viernes, noviembre 27

Historia Urbana.

Tijuana BC Nov/009. Historia Urbana.

 

 

Ella llego cuando atardecía.

Sentadas al frente de la casa, Martha y yo, conversábamos en esas horas muertas de la tarde entre sorbos de café y suspiros, señales de que la platica avanzaba hacia su final.

El tema que habíamos aterrizado tras un laberinto de asuntos, era el video de la cantante colombiana que se mueve excitada, cual fiera enjaulada, con esas medias de lycra Spandex color carne.

¡Todo un acontecimiento de dialogo vespertino!

La primera vez que la mire, me dio la impresión de ser una criatura silvestre, como herida de una pierna y que busca refugio en cualquier caverna pequeña y pobre.

Del brazo se desprendía su hija, como prolongación de ella misma, de apenas cinco años, y con una mirada aun más desgarradora que la propia madre.

Ofreció sus servicios de limpieza, brindó su ayuda, sin regateos accedí gustosa pues la casa tenia fácil, más de tres semanas que no la limpiaba a fondo.

Desde esa tarde, llegaban los fines de semana muy puntual, con la niña pegada a la falda.

Su recorrido habitual iniciaba por la recamara de José Ángel, mi hijo, continuaba con la mía y el baño, la sala, el comedor y jardín, le daba alegría a todo el contorno.

Silbaba mientras regaba las plantas y explicaba su hija detalles de su trabajo como para distraerla y que no fuera a romper algún adorno.

En poco tiempo se fueron haciendo las dos indispensables en mi rutina de los sábados.

Danzaban entre el polvo brillante, iban y venían como dueñas del espacio.

Se retiraban cuando casi oscurecía dejando la casa solitaria, vacía, en silencio, y yo comenzaba a extrañarlas con una confusión que duraba la semana.

Un día llego sola, con la cabeza baja y de inmediato me atreví a preguntar por su hija.

No la pudo traer porque días antes decidió cambiar de domicilio.

Su marido le había levantado la mano una vez más, sólo que ahora, cuando el maldito se le aproximo peligrosamente con una linterna en la mano, la niña quiso defenderla y recibió de lleno el golpe en plena cara.

La mujer ofendida ya no pudo resistir más y a la mañana siguiente, a escondidas y con miedo, agarro sus pocos trapos y se fue a vivir con una de sus clientas.

Le aconsejé levantar una demanda, la visita con una trabajadora social, sólo que ya estaba harta de que nunca le habían hecho caso, así como las autoridades o su familia, y por eso, también me entere apenas ese día, seguía con su marido pensando que quizá, pidiéndole a Dios, habría un cambio, no en el amor, sino en respeto.

Nada le funcionaba, él siempre de holgazán, robándose el dinero que ella conseguía en su empleo, lastimándola, no solo con voces, sino con golpes frente a la niña.

¿Por qué no vas con las autoridades a contar tu caso?

Algo te dirán, que hacer, yo misma te acompaño.

No creo en esas gentes, repeló.

Cuando les pedí ayuda, me dijeron que ocupaban pruebas, que necesita llegar amoratada, con una costilla rota o con un diente flojo para que pudieran creerme y hacer algo.

Si revisaran a la niña, dirán que se cayó por traviesa, dirán cualquier cosa.

Esa tarde no quise que se quedara, le pague lo de la jornada y le pedí que se fuera al lado de su hija.

Quedamos en que la esperaba la próxima semana como siempre.

Pasaron varios sábados vacíos, varias semanas, no volvió con su hija.

Pregunte por la señora de la limpieza en donde imaginaba que podrían darme alguna razón, nunca más las volví a ver, nunca volví a saber de ellas.

A veces, salgo de la casa imaginándome que veré de repente sus figuras bajando de la calafia con rumbo a la unida habitacional.

En ocasiones, me quedo con la mirada fija largo rato, allá, a lo lejos.

Después de un tiempo inútil, cierro la puerta tras de mi e imagino el revoloteo de dos inquietas golondrinas que suben, bajan, que nunca se detienen.

Andrea Guadalupe. 


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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