miércoles, julio 10

Recuérdalo, recuérdate.

Jul. 2013                   Recuérdalo, recuérdate.

Andrea, sé bien que tienes miedo y que no tienes la práctica que se requiere para escribirte una carta a ti misma…Sólo que… tienes que hacerlo hoy que recuerdas.
Hoy que es espantoso, aunque con muchas posibilidades de que con el paso del tiempo, tu reflejo dejara de serte conocido.
Hoy, tienes en mente a tu padre y la carta que le escribió a tu madre antes de morir, en donde relata a principios de enero del 2003, pocos días antes de su muerte, que necesitaba a su compañera de toda una vida, porque ya se le olvidaban las cosas.
Y recuerdas a tu madre,  ella sentada en una esquina, la dejaron ahí, junto a la ventana para que mire al exterior, sola, como un mueble obsoleto o un estorbo.
Todavía conserva en su rostro la mirada dulce de la niña que fue, la piel de la cara se mantiene tersa, pura, suave, en cambio la piel de sus manos y de sus brazos se han convertido en algo tan frágil como un papiro.
Dicen que no habla, no es cierto, dicen que habla sola o que le habla al aire y no es cierto: ella le habla algún ser de su pasado alojado en su memoria, que ha olvidado el presente y se ha refugiado en los días de ayer.
¿Cuándo se rompió su vida?
¿Cuándo se rompió su memoria?
Nadie escucha, ella solo habla de los días de ayer.
Ella está más a gusto, estancada en esa realidad que se quedó inmaculada y detenida entre su infancia y su última juventud madura.
Ella, habla de niños con las rodillas destrozadas, de hambre, de muñecas de cartón...
Dicen que no habla y no es cierto, su memoria ha escogido su tiempo porque tal vez no le gustaba lo que estaban viendo sus ojos o tal vez para que siga existiendo el mundo, algunos seres deben dejar de recordar los días de hoy, para dejar espacio a los recuerdos jóvenes.
Quizás el Universo sólo tenga un una capacidad limitada de memoria, y sea indispensable que haya gente como ella que olviden, quizás en el Universo se inventaron los libros donde se escriben y se cuentan historias con ese mismo fin: el de dejar memoria libre para que el resto pueda seguir con sus vidas y pensar que el Alzheimer es una enfermedad caprichosa.
Aunque, ella sigue siendo la mujer de siempre: no es un estorbo, ella es una mujer a la que a veces se le enciende una luz y reconoce un rostro, recuerda un nombre o formula una pregunta sincera y coherente.
¿Quién sabe?
Y está, es una carta a tu reflejo, un intento desesperado por evitar lo inevitable, por evitar que te borres a ti misma por completo.
Cuando te mires al espejo, y encuentres unos ojos descaradamente soñadores, grandes, de color café, que se los debes a tu padre.
Ojos con una mirada que retaron a tus superiores y lloraron de felicidad, frustración y tristeza cada vez que la vida les dio oportunidad.
Tu nariz jamás te gustó, eso puedes olvidarlo.
Tus labios los mordías para darles color, no eras muy entusiasta con los labiales.
Solían ser la parte más expresiva y menos controlable del rostro, tan incontrolable como las palabras que pronunciaban.
Fueron muchas, por cierto, era poco lo que dejabas de decir.
Tu cabello significó tu primer campo de batalla, una guerra que sin duda alguna él ganó.
Pocas veces te has sentido tan libre como el día en que aceptaste su soberanía y entendiste que estar siempre despeinada no era malo, era divertido, y que una cabellera con personalidad propia era un misterio que te sorprendería cada mañana de tu vida.
Tus orejas no te preocuparon hasta que leíste que es de las partes del cuerpo que nunca cesa de crecer.
Entonces, sufriste por una Andrea anciana y las orejas con las que tendría que lidiar.
Entrar en detalles sobre tu cuerpo sería extenderme más de lo que me atrevo a esperar que seas capaz de leer.
Confórmate con saber que tu carácter no habría sabido qué hacer con más encanto o altura.
Lo sentías como un regalo, una facilidad, un dilema menos.
Te procuró admiración al igual que respeto y se mantuvo estable a través del tiempo.
Todo lo que tu mente no supo hacer.
Te gustaban mucho tus manos, abraza ese sentimiento, respíralo, procésalo, antes de que empieces a levantarlas a la altura de tus ojos, a mirarlas con extrañeza.
Al parecer esperando una razón, algo, lo que sea, que las justifique.
Olvidarás, está claro, escrito y sellado: Los nombres, las calles, los libros.
Olvidarás lo que te gustaba y lo que no, olvidarás los quienes, los grandes y los pequeños quienes.
Al amor de tu vida, al olor de tu padre al abrazarte, aunque nada de eso se compara siquiera con la falta de olvidarte a ti.
Tú, que ya te habías perdido alguna vez entre obsesiones y melancolías; tú, que contra el mundo lograste recuperarte a ti misma; tú, que dejaste de temerle a casi todo, sólo que nunca a la posibilidad de perderte nuevamente; tú, estás aquí, hoy, frente al olvido, y a lo único que no me resigno es a que olvides que te amas.
Andrea Guadalupe, lo hiciste, conseguiste ser de las pocas personas que después de ver lo más feo de sí misma, se perdonó y se amó profunda y totalmente.
De todos tus éxitos, ese es el mayor.
Recuérdalo, recuérdate.
Andrea Guadalupe. 

1 comentario:

Roberto García dijo...

No me canso de leer esta historia, y cada que la leo lloro igual o mas que la primera vez que la lei :) Simplemente HERMOSA !