lunes, noviembre 23

Historias de Oct/ Nov.

 Tijuana BC Nov/009.    Historias de Oct/ Nov.

 

He estado fuera, ya estoy otra vez en mi rutina, en el rito, en el hábito.

He vuelto a mi mesa llena de asuntos por resolver, a los saludos de compromiso, a las explicaciones absurdas, a los comentarios innecesarios, al cansancio que llama otra vez a mi puerta.

Tengo que sacar tiempo para escribir y escaparme... tal vez a caminar  en las playas del pacifico,  porque deben saber que en mi ya lejana infancia, me regalaron una litografía  en la que había un atardecer en la playa, con el sol moribundo en un baño de sangre en el mar, las barcas seguras en puerto, y las siluetas de gaviotas en el cielo regresando a su refugio.

Mi padre me dijo que aquello era en el Pacifico,  Yo me quedé mirando el grabado  y lo guardé entre mis ilusiones y recuerdos.

Han pasado tres vidas y todavía la guardo  con  una carta de amor.

Cuando sueño con huir siempre imagino con hacerlo a las playas del Pacifico, a ese paraíso idílico.

 

 

Jann volverás, lo sé bien, será el día menos pensado, en cualquier año, volverás, lo sé. 

Y ese día reapareceré a tu lado, mirándote a los ojos, como si no te hayas marchado jamás, y  te contaré  historias de gentes que no conoces y de las calles que nunca hemos paseado y luego  te preguntaré si me haz extrañado, y sonreirás sin responderme y yo entenderé que sí, aunque jamás lo hayas hecho, aunque nunca me lo digas.


Entonces sentada frente a ti, volveré a contarte las mismas cosas de siempre; me hablarás de tus perpetuas búsquedas que siempre te alejan de mí, de los fríos amaneceres en tu soledad compartida, de las  interminables noches azules bañadas de estrellas que en silencio camine a tu lado.

 

Yo te hablaré, sin pudor alguno, de mi amor por ti y tú me hablarás de la vida y mencionarás, estoy segura, las estrellas que según tú aún iluminan mis ojos y por no callarnos terminaremos  divagando sobre los motivos que nos separaron, que ya casi tenemos olvidados, y por fin nos pondremos de acuerdo al celebrar,  que  la libertad es el más grande de los dones que al hombre el cielo ha dado.

  

Y ese día, por lo que digan tus palabras y las mías, por lo que expresen nuestros silencios y nuestras miradas, entenderemos que, a pesar de todo, son tantas las cosas que nos unen,  que tendremos la clara sensación de no haber desperdiciado la vida, y de saber que formamos parte de una perfecta y solitaria devoción.

 

 

La  habitación apenas estaba iluminada por el fulgor de la luna, se movió despacio para no despertarla,  el cuerpo de ella parecía más hermoso en la media luz. 

 

La amaba y aceptaba de buena gana las migajas de amor que le regalaba cuando se despedían  los calores del verano y se anunciaba el otoño  y ella se sentía vulnerable y vacía.  

Entonces era cuando reclamaba los besos,  las caricias y la pasión que había ido acumulando en los largos meses de alejamiento y desdén...

 

Se levantó despacio y se acercó al ventanal, en el cielo una hermosa y redonda luna iluminaba la noche; suspiró y recordó que el clima agradable agonizaba y que el frío traería junto a la rutina, otra vez, la indeferencia y la ausencia.

 

Miró la luna y luego la miró a ella, la curva de sus nalgas le salvó de la tristeza y pensó que no servía de nada lamentarse,  cuando a este octubre todavía le quedaban un par de horas de luna llena.

Se abrigó a su lado, la acarició y la amó hasta la aurora... y sin apenas darse cuenta amaneció en noviembre.

 

Tarde en llegar a su vida, sólo que cuando lo hice, le abrió las puertas de par en par, le recibí con mis mejores veladas y con el alma como recién estrenada.

 

Los rumores corrieron como la pólvora, aunque la única certeza que fueron capaces de probar, es que me había vuelto la sonrisa al rostro y un brillo especial a la mirada.  

 

¡No te atrevas a contestarme!, dijo él, levantando la voz y el dedo índice.

 

Y ella no lo hizo, recogió su ropa, contuvo las lágrimas  y se  marchó sintiéndose infinitamente ridícula

Le miró en silencio durante unos segundos que parecieron siglos,  se dio la vuelta y empezó a retirarse.

 

Y él se quedó allí, inmóvil, esperando una respuesta que no merece nunca.  

 

 

Lo veo cada tarde en el café después de la comida, siempre está solo, sentado en la mesa del  rincón, con su café sin empezar y el cenicero atiborrado de cigarrillos apagados a medio fumar.

Se  pasa el tiempo dibujando circunferencias con su cigarro en el fondo del cenicero, con la mirada concentrada en el movimiento de su mano.

Algunas veces  se para, saca un lápiz del bolsillo, escribe algo en una  servilleta de papel,  mira al techo como intentando encontrar la palabra adecuada, otras veces niega con la cabeza y tacha con rabia lo ya escrito, cuando termina dobla la servilleta  con cuidado  y la guarda en  su valija de piel.

Hoy lo he visto con aire triste, preocupado,  hablando con la empleada, nervioso, suspiraba por haber perdido la cartera:

Había escrito mi vida en esos papeles y los he perdido.

Lo peor es que ya no recuerdo lo que decían, ya no recuerdo lo que  soñé, sólo que lo había escrito.

 

 

 

Andrea Guadalupe.

 

 


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