domingo, febrero 3

Le pude sorprender aquella noche…

Febrero 2013.     Le pude sorprender aquella noche…

Esa noche llegué temprano a casa, el trabajo no estuvo pesado y pude regresar temprano.

En mi mente la idea de encontrarle sin dormir aun, me enloquecía, planeaba un festejo romántico; pensaba ingenuamente que con eso llenaría los vacíos que dejaba el trabajo.

La lluvia caía cada vez más duro, como anunciándome la tragedia, aunque no la quería oír, hacía mucho tiempo que no vivía, era un zombi producto de una sociedad consumista que cada vez se hundía más en su propia miseria y rutina: trabajo, deudas, café, presiones, noches de insomnio y más café.

Cada fin de mes un sueldo que apenas cubría mis necesidades y la certeza de que el mes entrante sería igual.

Al principio me fue difícil adaptarme a una rutina tan espantosa, me había convertido justo en eso que tanto odiaba y criticaba.

Mi único escape a esa vida sin dirección y a la vez con metas firmemente trazadas, era mi pareja.

Le conocí en un parque, fue tan hermoso ese día, ¿cómo olvidarle?

Estaba ahí sentado, con su guitarra y su voz haciendo un poco más alegre con sus canciones la vida de personas infelices como yo.

 Mi meta de ese día era el suicidio que siempre estaba entre mis planes, quizá vio mi rostro y entendió que quería abandonar la vida.

Justo cuando pasé a su lado me sonrió y detuvo la canción, me invitó a sentarme a su lado y acompañarle.

No distinguí lo que me dijo, seguí caminando, como una mujer que se abandona a sí misma, porque después de todo eso era yo… Sólo que se paró y corrió hacia mí, me tomó de la mano y me detuvo, en su mano izquierda llevaba la guitarra.

Cuando alcé la vista y vi su rostro entendí que era  con él, con su sonrisa y su cabello largo y despeinado que quería levantarme todos los días del resto de mi existencia, existencia que de no haber sido por él no habría tenido más.

Ahora le amaba tanto, aunque el tiempo ya había hecho estragos en nuestros espíritus y nuestros cuerpos, aún así seguíamos juntos, la rutina se había apoderado de mí y ya no lo hacía feliz.

Por eso quería sorprenderlo esa lluviosa noche.   

Caminé hasta la casa, la lluvia me besaba con fuerza, busqué  entre mi bolso las llaves y abrí la puerta, al entrar oí gemidos, al principio me aturdí luego de un rato descubrí que eran de una mujer y que provenían del segundo piso, despacio subí las escaleras y la puerta de mi cuarto, de nuestro cuarto, estaba medio abierta, pude distinguir una espalda que se asomaba por las sábanas blancas que yo había puesto el día anterior.

La mujer seguía gimiendo y retorciéndose sobre el hombre que un día me dio una razón para vivir y ahora me daba otra para morir.

Sus manos acariciaban la espalda de quien  ahora le hacían sentir, en la cama donde yo algún día también lo hice.

No soporté más, retrocedí unos pasos, no sabía si entrar y gritarle a él, el dolor que sentía, el odio que me invadía y se apoderaba de mi por completo, o simplemente irme, desaparecer de su vida, así como desaparecí de la mía hacía ya tiempo.

En un intento desesperado por calmarme me tapé la boca para evitar que escucharan mis sollozos, las lágrimas brotaban de mis ojos a goterones,  como la lluvia del cielo, que hacía solo unos instantes me había avisado la tragedia y no la quise escuchar.

Duré no más de dos minutos atragantándome con mi propio llanto y mi dolor, dolor que solo yo comprendía; me sentía menos mujer, después de todo buscó en brazos de otra el placer que quizás yo no le brindé, la belleza que yo había perdido hacía tiempo.

Mientras pensaba, tirada en el piso, sentí de nuevo el llamado de la vida, olí flores frescas y bajé las escaleras, suavemente fui hasta la cocina, mientras las lágrimas al igual que los gemidos de la mujer de arriba, cesaban. 

El olor a vida me llamaba, ya sabía qué tenía que hacer, el cuchillo que reposaba en la mesa pasó a mi mano y el aroma a flores frescas lo percibía cada vez más cerca.

Cómo extrañaba yo los días en que olía flores y buscaba mariposas, extrañaba los días en que oía los cantos del viento y la risa del agua, extrañaba los días en que … vivía…

Subí de nuevo las escaleras, no me importó hacer ruido, abrí completamente la puerta y los vi allí.

Estaban abrazados como dos seres que se aman, abrazados como un día yo lo abracé, el ruido de la puerta al abrirse los hizo notar mi presencia.

Recuerdo la expresión de sorpresa, me vio a los ojos y bajó la mirada… y ella, ella sólo trataba de vestirse torpemente.

No me dijo nada, no había nada que pudiera decirme… mientras yo sólo pensaba a cuál de los dos asesinar primero.

Me decidí por ella, finalmente fue más el hecho de que fuera joven y bella lo que más me hería, así que tomándola por el cabello introduje el cuchillo en su vientre tantas veces como me fue posible, la sangre no se hizo esperar  y el olor a flores frescas invadía mi olfato, podía oír el canto de la lluvia al caer sobre el tejado; terminé con ella y caminé hacía él que permanecía inmóvil, no creo que me creyera capaz de hacer algo como lo que acababa de hacer,  lo tomé también por el cabello.

Aunque él de un golpe se soltó y me  empujó, recuerdo tanto su expresión de desconcierto y sorpresa, caí al piso levantándome casi inmediatamente y atacando de nuevo contra su pecho, contra su rostro, contra sus ojos y su sonrisa, clavé el cuchillo en su carne mientras me veía, joven, en un jardín de flores humedecidas por el rocío y el viento levantando mi cabello y haciéndome soñar, las mariposas jugueteando a mis espaldas y una sensación de tranquilidad y paz. 

No estoy segura de cuánto tiempo duré en ese aturdimiento, sólo sé que fue el suficiente para sentirme viva otra vez…

Todavía tengo su sonrisa guardada en el alma y su sangre seca en mi rostro.

Ahora puedo decir que logré mi objetivo, finalmente le pude sorprender aquella noche…

Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, ciudad frontera simbólica entre Latino América y Estados Unidos.

Andrea Guadalupe.

 


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 

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