendente, a ratos.

El acento de José Ángel  es distinto.

También nota mi hablar, que es otro, solo que no importa: nos entendemos.

José Ángel lo sabe todo y nada.

A sus siete años fue el más valiente.

 Si han visto a un príncipe, a un detective o un bombero, era él.

 O un astronauta, un superhéroe, un caballero  del zodiaco, el niño ídolo de las multitudes.

De bebé, cuando aun estaba con él y lo cargaba y lo bañaba y le cambiaba pañales y jugaba con él, también le cantaba canciones de cuna.

 Muchas, miles,  canciones tiernas, destinadas a decir te quiero, mi piñata en diciembre, mi banderita de desfile, mi copiloto emocional, mi hijo, mi bendito entre las mujeres.

Estoy contenta, qué bueno que existes, no importa que estemos lejos, ¿o sí?

Qué bueno que cantes., que cantemos.

Son canciones secretas que sólo él y yo las sabemos.

Es nuestra manera de vencer la distancia y la ausencia, el tiempo, la separación.

De abrazos, de jugar, de taparlo cuando tiene frío.

Él, allá, yo, acá, no sé dónde, perdida en mí, incapaz de triunfar y de estar cerca de ti y de todo lo bueno en el mundo.

Canciones secretas, nuestra forma de recordar, de amar.

De ser familia,  ¡Es tan sencillo! ¡Y tan complicado! ¡Estamos tanto tiempo  a solas, tan ausentes! Una vez, tras mucho de no vernos, hizo tal cara de asombro que me entristecí.

Se me llenaron los ojos de lágrimas: Y tú, ¿Quién eres?

 Lo dijo sin palabras, tan sólo esa expresión en el rostro. ¿Quién eres?, dime, porque yo era (me dolió) una desconocida.

Y le canté, bastó que le cantara al oído para reconocerme de nuevo. Ah, eres tú.

 ¿Dónde estabas? Te extrañé mucho, te fuiste un día y no regresaste. ¿Por qué?

 Otro día te volviste a aparecer, cantamos, jugamos, nos reímos, me compraste globos y helados.

Creí que te quedabas para siempre, y me dio gusto.

Solo que te volviste a ir, y no lo entiendo. ¿Qué te crees? ¿De qué se trata?

Yo tengo mis respuestas. La vida, el desamor, los caminos diferentes.

La vida; eso: la vida.

Es una sola respuesta y muchas, a la vez.

Solo que no se las dije. ¿Por qué te fuiste?, insistía.

En lugar de responder le di un beso y le canté nuestras canciones secretas, al oído, para que nadie más las escuchara.

José Ángel  sonrió y me dio un abrazo.

Un abrazo largo y fuerte, cariñoso, también te quiero mucho. Y completó, aunque no sabía hablar y por eso no lo dijo en voz alta: Ya no te vayas… José Ángel era todavía más pequeño; más cerca del bebé que del niño, más cerca del pañal que del calzón, más cerca de la luna que del sol, más cerca de la criatura muda al hombre de hoy.

Aún no hablaba, solo que eso me dijo.

Me lo dio a entender con su sonrisa. No te vayas. No, mi niño, no.

Y volví a irme. Y lloré al hacerlo. Y él también.

Andrea Guadalupe.

 

                                       Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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