Jul 2013. Cara a
cara.
Mis pies, extremidades de mi armazón, han reunido en su currículo,
tanto escalón y mugre, tanta vivencia y avenida, remontando y viniendo por los manifiestos
de la vida, que me expusieron sin rodeos el futuro.
En su piel que trepa sin protestar y avanza sin gemir, he
saboreado al suelo, igual que mis sentidos sensoriales saborean el café.
Mármoles, autopistas, caminos de tierra, declives, llanuras
y cerros, todos han caído bajo mis pies,
reclutadores de heridas y besos.
Limpios a veces, son una caricia que roza la lluvia, otras,
son la garra del gato que pierde a su presa.
Siempre han estado conmigo.
Desde la breve estatura de la infancia, sostuvieron mi niñez
de bitácora y lápiz con la que pisé algunos de los lomos del mundo.
Mis pies, exploradores obstinados, sin otra vocación declarada
que la de ser inquietos caminantes.
Ahí, en la infancia, fueron las falanges sedientas de ese
zapato milenario que es un charco. Hundir los pies en un charco para saberse merecedora
del océano.
Esa victoria solo la conocen los pies, ellos saben lo que ignoran las manos.
Escuchan el rumor del mundo, huelen la insolencia de la escoria
de la tierra.
Dialogan con las hierbas y los insectos, berrean la sinfonía
del barro, e informan de las caries de los mosaicos.
La mano escribe, toca, sostiene el alimento, en cambio los
pies, son un testigo directo.
Al encerrarlos en los zapatos o las zapatillas, son pies ciegos,
y olvidamos que provienen de la arena y las sendas, que debemos desnudarlos para
presentarles al camino y el ladrillo, más que al tacón y al cuero.
Es necesario desnudarlos para que le cuenten a los ojos
sobre la soledad de la llanura y la humedad de la bosque.
Con los pies, nos describimos completas, cada fisura relata algún
sacrificio o algún milagro.
Son cazadores de presentimientos, porque al corazón se le
engaña con facilidad con sólo mojarlo en un vino de poesías y palabras al oído,
en cambio, los pies, reconocen al traidor detrás del santo.
Ellos, pueden estar cara a cara con una víbora e
intercambiar indecencias, mientras la mano, arriba, levanta dinosaurios de
pánico.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde, con los pies,
he dibujado catedrales, he besado, y me
he enterado que la vida, tiene un interminable rostro de camino.
Andrea Guadalupe.
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