Feb/009. Una tarde del día domingo……………………..
Mi padre, en ocasiones, cuando su trabajo le permitía pasar el fin de semana en casa, me llevaba a lo que era el cine Reforma, en aquellos años de mi natal ciudad. Era como ir a la iglesia.
Entrábamos, encontrábamos un lugar, nos poníamos de cara a la luz y dejábamos que la vida habitual se esfumara mientras caíamos a la vasta imaginación general.
Con el disfrute de las actuaciones de Charles Bronson, y películas como Zorba el griego, que fueron tema recurrente en diversas pláticas, nos sentábamos entre fumadores y tipos que comían palomitas, tipos con bocas que no paraban de masticar.
Otros chupaban chocolate, lamían helados, hacían ruido con las envolturas de los caramelos. Era uno de los tres cines más honestos que existió, un lugar para la gente dentro del anonimato masivo, un sentimiento privado, yo me sumergía en la felicidad de las criaturas y después, cuando acaba la función, y salíamos entre la gente, me sentía infinitamente triste.
Después, de vuelta al mundo de la calle, la electricidad nos golpeaba los ojos, las multitudes nos arrastraban, el tráfico quería matarnos
Declinaba la tarde del domingo, caminábamos de regreso a la casa, se iba poniendo el sol, y al día siguiente había escuela.
Me pregunto si así me sentiré cuando acabe la fiesta de la vida, cuando la luz y los colores dejen paso a las sombras de la noche, y a la melancolía de la alegría que se va.
Ahora son mías la canción, la risa, el sabor de la sal, y el de ese condimento que llamamos amor.
¿Luego? ¡No sé!
Sucederá que en el final, no habrá final.
¿Por qué?, ¿Qué otra cosa es nuestro final?
Si no el arribo al ámbito donde no existe el fin. Dixit San Agustín.
Andrea Guadalupe.
Andrea Guadalupe.
Desde mi rincón existencial, donde el sol nace al poniente.
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