martes, junio 21

una suave y aterciopelada piel como un durazno de ternura.


Cuando...nació, lo vistieron, como a todos los niños, de azul, y su madre trató que la habitación también tuviera decoraciones y detalles del mismo color. 
Cuando salió del vientre materno nadie preguntó: ¿ve? ¿está completo? ¿de qué color es su piel?, sino: ¿varón o hembra? y la respuesta fue: ¡hombre!, ha tenido un varoncito, señora, y es fuerte y vigoroso. 
De haber nacido mujer, los adjetivos habrían sido: es linda, delicada, suave como las rosas.
El no se pudo dar cuenta a escasos segundos de haber nacido, lo que a lo largo de su vida iba a representar aquella frase: ¡es un varón! 
Porque no hay nada que cueste más que llegar a serlo satisfactoriamente, tanto en el interior del propio varón, como en el exterior, es decir, en la sociedad que siempre mira la paja en el ojo del vecino y nunca la viga en el propio...
Como todos los varones, iba a cargar durante su vida con los siguientes lastres: permaneció nueve meses en el vientre de una mujer, fue amamantado durante un año en los pechos de una mujer, fue educado...en lo esencial...durante años por una mujer, y finalmente se casaría con una mujer.
 De haber sido hembra, los tres primeros hechos enriquecerían su feminidad. 
Sólo que...por no serlo, toda la vida tendría que pasar luchando contra esa fémina que en él se interno desde el vientre, los senos y la educación de su madre.
 La teoría de Jung, nos dice que el ánima es un fragmento de mujer en el interior de todo varón. 
La química y la biología nos informan que todo hombre tiene también hormonas femeninas y que, para terminar de hacer más conflictivo el cuadro, hoy la ingeniería genética nos ha demostrado que el hombre lo es porque en él hay un cromosoma X (femenino) donado por su madre y un cromosoma Y (masculino) donado por su padre. 
En tanto que las mujeres son XX, es decir, para ser contundente, doblemente mujeres. 
Todo esto lo ignoraba en el momento ritual en que el doctor dijo: ¡es un varón, señora!
En el trayecto de su existencia , conducido por las mareas sociales, que empujan con la fuerza de su estupidez falsa, ciega y pervertida, tuvo que ir realizando transformaciones, protestando renuncias y asumiendo papeles que, ensombrecieron su vida, y  él iba cumpliendo, más que todo, por un gran miedo, el gran miedo que domina la jornada de todos los hombres: el afeminamiento, la suavidad, la dulzura, la ternura, el llanto, porque los hombres no llora, la pasividad, el amaneramiento, la delicadez y, por sobre todas las cosas, los gestos, las nalgas y la calidad de lirio.
A los cuatro o cinco años, ya estaba asintiendo a la rudeza que hace a los verdaderos hombres: comenzó a recibir clases de ser hombre, a no llorar jamás, a dar la mano fuerte, a evitar el contacto y las muestras de cariño hacia otros niños y a su padre, a reír melodiosamente, a hablar utilizando palabrotas, a los diez años decía quince veces puta, en una oración de doce palabras y, desde luego, a fumar y con el tiempo a tomar. 
El pelo, casi rapado, y las nalgas agarrotadas y tensas para que nadie lo confundiera.
Con todo lo anterior y que este entrenamiento y las conductas se fueron volviendo más y más duros conforme los años pasaron, sentía en su interior dulzura, ternura, le atraían los muchachos de su mismo sexo y, sobre todo, experimentaba unas ganas inmensas de llorar ante diversas cosas de la vida. Todo esto se lo tenía que aguantar. 
Tenía que matar a la madre dentro de él, a la mujer dentro de él, a la feminidad dentro de él. 
Nunca lo logró, porque es imposible. 
La identidad del hombre es, genéticamente, XY. 
Sólo las mujeres gozan del privilegio de serlo doblemente, son XX...
Nunca lo logró y, es más, cuando leyó la novela: El Jardín del Edén*, de Hemingway, en la que este supermacho, alcohol, mujeres, cacería y pesca, confiesa que en su mente, desde la infancia, hay una confusión de identidades; y luego la novela : Norman Mailer, Los hombres duros no bailan , su mundo comenzó a derrumbarse.
 Quería decir que a todos los hombres les cuesta espantosamente mantener la falsa coraza de la hombría, esa máscara fiera hostil, amable del poderoso hombre, que busca y desprecia a las mujeres por suaves, lloronas y tontas, y no sólo a él .
Desde luego, en la ciudad, más bien aldea inmutable en que vivía, todos son machos y ninguno, jamás, se ha sentido atraído por otro hombre, en el sentido que sea. 
¡Faltaba más! A ellos, sólo las mujeres, para montarlas rápidamente y luego irse de tragos. 
Y esto lo sostienen a morir, más que ningún sector, los militares y los hombres duros.
¿Cómo podría ser de otra manera, si ellos se comen las gallinas crudas ?   
Sentía, a veces, que acaso parte de su ser estaba conformada por femeninos lastres . 
Y esto, le producía unos ataques de pánico destructivos.
 Que una o dos veces al día una voz de mujer hablaba a ratos en su corazón, a ratos en sus genitales.
 Y...comenzó a pensar en el suicidio, porque había que matar, de algún modo, a esa maldita hembra que, como otra personalidad, se mezclaba con sus deseos de hombre.
 El que se suicida quiere matar la parte que de él le desagrada, ante su imagen ideal.
Su imagen ideal, no su imagen real, exigía que fuera macho, hombre hombre. 
Rasgos de mariquita, ¡jamás! 
Ni llorar, ni ser suave y tierno, ni conmoverse.
 Al contrario, duro como el acero.
Tomó la escuadra, la montó, puso el cañón dentro de su boca y disparó.
Y en ese instante, lo mejor de...voló hacia el mar: Un fragmento de mujer que lo hizo ser amado por todas las hembras que había poseído en su vida. 
Las que lo quisieron porque, luego de penetrar, podía cubrirlas con una suave y aterciopelada piel como un durazno de ternura.
                          Andrea Guadalupe.





                      

1 comentario:

LDMF dijo...

Excelente. Gracias.
Ojalá se difundiera. Haré lo propio en mi intento por comprender la masculinidad.

Luis Daniel. DF, Méx.