domingo, febrero 10

Lo único que puedo hacer es cerrar los ojos y teclear palabras.

Febrero 2013.    Lo único que puedo hacer es cerrar los ojos y teclear palabras.

Es parte de mi naturaleza el despertarme cuando el crepúsculo matutino empieza a rasgar las sombras, espacio y tiempo de nadie.

 A esa hora, paseo por la casa y en ocasiones, se me escapa una gaviota en alas de un de un suspiro.

Entonces me doy cuenta de que sigo anclada a un lugar donde los sueños llegan empujados por las olas, sin más melodía que el rumor del mar acariciando las rocas que lo limitan, aunque a veces, se quedan al pairo largo rato... Hasta que el olor del café me devuelve a la orilla.

Amaneceres ya menguados éstos de febrero que se abrazan, resistentes, a los aparejos del invierno.  

El mar, antes resplandeciente, se va quebrantando por poniente.

El horizonte va descendiendo y si elevamos la mirada, podremos ver cómo la cola del ocaso aún serpentea al otro lado.

Las mañanas son grises, los árboles, desnudos de hojas, dan a las desiertas calles un aire de postal melancólica, las pocas personas que se enfrentan al frío se defienden de él con gruesos abrigos, bufandas, gorros, es como si fueran montañas de ropa que se inflarán al nacer la mañana y se desinflaran al caer el sol.

Imagino que no hay nada en su interior, que sólo están llenas de aire caliente, de ese vaho que se les escapa por la boca en forma de humo blanco, como si fuera su alma.

Caminan rápido, sin tiempo para fijarse en sí mismos o en quienes les rodean, incapaces de apreciar la estudiada coreografía que componen caminando, o esperando en la parada del transporte publico.  

Hace unos minutos que ha dejado de llover, aunque las nubes siguen tapando el sol,  rendido el cielo, las gotas de lluvia continúan cayendo con una rítmica cadencia que debería demostrar la existencia de una fuerza superior, capaz de ordenarlo todo.

Ahora que la tormenta ha parado, se nutre del agua que cae desde el techo de un negocio, cada gota tarda cuatro o cinco segundos en desprenderse de él.

En cuanto una se precipita al vacío, comienza a crecer la siguiente.

Se hincha poco a poco, hasta que pesa demasiado para continuar aferrada, al impactar en el charco, crea pequeñas ondas que se deslizan sobre la superficie.

No sé, si es una metáfora de la vida o de la muerte.

Este 2013 me propongo ser feliz, así que no cumpliré años, sólo sueños.

¿Sabes? Me gustaría tener un lugar al que llamar nuestro, un lugar en el que siempre sea de noche… y verano.

En el que no haya lámparas, para que podamos ver bien las estrellas, escondido en medio de la ciudad y con un banco, para que pueda sentarme a esperarte en él.

Un banco desde el que te vea llegar de lejos, como las promesas que nadie rompe, las promesas lejanas que se acercan paso a paso, demasiado despacio como para convertirse en realidad, sólo  que siempre llegan, como tú cada vez que vienes a buscarme a mi rincón existencial.

Siento nostalgia, aunque, quien nada tiene, nada puede perder… A veces estoy triste, sólo que no es por lo que tuve, es por lo que no llegué a conocer.

Ya no espero nada de la vida, así es más fácil disfrutar de las pequeñas cosas, de las que amenazan con morirse en cualquier momento, como esas promesas que parecía que no llegarían nunca a convertirse en realidad; y de las estrellas fugaces que rompen el equilibrio del cielo nocturno, igual que las lucecitas rojas de los aviones.

¿Cuáles la diferencia entre una estrella fugaz y la lucecita roja de un avión?

Se pueden comprar pequeñas partes de mar en el Pacifico, podría mirarlos desde aquí e imaginar que estamos allí.

Tal vez, así todo cambie.

Me encantaría despegarme del suelo y caminar sobre el cristal del espejo del mar.

El Mediterráneo, no está tan lejos como parece.

Refleja la luz de sol, hace calor y es un mundo de historias, como la  vida que me ha tocado vivir.

He aprendido a flotar sobre un mar de nada, a navegar entre sus olas sin tener que chillar órdenes.

Escucho la marea del tiempo golpear contra el madero de mi pequeña embarcación y me pregunto, qué clase de persona desea huir en un segundo y dejarse arrastrar por la corriente justo después.

Reconozco que no necesito un nosotros y el mundo me mira escandalizado.

Ahora sólo quiero despegar los pies del suelo y alejarme de la tierra guiada por el deseo de llegar a alguna parte en el Pacifico.

¿Puedes entenderlo? ¿Te gustaría comprenderlo? No, eso sería… ¿demasiado adulto?

¿Ahora haces tú las preguntas?

Yo siempre soy quien hace las preguntas, sólo que tienen forma de respuesta… Me cuestiono en afirmativo, eso significa que tengo ganas de vivir.

Tal vez, si le hago suficientes preguntas a las preguntas, terminan convirtiéndose en respuestas que no sean preguntas, aunque estén equivocadas.

Ahí está el secreto.

Cuando mis pies pierden contacto con el suelo, siento una corriente de aire elevar mi cuerpo, empiezo a flotar y noto como la tierra trata de abrazarse como si fuera a echarme de menos y quisiera entrelazarse con mis mulos, para que no me alejara de ella.

Es la melodía de la narrativa, la que me envuelve como si fuese una corriente de aire, y me hace volar.

 Sonrío fascinada sin pararme a pensar en la lógica del momento ni de los hechos, es simplemente una oleada de felicidad que me golpea el pecho, sin sentido, un soplo de aire fresco basado en la libertad.

Tan simple es sentirse rodeada de paz., tan simple como pasar la noche en un desierto.

Sólo hay que aprender a adormecer las voces y los susurros del viento.

Quizás sea esa la única respuesta posible, el silencio.

Siempre es algo sobre algo sumando una perfecta ausencia de sentido en el interior.

Estática allí donde nadie puede limitarse a guardar silencio, y hasta la arena del desierto grita mientras los seres humanos pierden la voz reclamando respeto, y tal vez, sea esa la única respuesta, taparse los oídos para no escuchar nada.

Se llena el mundo de promesas como el reloj de arena de granos que desfilan en perfecto orden, en un orden sin sentido, como las promesas.

Pierdo el camino siguiendo una palabra, o un olor asociado a una emoción, o una emoción asociada a una persona… o un recuerdo.

Un recuerdo felizmente perdido, como los enfermos terminales, que tendidos en la cama sonríen ante lo que fue porque lo que será ya no tiene sentido, y aprenden a llorar con el alma en calma o rebelada contra sí misma, con odio o amor, con las manos vacías o los puños cerrados.

Y puede que ahí esté la capacidad última de decisión, en abrazar la vida tal y como viene o en luchar contra la misma muerte cuando ya es inevitable, cuando no es más que la siguiente parada de la vida.

Tengo miedo de que me rompan el silencio y no me dejen aprovechar la vida con sus promesas.

Y cuando tengo miedo, lo único que sé hacer es…guardar silencio.

Me imagino caminando hacia el mar, sin nada en mi bolsa, sonriendo y un extraño calor me llena.

Tal vez, es por la melodía, porque hoy es uno de esos extraños días en los que puedo escucharla y dejar que guíe mi vuelo.

Cierro los ojos y disfruto del viaje sin ver nada a mí alrededor.

A cabo de descubrir por qué me gusta la noche, es cuando más huele el mundo a mañana… en el silencio, sigo un arcoíris de emociones que me llevan del lado diáfano de la vida a otro repleto de grises.

La puerta de las emociones se abre como un abanico lleno de opciones.

El próximo estado emocional sólo depende del siguiente segundo.

Cierro los ojos.

Mis dedos conocen cada una de las teclas que presionan de memoria, son lo más parecido que tengo a las lágrimas.

Lloro a través de ellas, son mis emociones, mis fibras nerviosas, sólo puedo presionar teclas, intentando crear un mundo triste, hermoso y desprovisto de maldad.

Mi cuerpo siente la melodía de las palabras y la oscuridad me sobrepasa conforme llega la tristeza, no me invade, sólo me sobrepasa.

Es como un fuerte viento que sopla a favor, haciendo que el pelo te tape la cara y que la chaqueta se te agarre a los riñones.

Como una aurora boreal de eternos matices cromáticos que desprende un universo de futuros extraviados, de tristezas, de sentimientos de pérdida, como una dulce nostalgia que te mece en sus brazos antes de llevarte a la cama.

Quizás pertenezca a la cara oculta de la luna, quizás sea ese cuarto menguante que se esconde a los ojos de quienes son normales, quizás sea el reverso de la moneda.  

Yo siempre me siento sola, y lo único que puedo hacer es cerrar los ojos y teclear palabras.

Sólo tengo los distintos matices de la tristeza soplando a mí alrededor, los grises bucólicos de una tarde invernal, los rojos de un atardecer solitario visto desde el recodo del camino, el violeta de la ropa interior de un cuerpo que está demasiado pegado al mío, el negro de mi alma, y el azul oscuro de esas mentiras tan trabajadas que coquetean con la verdad.

Voy buscando felicidad debajo de cualquier piedra, dándoles tímidas pataditas, no sea que se asuste y salga corriendo, o se entierre todavía más profundo.

Créeme, hay que tener mucha fuerza de voluntad para pasar toda la vida buscando.

Hay gente que se cansa y se dice a sí misma que ya la ha encontrado, sólo que es mentira y algún día lo descubrirán.

Entonces no sabrán con quién estar enfadados, si con ellos mismos por mentirse o con ellos mismos por haberse creído.

Sí, hay que tener algo especial para seguir buscando siempre, incluso con un corazón lleno de lágrimas y soledad.

Soy de las que buscan un tejado en el que sentarse para mirar hacia el cielo sin ver nada, porque les llena el ruido de la calle, de las que son capaces de estar pensando durante horas, con la mente en blanco, o de tener mil ideas con las que arreglar el mundo, aunque sea imposible ponerlas en práctica.

No hay más Dios que una sonrisa, nos decimos, y sí Dios existe, nos da la razón.

Y también siente envidia, porque le gustaría pertenecer a nuestra comunidad, aunque no puede, Él lo sabe todo, y nosotr@s sólo tenemos dudas.

Es hermoso vivir con dudas, siempre estás dispuesta a dejarte convencer por cualquiera, o al menos a escucharle.

Encuentras la verdad allí donde haya un Dios dibujado en los labios de un niño, su madre, un hermano o un amigo, aunque los credos sean distintos.

¿Qué soy? Soy la mentirosa que se cuenta quimeras para seguir viva y, de paso, tratar de recordarle al resto del mundo que aún respira.

Soy de las que cada vez le cuesta más distinguir un sueño de una mentira.

El resto del tiempo me pierdo  por el mundo.

Mientras tanto, espero que sigas siendo feliz, porque no puedo dejar de acudir a tu lado cada vez que estás triste.

Y mientras eres feliz, simplemente camino hacia cualquier otro lugar, al que me lleven mis piernas, que siempre han sido más listas que yo.

Cesa la música, me despido.

Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde una vez más, me asomo a la ventana y grito tu nombre, y ni el eco me hace caso, cierro la ventana, vuelvo a la cama y me pierdo en mis sueños para encontrarte en ellos, alegre de verme, de abrazarme, de quererme.

Otra mañana más que sólo la palabra escrita calma mis penas.  

Andrea Guadalupe. 


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 

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