viernes, diciembre 6

Un archipiélago inmenso…

Dic. 2013.  Un archipiélago inmenso…
Entre el siempre y el jamás, muy cerca de donde habita el olvido, el aire es un sumario de suspiros y el tiempo una secuencia infinita de insomnios; allá, la multitud es una masa de seres asilados, un sinfín de islas individuales; es por eso que ahora, el mundo es un archipiélago inmenso…
Dicen, quienes se auto nombran expertos, que los habitantes de la era digital estamos más comunicados que nunca, que la información fluye esquivando las distancias y derribando el tiempo, que este mundo es una aldea gobernada por la tecnología, y que por eso, el ser humano se refugia en una burbuja virtual, desde donde ve pasar los días de su vida.
La soledad es uno de los efectos colaterales de las tecnologías de la información; sólo que además, es un sufrimiento social denigrado, sinónimo del fracaso y del rechazo, contradicción del estereotipo vigente.
Y en la aldea globalizada donde, absolutamente todo, equivale a un precio en el mercado, la soledad es incompatible con el amor y la felicidad.
La crueldad de la sociedad de consumo que se concentra en la próxima Navidad y excluye a tod@s aquell@s que son no aptos para realizar los rituales del amor.
En estas fechas de diciembre, los sentimientos se materializan repetidamente con un gasto; el costo del regalo, determina la dimensión del amor.
Y, todos los habitantes de la aldea global sucumbimos al embrujo de las ilusiones comerciales masivamente aceptados y socialmente impuestos.
El mensaje es: Todo lo que el mundo necesita es amor, y esa necesidad infla millones de corazones que hormiguean en todas las esquinas.
Porque el amor, es ahora, un indicador económico.
Porque la transformación matemática del cariño y el amor en cifras monetarias es una de las manifestaciones de una sociedad materializada.  
¡Sí!... El amor es un negocio, antes se creía que el amor duraría toda la vida, sólo que ahora el amor es fugaz, desechable y carente de compromiso; lo que fue el arte del amor, es ahora, el arte del truene, porque el amor y el erotismo han sucumbido en la espiral de la cibernética y del consumo.
¿Yo?... prefiero la versión de los poetas: ellos manifiestan la única autoridad moral para proporcionar el antídoto para la soledad: Benedetti la define como: Nuestra propiedad más privada, Luis Cernuda la examina y remata: ¿Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma?, y Jaime Sabines la personaliza y describe a los amorosos como: Los insaciables, los que siempre, han de estar solos.
Sin embargo, es preciso aceptar la soledad como condición original de nuestra naturaleza, renunciar a considerarla un hecho traumático y convertirla en un lapso de reflexión; si caminamos por los solitarios senderos de la conciencia, tarde o temprano encontraremos nuestra propia identidad.
Y allá, en la más privada de nuestras propiedades, ventilar los temores y curar las angustias.
La soledad no es un castigo, es algo muy diferente al aislamiento intencional: la lejanía del entorno contiguo por la conectividad es la conducta que prevalece en la aldea global.
Sólo que es una fantasía, porque la interconexión no desvanece la soledad, al contrario: refuerza la burbuja donde habita cada cibernauta, y así, diseminad@s, aunque  junt@s, cercan@s, sólo que ajen@s, sol@s, hombro con hombro, cada un@ en su burbuja, solitari@s… porque el mundo globalizado es un archipiélago inmenso…

Andrea Guadalupe

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