lunes, febrero 4

¿Qué cómo estoy?


Febrero 2013.  ¿Qué cómo estoy?

Hoy encontré una mariposa muerta en la esquina de una ventana, me he puesto a temblar como una estúpida.

Alguien me pregunta por qué soy insomne.

La respuesta es que duermo con tantos fantasmas que siempre me caigo de la cama.

La soledad es como el tiempo: relativo y cabrón, en ocasiones, quisiera poder decir; ya no me daña tanto sentirme sola.

Eso significa que ya duele menos el nombre que tiene mi soledad, porque el verdadero inconveniente es el nombre.

El problema es que cuando te duele la soledad, es porque casi siempre duele una ausencia.

¿Estás sola porque quieres, porque nadie te quiere o porque eres mañosa?

Así me pregunta una esperanza.

Estoy sola porque adonde mire, veía un fantasma, porque había espejos en cada esquina, reflejando lo que ya no iba a pasar.

Porque una puede ser una conexión estropeada, una es una que no existe, o que se descascara, o que se arruga hasta no leerse ni una vocal, aunque, otras veces una es algo mejor.

Unas veces soy una novela entera, y tiene sentido, otras veces soy una luz que se desplaza y suena.

En ocasiones, me despierto y hay amistades que invitan a desayunar o libros que no dejan dormir, y no me quedan ausencias en el papel mural, y así, ya no me queda ningún pendiente en la nómina de llantos.

Esas veces, si cierro los ojos, me encuentro a mi misma abrazándome, entonces le soplo un beso en la nariz a esa palabreja rara, soledad, y ella se ríe conmigo, calladita, y ya no grita más.

Un buen amigo que me conoce, dice que mi tendencia a suspirar no es bronquial ni pulmonar, sino mental: Tienes demasiadas ideas, me diagnostica y dice que en acupuntura eso se llama: viento en el cerebro o algo así.

Yo me imagino fisuras entre un área y otra, y en las corrientes de aire que entran y me estremecen de vez en vez.

Pienso en las bajas presiones y en el buen tiempo, en este sol que se asoma en el horizonte y en las brisas que soplan sin nublar.

Pienso en el frío que traigo en el corazón hace ya un tiempo, suspiro y sigo el viento que me lleva al mar.

Me gusta tanto escribir historias, contarlas, leerlas, porque describirlas es ir en contra del caos y la incomprensión, significan un esfuerzo por tejer nudos para hilar realidades o fantasías.

Es la pequeña e insignificante rebelión que utilizo contra el sinsentido un segundo antes de quebrarme con él los dientes.

Es la idea caprichosa de creer que lo que se ordena se comprende mejor, porque esa rara creatividad es también una gota de morfina.

Es pedir, al final de ese plato no elegido, una última golosina, y yo, amparo el delirio de mi lápiz en ese magnífico derecho a la rebeldía.

¿Qué cómo estoy? Deja que te cuente…Por mi afán de escribir, me he curado de la fobia a la oscuridad, ya no cierro los ojos frente al espejo.

Voy por mi casa encontrando diálogos entre los objetos y me alegra pensar que al fin algo traman, abro la puerta y me encuentro con  pasadizos en un libro y en el, una carta para descubrirte en ella  a ti.

Entiendo ahora mi corazón como una casa, y esa casa como un vientre y confieso que no me alcanza con los pedazos de lealtad que generosamente me regalan, no me basta con la solidaridad genuina, con las dentelladas de rabia, con los nombres que pronuncio para tapar tu ausencia.

Cuando llego a casa, cuando me despierto y no está tu piel, cuando convoco con mis labios tus marcas, tus sabores, cuando la nariz se llena de tu aroma, cuando leo lo que dijimos, cuando descubro lo que falta, cuando recorro geografías que recorrimos, no me alcanza.

No me alcanzan los insultos ni las explicaciones no me alcanzan las lágrimas ni los consuelos, no me alcanzan las manos ni la lengua, no me alcanza el corazón.

Tiemblo hundida de invierno, congelada de sorpresa, enferma de abandono.

Me abrigo en un borde que no me ve, oscuro como la confesión de un torturador, sombrío como el mañana que no tuvimos, y todas las luces de la ciudad no me alcanzan.

Siempre pesadillas de abandono, siempre de partida, siempre pesadillas de adiós.

Y cada vez esa voz trayéndome de la pena a la realidad, a la madrugada en que tu pierna y mi pierna son parte de la misma trenza, en la que hay un pecho en el cual descansar y puede una reír de tanta desgracia.

Y luego, una noche, pesadillas de las que me escapo, hasta abrir los ojos, y extender el brazo en una cama vacía, muda, para confirmar la realidad también como una pesadilla.

Me palpo, entumida y fría, me aprieto contra mis brazos, y me calmo a mí misma: aquí estoy.

El tiempo es muy cabrón, te digo, ahora que escucho a mis fantasmas, acunando recuerdos como bebés que han muerto.

Tenemos una noche, una playa, una luna mordida y todo el mar, tenemos una urgencia demasiado aplazada, tenemos un viaje con desvíos, y un retorno con cuentos para despertar.

Me quedo en silencio; te alejas memorizándome, como te memorizo yo, el tiempo es muy cabrón.

¿Qué cómo estoy? Mejor, sonrío durante el día, no lloro con las canciones y despierto sin ganas de que sea ayer.

Escribo menos, no mando mensajes telefónicos, duermo suficientes horas por noche.

Yo diría que normal, con todas las vaguedades del término.

Quiero decir que a veces leo en voz alta y lloro un poco, o me acuesto y reviso cartas antiguas. Digo nombres prohibidos, hablo con los muertos, me escondo en los lugares públicos.

Cosas así, difusas, como hablar con la cafetera, como pasar horas mirando las nubes.

 Nada serio, nada incurable.

Aunque… ¿Sabes? En el ombligo, aquí, me sigue doliendo, y creo que la única posibilidad es eliminarlo.

Me duele antes de dormir y cuando me baño o miro fotografías viejas.

El resto, bien, por eso no se inquieten, en realidad el pulso quedó en otro sitio con la sangre. Todo bien.

Todavía, sí, vienen por cualquier cosa, los temblores, alguien diciéndome cariño, la puta luna llena, ups, perdón, la tristeza que me hunde cada vez que hace frío y me preparo un café, la ternura del insomnio, el miedo de los sueños, el hábito de hacer afirmaciones con la entonación de quien pregunta, las lecturas huérfanas que no pude compartir.

También estoy diciendo menos malas palabras, casi nada.

Aunque sí, bien, cada día más sana: no corro por las calles en horas imposibles, los pasos casi siempre me conducen hasta mi casa, ya casi no me importa que el rosal color durazno se haya muerto, ni que se caigan las mariposas de mi pared. ¿No te lo dije? Mucho mejor.

Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, el lugar más mítico del mundo, donde las lenguas se aman y unen en el; Hello, O, key, Bye Bye, y el verbo to be.   Andrea Guadalupe.  

                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 

No hay comentarios.: