Tijuana BC Abril/2010. Cuando se cierran los libros...
Fue en secundaria cuando terminé de leer mi primer libro completo, fue: El judío errante.
Una figura del Cristianismo, leyenda que relata que un personaje judío negó un poco de agua al sediento Jesús durante el camino hacia la Crucifixión, por lo que Éste lo condenó a «errar hasta su retorno».
Por lo tanto, el personaje en cuestión debe andar errante por la Tierra hasta la Parusía.
La leyenda se inspiró en las palabras encontradas en el Evangelio de Mateo 16:28:
Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino.
Hay quienes aplican el pasaje citado a San Juan, basándose en un pasaje de su propio evangelio, concretamente 21:20-23:
Novela escrita por: Eugène Sue, escritor francés nacido en París.
Fue para mí un evento importantísimo, haber podido pasar con mi vista las últimas letras de un libro que me había costado meses.
Esta experiencia, quizá poco significativa, es punto de partida para este comentario ante un valor poco profundizado, el valor de la interioridad.
Para empezar vamos a colocar tres situaciones de la vida cotidiana que nos permitirán adentrarnos a este panorama reflexivo, estas situaciones son: Cuando se cierran los libros, cuando se cierran las puertas, el ensayo de muerte, cuando se cierran los ojos al dormir.
Cuando se cierran los libros, cuando se ha leído la última página y se ha concluido la aventura de leer, nos encontramos satisfechos, es el momento cuando ya no necesitamos volver al libro, nuestra mente lo ha captado y la imaginación nos ha abierto panoramas fascinantes de aquello que se nos dio en las páginas del libro.
Cuando se cierran los libros nos adentramos a ellos sin necesidad de repasarlos, somos capaces de saborear en el recuerdo aquellas situaciones que han despertado diversidad de emociones y sorpresas que llegamos a interiorizar.
Interiorizar las situaciones, vivirlas desde otra perspectiva, desde la serenidad del recuerdo, desde la paz de la memoria.
Cuando se cierran los libros, interiorizamos.
Cuando se cierran las puertas, aquellas que durante el día han estado abiertas, se vive la intimidad del hogar.
Cuando la puerta es cerrada desde adentro implica una comunión más profunda de los que están en el interior, es una seguridad y una fortaleza la que se encuentra ante esta situación.
El calor familiar y el sentido de pertenencia abren el entendimiento para mirar hacia adentro, para hacer el recuerdo de la actividad del día, para sorprendernos ante el trabajo y ante el tiempo que transcurre, nuestras experiencias cotidianas las vemos desde otra perspectiva, desde la serenidad del recuerdo, desde la paz de la memoria.
Cuando se cierran las puertas interiorizamos.
Y el ensayo de muerte, cuando se cierran los ojos al irse a dormir, cuando el cansancio del día hace que nuestro cuerpo se vea necesitado de reposo, en ese momento encontramos el silencio interior.
Cuando el espíritu vaga libre y nuestros ojos se cierran, cuando ya no se ven encandilados por las luces, el viento, el movimiento y las personas.
Nuestra esencia se encuentra consigo misma, sin distractores, sin objetos ajenos a nosotros que impiden voltear hacia sí misma.
Cuando nuestros ojos se cierran ante el ensayo de muerte que es el sueño, podemos encontrarnos con seguridad ante nosotras mismas, vernos tal cual somos, como nosotras nos concebimos y conocemos, sin prejuicios y opiniones ajenas, sólo entonces es cuando llegamos a la máxima interiorización.
Podemos recordar la experiencia de vida desde otra perspectiva, desde la serenidad del recuerdo, desde la paz de la memoria.
Ante el ensayo de muerte que es el sueño, cuando se cierran los ojos, interiorizamos.
Interiorizar no pasa de moda, siempre permanece, es el recuento feliz y productivo de nuestras experiencias, es lo que encontramos cuando se cierran los libros, cuando se cierran las puertas, en el ensayo de muerte, cuando se cierran los ojos al ir a dormir.
Andrea Guadalupe.
Andrea Guadalupe.
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