Jul. 2013 Recuérdalo, recuérdate.
Andrea, sé bien que
tienes miedo y que no tienes la práctica que se requiere para escribirte una
carta a ti misma…Sólo que… tienes que hacerlo hoy que recuerdas.
Hoy que es espantoso,
aunque con muchas posibilidades de que con el paso del tiempo, tu reflejo dejara
de serte conocido.
Hoy, tienes en
mente a tu padre y la carta que le escribió a tu madre antes de morir, en donde
relata a principios de enero del 2003, pocos días antes de su muerte, que
necesitaba a su compañera de toda una vida, porque ya se le olvidaban las
cosas.
Y recuerdas a tu
madre, ella sentada en una esquina, la
dejaron ahí, junto a la ventana para que mire al exterior, sola, como un mueble
obsoleto o un estorbo.
Todavía conserva
en su rostro la mirada dulce de la niña que fue, la piel de la cara se mantiene
tersa, pura, suave, en cambio la piel de sus manos y de sus brazos se han
convertido en algo tan frágil como un papiro.
Dicen que no
habla, no es cierto, dicen que habla sola o que le habla al aire y no es
cierto: ella le habla algún ser de su pasado alojado en su memoria, que ha
olvidado el presente y se ha refugiado en los días de ayer.
¿Cuándo se rompió
su vida?
¿Cuándo se rompió
su memoria?
Nadie escucha,
ella solo habla de los días de ayer.
Ella está más a
gusto, estancada en esa realidad que se quedó inmaculada y detenida entre su
infancia y su última juventud madura.
Ella, habla de
niños con las rodillas destrozadas, de hambre, de muñecas de cartón...
Dicen que no
habla y no es cierto, su memoria ha escogido su tiempo porque tal vez no le
gustaba lo que estaban viendo sus ojos o tal vez para que siga existiendo el
mundo, algunos seres deben dejar de recordar los días de hoy, para dejar espacio
a los recuerdos jóvenes.
Quizás el
Universo sólo tenga un una capacidad limitada de memoria, y sea indispensable
que haya gente como ella que olviden, quizás en el Universo se inventaron los
libros donde se escriben y se cuentan historias con ese mismo fin: el de dejar
memoria libre para que el resto pueda seguir con sus vidas y pensar que el
Alzheimer es una enfermedad caprichosa.
Aunque, ella
sigue siendo la mujer de siempre: no es un estorbo, ella es una mujer a la que
a veces se le enciende una luz y reconoce un rostro, recuerda un nombre o
formula una pregunta sincera y coherente.
¿Quién sabe?
Y está, es una
carta a tu reflejo, un intento desesperado por evitar lo inevitable, por evitar
que te borres a ti misma por completo.
Cuando te mires
al espejo, y encuentres unos ojos descaradamente soñadores, grandes, de color
café, que se los debes a tu padre.
Ojos con una
mirada que retaron a tus superiores y lloraron de felicidad, frustración y
tristeza cada vez que la vida les dio oportunidad.
Tu nariz jamás te
gustó, eso puedes olvidarlo.
Tus labios los
mordías para darles color, no eras muy entusiasta con los labiales.
Solían ser la
parte más expresiva y menos controlable del rostro, tan incontrolable como las
palabras que pronunciaban.
Fueron muchas,
por cierto, era poco lo que dejabas de decir.
Tu cabello
significó tu primer campo de batalla, una guerra que sin duda alguna él ganó.
Pocas veces te
has sentido tan libre como el día en que aceptaste su soberanía y entendiste
que estar siempre despeinada no era malo, era divertido, y que una cabellera
con personalidad propia era un misterio que te sorprendería cada mañana de tu
vida.
Tus orejas no te
preocuparon hasta que leíste que es de las partes del cuerpo que nunca cesa de
crecer.
Entonces,
sufriste por una Andrea anciana y las orejas con las que tendría que lidiar.
Entrar en
detalles sobre tu cuerpo sería extenderme más de lo que me atrevo a esperar que
seas capaz de leer.
Confórmate con saber
que tu carácter no habría sabido qué hacer con más encanto o altura.
Lo sentías como
un regalo, una facilidad, un dilema menos.
Te procuró
admiración al igual que respeto y se mantuvo estable a través del tiempo.
Todo lo que tu
mente no supo hacer.
Te gustaban mucho
tus manos, abraza ese sentimiento, respíralo, procésalo, antes de que empieces
a levantarlas a la altura de tus ojos, a mirarlas con extrañeza.
Al parecer esperando
una razón, algo, lo que sea, que las justifique.
Olvidarás, está
claro, escrito y sellado: Los nombres, las calles, los libros.
Olvidarás lo que
te gustaba y lo que no, olvidarás los quienes, los grandes y los pequeños
quienes.
Al amor de tu
vida, al olor de tu padre al abrazarte, aunque nada de eso se compara siquiera
con la falta de olvidarte a ti.
Tú, que ya te
habías perdido alguna vez entre obsesiones y melancolías; tú, que contra el
mundo lograste recuperarte a ti misma; tú, que dejaste de temerle a casi todo,
sólo que nunca a la posibilidad de perderte nuevamente; tú, estás aquí, hoy,
frente al olvido, y a lo único que no me resigno es a que olvides que te amas.
Andrea Guadalupe,
lo hiciste, conseguiste ser de las pocas personas que después de ver lo más feo
de sí misma, se perdonó y se amó profunda y totalmente.
De todos tus
éxitos, ese es el mayor.
Recuérdalo, recuérdate.
Andrea Guadalupe.
1 comentario:
No me canso de leer esta historia, y cada que la leo lloro igual o mas que la primera vez que la lei :) Simplemente HERMOSA !
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