miércoles, noviembre 25

Media docena de hermosas mariposas gigantes.

 

Tijuana BC Nov/009.                        Media docena de hermosas mariposas gigantes.

Sesenta y ocho grados de alcohol perfumado a manzana se deslizan por mi garganta, me prenden el esófago y caen violentos en el estómago.
El infierno no huele a azufre, sino a licor.
El  bar, taberna si se califica con extrema compasión, es tenebroso y desprende un tufo, el que envuelve a las almas que se acodan en la barra.
Me agrada esta decadencia que lo contamina todo.
Cierro los ojos, no quiero verme reflejada en el espejo que tengo enfrente.
Nadie me ha oído quejarme, ni cuando mi madre se fugó dejándome abandonada a los cuatro años; ni cuando mi padre, borracho de sufrimiento y alcohol, desahogaba su fracaso en mí con su cinturón de cuero.
No me quejé cuando a causa de un castigo mi cadera se quebró.
No probé quejarme cuando descubrí que el único sentimiento que despertaba era lástima, ni me quejaría luego, cuando mi vida, privada de cariño y de un trabajo digno, se convirtió en lo que es ahora.
A oscuras sueño, mi mente vuela suelta por lejanos parajes, por otros mundos, sólo que con la luz la realidad se vuelve cruel e insoportable.
Soy una virtuosa dotada de una aguda penetración, dibujo con palabras,  retratos de lo que veo al pasar, paisajes conocidos o inventados, siempre a lápiz, sin una gota de color.

 A veces la inspiración me llega incontrolable, y garrapateo sobre cualquier superficie adecuada para ser manchada, paredes, manteles, servilletas, camisas...
Es un latigazo en el espíritu que me reclama a escribir hasta que mi mano queda agotada, y los dedos se agarrotan, y el alma se me queda seca.
Entonces bebo para recuperar mi equilibrio, copas y más copas de licor.
Contemplo mi mano entumida y me siento virtuosa, creadora, aunque mis obras sólo reflejen panorámicas del infierno visto desde mi rincón de marginación y esté casi siempre delirante, de tanto en tanto, me siento artista.
El suelo se mueve con su oleaje inacabable bajo mis pies.
¡Oh! Amor, Cuántas veces te he soñado cómplice de viaje por este océano árido.
No sabes que te amo, me ha faltado valor para confesarte mi afecto hasta hace un rato, estaba demasiado sobria para que tú lo interpretaras como una muestra de mi humor abrasivo.
Me has mirado a los ojos con dulzura y me has sonreído.
Y yo te he seguido igual que un perro vagabundo seguiría a los límites de la tierra a la mano que se ha atrevido a acariciarlo.
Me ha costado advertir que era un juego, tenías que demostrarme que no soy una mujer, sólo, sólo soy un turbador refrito de humanidad atrapada a una masa inerte.
Te has reído de mis lágrimas, te has burlado de mí, me has dejado tendida en ese lecho, espectador de mi humillación.
 La puerta se ha cerrado tras de ti y yo he continuado llorando como una estúpida ilusa.
No esperaba mucho de ti, habría bastado un roce de tu piel para arrancarme del lodo.
Les has contado a todos mi vergüenza, ya no me queda dignidad ni orgullo, no has podido robarme nada porque nada tengo, salvo esta sed insaciable de inconsciencia.
El quinto vaso entra dulcemente por mi boca y me produce vómitos de amargura.
Regreso a mis dominios, al negro infierno al que viajo confundiendo delirio y realidad.
Mi vientre se abomba, crece, crece, crece, revienta.
He parido unas larvas bestiales y enormes que reptan por mi cuerpo deforme y me devoran insaciables.
No noto sus dentelladas arrancándome pedazos de carne, aunque sé que me consumen a grandes bocados, que lamen mis huesos convertidos en simple carroña. Luego las veo metamorfosearse en mariposas gigantes, con tres pares de alas formidables, rojas, naranjas, rosas, maravillosas.
Vuelan, revolotean alrededor de mi cadáver putrefacto.
Son unas mariposas hermosas, resplandecientes, elegantes.
Sus alas agitan el aire y producen música.
Yo las he creado, son hijas mías, he sido capaz de engendrar algo bello, algo que quienes ven, admirarán.
Soy quien engendro media docena de hermosas mariposas gigantes.
Andrea Guadalupe.


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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