jueves, abril 1

A mí que nunca fui amiga de la soledad.


Tijuana BC Marzo/2010. A mí que nunca fui amiga de la soledad.

Estoy nerviosa y no encuentro que hacer, miro por la ventana y corro la cortina.
Reniego, el clima frío con lluvia no me agrada.
Pienso, o quizás, quiero pensar, sólo que no puedo, la mente es un ir y venir, un monologó interminable e incomprensible.
Me siento y detesto mi mesa de trabajo, esos libros cerrados, y también los abiertos.
Tomo mi taza de café y la vació.
Me levanto, tomo una novela, La tregua, y la aprieto maltratándola, si Mario Benedetti, me viera en este momento, se resentiría conmigo en sus cinco nombres, por su sangre italiana.
Además de que me recitaría la frase que ahora resuena en mi hueco cerebro: Cuando alguien se siente brillantemente desgraciada, entonces sí vale la pena llorar con acompañamiento de temblores, convulsiones, y, sobre todo, con público.
Pero, cuando además de desgraciada, una se siente opaca, cuando no queda sitio para la rebeldía, el sacrificio o la heroicidad, entonces hay que llorar sin ruido, porque nadie puede ayudar y porque una tiene conciencia de que eso pasa y al final se retoma el equilibrio, la normalidad.
Yo me disculpo mentalmente, a nadie le gusta que destruyan lo que ha hecho.
Aparte de eso, siempre he sido seguidora de Benedetti.
Esto de tomar desconsideradamente un libro suyo, sólo se aceptaría como accidente.
Mis pensamientos se pierden rebotando entre la cavidad craneal, golpeando los oídos, aunque nadie escucha.
Me quedo de pie en el centro de mi rincón existencial.
"Y en cuanto a ti, oh muerte, a ti, amargo abrazo mortal, es inútil que quieras asustarme…es inútil…'
Aunque eso ya lo dijo Walt Whitman, y yo no soy él, yo soy débil, demasiado…
Vuelvo a la ventana, apartando despacio las cortinas, y sigue lloviendo…eso me entristece más.
Y me veo en los años de mi infancia, correteando descalza bajo la lluvia, saltando charcas, inclinando la cabeza hacia el cielo, lanzando piedras a ningún lugar, riéndome y dando gritos de alegría.
Hoy me duele la voz lejana de mi madre_abuela: Ven, te vas a resfriar.
Toalla en mano y con la chamarra que tanto me gustaba, haciéndole gestos al espejo.
Todo quedo atrás, como imposible de regresar, soy esta mujer adulta, la misma que está hoy desconsolada, sola, caminando de ventana a ventana, espiando y odiando la lluvia, y a la lluvia no parece importarle lo que me sucede, cae cada vez con más fuerza, y mi tristeza se agranda.
Debo salir, caminar, no todo termina aquí, la vida continúa, vendrán nuevos días.
Es cierto, vi el noticiero, supe de ese candidato a Gobernador de mi estado natal.
Sé bien de la hipocresía y doble moral que manejan los tipos de su partido.
Del daño que le hace a la entidad tomar como icono el aromático café, reconocido a nivel mundial como producto local.
Es cierto, me duele, tengo una mezcla de dolor, rabia, y mi ausencia.
Quiero escuchar música, quizá eso me ayude, por mis manos pasa Serrat, Los fabulosos Cadillacs, La maldita vecindad, sólo que coloco los discos donde estaban y sigo escuchando el silencio.
A mí que nunca fui amiga de la soledad.
No es el momento para sentimentalismos, la realidad es otra, la conozco y por conocerla sufro.
Pienso que mejor debí ser otra, y no esa soñadora, loca, dijeron algunos.
Y sé que más que una buena mujer, soy una persona noble, sensible, enamorada de los míos, que los llevo en el alma y mis recuerdos.
Andrea Guadalupe.


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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