miércoles, julio 17

Una sonrisa irónica...

Jul. 2013.                     Una sonrisa irónica...
Le miré, me miró,  sonreí y sonrió.
Yo sabía que no podía ser real, sabía que hacia un tiempo ya, había dejado esté mundo.
¿Eres un fantasma?, No, soy un recuerdo.
Volvió a sonreír, esta vez sin ganas, y desapareció en el olvido.
Me levanté del suelo sacudiéndome la ropa.
Miré a mí alrededor y vi una silueta que se acercaba con prudencia.
Le reconocí entre las nubes de polvo que dejaba tras de sí el pick up que se alejaba, era mi padre.
Ups, si tú habías muerto... ¿cómo...?, Dije entre sorprendida y emocionada
Sí, hija, llevo esperándote años...
Y nos fuimos, ahí donde aguardaban el resto de mis ancestros, a seguir esperando...
Sujeto como puedo un tronco a la deriva, siento que mi alma se hunde en el fondo de la vida, y justo en ese momento en que mi aliento se apaga, un golpe de mar me eleva a la superficie clara, y en la cresta de la ola, respiro a fondo y sonrío, y siento mi alma viva, un segundo todavía devorando ese aire.
La mar me vuelve a devorar, ahora floto a la deriva, subo y bajo sin destino, los pulmones que me estallan y el corazón malherido.
Cuando creo ver la orilla, una corriente me arrastra, devolviéndome a lo incierto de una marea encrespada, jugando con mi indolencia, matándome a bocanadas, y solo pido a la vida, que me deje en buena playa.
Oh, gran maestro, tú que has vivido mil vidas y viajado por mil tierras; tú que has pisado desiertos y valles y has vivido en la ciudad de los inmortales, respóndeme a esta pregunta que me asfixia y me perturba hasta no dejarme dormir por las noches ni disfrutar de los días: En el amor, ¿quién es más fuerte, el corazón o el cerebro?
Hija mía, no he vivido mil vidas ni he viajado por mil tierras, no he pisoteado más desiertos que cualquier viajero, tampoco, he conocido a más inmortales que al viento y a la montaña.
Aun así, he vivido muchos años y he conocido a los seres humanos, y te diré que en el amor, cuando vence el corazón, el que pierde es el cerebro, sólo que, cuando vence el cerebro, ambos  salen perdiendo.
Dicen que aquella noche se volvieron a escuchar los lamentos de aquel viejo maestro, rasgando la quietud de la luna en el desierto.
Satanás, te tengo una pregunta: ¿Por qué Dios te convirtió en lo que eres?
Te contaré un secreto: Fui yo quién convirtió a Dios en lo que es.
No todos aquellos peces se conocían desde pequeños, algunos tan solo de vista, otros eran familia lejana, se encontraban ahí, también, los que hacían comentarios graciosos, mientras que otros intentaban únicamente sacar provecho del resto.
Sin duda habían caído en una red social.
Vi cómo se acercaba mirando para otro lado, como si no viniese hacia mí.
Noté como se sentaba a mi lado con una sonrisa entre sarcástica y tímida.
Con todo el dolor de mi alma, mirándole cara a cara, sólo pude decirle: Hola, aburrimiento.
Hay mañanas en las que me despierto y no me levanto, aunque las peores son aquellas en las que me levanto y no me despierto.
Me duele el alma...te la vendo.
No, no compro almas dolidas.
Alíviala entonces...
No puedo, sería competencia desleal.
Mugre  Satanás...
Empiezo a teclear sin saber cómo acabará esto, una idea, un pensamiento, una coma más y punto.
Mientras tanto acudo a la ortografía para poner otro punto y aparte.
Me rebelo enojada ante la huidiza capacidad de las ideas para esquivar mis ansias de crear, hoy no es el día, mañana quizás, tres puntos y lo dejo en el aire...
En mi infancia, quería crecer para entender el mundo, luego me hice adolescente y luché porque el mundo me entendiese a mí.
Ahora, el mundo y yo no nos hablamos.
De entre todos las aprendices, aquella era la más inquieta y curiosa.
Una tarde paseando junto al maestro en su habitual meditación, se detuvo pensativa, dejando en evidencia que una idea rondaba su cabeza.
El maestro se acercó a su altura y despojándose de su ceremonial capucha le exhortó a contarle el motivo de su preocupación.
Ella preguntó entonces: Maestro, ¿Qué puede hacer a una mujer más grande de lo que ya es?
El maestro no tardó mucho en contestarle: Un gran corazón puede hacer a una mujer más grande.
Sólo que, la discípula, era más curiosa de lo que imaginaba, y trató de llegar más lejos, preguntando: Sí, aunque, dígame: ¿Qué puede hacerla más grande si ya tiene un gran corazón?
El maestro pensó un instante, no demasiado, menos del tiempo que tarda en caer una hoja desde la copa de un árbol, y contestó: Después de un gran corazón, una mujer puede hacerse más grande con una gran inteligencia.
Y aunque, afirmó, no estaba aún satisfecha y siguió preguntando: Y después de esas dos cosas: ¿Qué haría que una mujer aún más grande?
El maestro necesitó meditar unos segundos, no más de lo que tarda el trueno en manifestar al relámpago en la montaña lejana, y al fin contestó: La tercera cosa que puede hacer a la mujer más grande, es la sabiduría.
El maestro se sintió satisfecho y no esperó una nueva pregunta, sólo que la alumna, aún no veía colmada su necesidad de saber, y volvió a preguntar: Si maestro, aunque: ¿Qué podría hacer que una mujer, aun teniendo todo lo que dices, fuese aún más grande?
El maestro la miró con una expresión que no había adoptado en años de pacífica meditación y  armonía, por un momento el trueno en la montaña temió por su superioridad como el sonido más fuerte del valle, sólo que el maestro reflexionó, respiró como solo lo sabe hacer un maestro entrenado en las más ancestrales artes y contestó con calma: Si una mujer se ha hecho grande mediante su gran corazón, luego más grande con su inteligencia y finalmente ha vuelto a ser más grande a través de una gran sabiduría, la única forma de ser aún más grande es usar tacones.
Ella, nunca olvidó aquella lección.

Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde la vida me sonreía, y yo era feliz…hasta que descubrí que se trataba de una sonrisa irónica... Andrea Guadalupe. 

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