lunes, septiembre 27

Cartas de amor


Sep. 2010.   Cartas de amor.
Existen personas a las que yo no logro entender, de las cuales no sé que pensar.
Conocí a través de la palabra impresa a alguien que escribía cartas de amor, alguien que  quizá imaginaba que sus invocaciones serían totalmente atendidas o que sus palabras lograrían conmover a su destinataria.
Las cartas llegaban puntuales.
Ella siempre las traía en su bolso y las mostraba sonriente, como si presentara un triunfo merecido.
Sólo la miraba, otras personas hacían poco caso de su orgullo o soltaban un "si no le quieres, para qué le sigues el juego".

Yo, le decía "préstame, una carta".

Ella, con su eterna sonrisa, me las dejaba caer en la mano y yo, con discreción e interés, las leía, eran dulces palabras de amor, reflexiones íntimas que se acomodaban a la realidad de una vida feliz…
No sé por qué, sus lecturas me daban confianza, quien escribía las cartas de amor me brindaba, a través de su redacción, ánimo, aliento y esperanza.
Por corta que fuera la vida, al leerlas, sabía que mi desgracia había comenzado…
Ella no era de aquí, venia de una ciudad cercana, su novio, sabiendo que la distancia alimenta el pozo de la nostalgia e inclina las emociones hacia la oscuridad de la tristeza, le escribía cartas de amor.

Ella las recibía puntuales y, con un hasta pronto ansioso, despedía al  cartero.
No hay nada mejor para el aburrimiento que una carta de amor y leía los mensajes…
Luego, como queriendo salir de una cárcel de miel, soltaba unas carcajadas que aun me resultan despreciables.
Me impresionaban de tal manera sus palabras escritas, que muchas veces llegué a memorizar pasajes, los cuales repetía en mi mente caminando por las calles, mirando desplegarse los rosas y los naranjas del atardecer.

¿Qué escribía aquella persona?
Haré un esfuerzo e intentaré recuperar un sereno fragmento: "Amor, has de tener mucho trabajo, seguro que por eso no tienes el tiempo suficiente para contestar mis cartas.
No importa, te esperaré como espera la luna temblando su luz en el agua.
Eres la única que podría proporcionarme plenitud y tranquilidad en esta vida.
Cuando tú regreses, la pasión inocente de mi vida estará en mis abrazos dándote la bienvenida. Eres la dueña de mi alma y no podría jamás, lo juro por el Creador, depositar mis anhelos en nadie…
No era un gran escritor, Sólo que me conmovía la sinceridad auténtica y la armonía atropellada con que exponía su basura sentimental, no libre de cierta melancolía enfermiza.
Pasó el tiempo y ella no tardó en hacerse de un nuevo novio.

No se le veía feliz, no era necesario, no creo que en dadas circunstancias ella supiera lo que realmente significaba eso.
Las cartas continuaban llegando y ella les prestaba menos atención, les hacía caso, creo que la burla le resultaba ahora menos útil o placentera.
Me decía, mira nos mandaron carta; me la dejaba en la mano y a otra cosa mariposa.
Y ahí estaba yo, con las hojas desplegadas, tratando de entender a ese tipo de hombres, quizá el pobre imaginaba que sus plegarias serían totalmente atendidas.
 "Nos llegó carta", me decía, y luego se iba a pasar la noche como una "amable luna temblando su luz en el agua".

Siempre que escribo me detiene el miedo.

No sé si una como ella estará preparando su carcajada despreciable.
Pensar en esto, me pone malhumorada e intolerante, me recuerda esa época en que había un hombre que escribía cartas a su novia que ella desatendía y leí yo, y luego repetía largos fragmentos en mi mente caminando por las calles de la ciudad, mirando desplegarse los rosas y los naranjas del atardecer.
Pienso que aprendí una lección de temor y otra de amor.

A ella no la he vuelto a ver, creo que regresó embarazada, triste por la desdicha y la desilusión, rogándole cariño fingido a quien le escribía cartas de amor.
Eran otros momentos, eso no sucede ahora.
El concepto de amor se ha vuelto etéreo, químico, virtual y aséptico.
Es una desgracia que las cartas de amor fueran suplantadas por las demandas sexuales del correo electrónico o los mensajes satelitales.
Cosas de la tecnología y, podría jurar, de una cruel mujer que ante las cartas de amor soltaba carcajadas despreciables.
Desde BC, mi rincón existencial. Andrea Guadalupe.

                                              



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