sábado, diciembre 5

Un reloj sin manecillas.

Tijuana BC Dic/009.      Un reloj sin manecillas.

 

 

He encontrado que el único momento en que los relojes no marcan las horas es por la noche, cuando los latidos del corazón se convierten en el tic tac de las manecillas.

Retiro la sabana que me cubre y me siento sobre la cama, mis pies acarician el frío piso, un estremecimiento sacudes mis piernas.

Amo el silencio circundante, envolvente, que danza sobre mí, procuro no hacer ruido y no romper esa tela silenciosa que la noche trenza durante el día

Me levanto y salgo de mi habitación, camino por la oscuridad de la noche, evadiendo muebles que se topan en el camino invisible de mis pasos.

Mis ojos abiertos no visualizan una nada de ventanas y habitaciones, que la oscuridad parece haber teñido de negro.

Me detengo cuando mis manos, que me servían de guía, chocan contra la puerta del cuarto de baño.

Abro la puerta y adivino esas cuatro paredes acogedoras, cierro despacio  para privar de mi intimidad a quien pretenda romper la fina textura de mi burbuja de jabón.

Nadie sabe mi pequeño secreto, una noche más vuelvo a asistir a mi cita con el espejo.

Prendo la luz del lavabo, el cristal del espejo dibuja una cara y medio cuerpo.

Eso será lo más cerca que estaré de verme, pienso, sonrío y el espejo me devuelve una expresión fingida.

Me observo como si estuviera frente a una desconocida. ¿Esa soy yo?, le pregunto al espejo.

En esas largas horas de transeúnte nocturna, en mi mente ha germinado esta pregunta: ¿Qué pasaría si no existieran los espejos, o algún otro soporte donde pudiéramos vernos?

 Estaríamos ante la intranquilidad de ver que los demás saben cómo somos, aunque nosotras, no.

Le pediríamos a la gente que nos detallara, que nos diera referencias de cómo nos ve, quizá hasta el punto en que terminaríamos volviéndonos locas cuando llegáramos al desenlace de que nunca sabríamos quiénes somos.

Cada noche despierto de mis sueños para enfrentarme al reflejo de mi espejo.

Cuando estoy frente a mi propia imagen es cuando comprendo que mi mejor amiga, como mi peor enemiga, soy yo misma, no existe muro más difícil de derrumbar que el que nosotras mismas hemos construido.

No tengo miedo del mundo, o de lo que ahí afuera me pueda pasar, no me impresionan las personas malvadas, ni sus malas intenciones, siento miedo cuando tengo que luchar contra mí misma y demostrarme, nada más que a mí, que soy capaz de enfrentarme a mi propio espejo.

No es una batalla física, aunque tampoco psicológica, es un cruce de miradas conmigo misma, sentir como las palabras rebotan como un eco infinito en mi cráneo,  contemplar el reflejo de mi alma a menos de un metro de distancia.

Por eso necesito preguntárselo, necesito mirar fijamente a los ojos de mi espejo y con aire serio preguntarle: ¿Quién eres?

Sólo que noche a noche, hasta hoy esa pregunta se transforma en una respuesta porque ni el propio espejo sabe aún quién es su reflejo.

Por eso, ante el angosto vacío que existe entre el retrato y su propia imagen, hay una luz que aviva la soledad de una mujer a la que le gustaría ver algo más tras ese espejo.

La oscuridad vuelve a gobernar sobre el ambiente, me ha vuelto a tapar los ojos para evitar que vea quién soy.

Las palabras fluyen por mi cuerpo como la sangre por las venas, vienen, se van y chocan entre ellas, aunque sólo se convierten en mensajes, cuando soy capaz de darles vida en el papel.

Son como un ave que sostienes sobre la palma de tu mano, y que si no te apuras en apresar, echará a volar y se irá para siempre.

Vienen disfrazadas de diferentes sensaciones, una de ellas es, la que llamo, alud de palabras.

Puede pasar en cualquier lugar, caminando por la calle, donde sea, de repente tengo una fuerte sensación en el cuerpo, algo que me evade por unos segundos de mí alrededor para llevarme a un mundo confuso lleno de deseos y vicios.

Es cuando siento el alud de palabras sobre mí, comienzan a venir a la  mente, rápidamente, sin pausa., una tras otra.

Y no soy capaz de memorizarlas, corretean por mí ser como las mariposas vuelan por el campo.

Sólo yo soy capaz de atraparlas para siempre o de dejarlas marchar.

También puedo sufrir un éxtasis literario, surge cuando de pronto una idea deslumbrante, única, dotada de hermosura, llega a mí.

Lo bueno de una idea clave es que no es tan fugaz como el alud de palabras, al ser sólo una, la mente la retiene hasta que tranquilamente, puedo desplegarla y darle la forma que se merece.

Viene acompañada siempre de un mosaico, ves, lees o escuchas algo que te ha estimulado hasta llegar a ese gran éxtasis.

A veces se repiten en breves situaciones de tiempo, es lo que llamo embriaguez literarios, ideas, ideas e ideas. 

Incluso he sufrido estados en donde las frases comenzaban a brotar en el papel como el agua en un manantial. 

Pero todo esto no me sirve de nada, cuando abro una hoja de Word y me pregunto: ¿Andrea, qué quieres expresar?

Es cuando comienza una batalla silenciosa entre las palabras y yo, solamente estoy yo contra mi misma.

De nada me sirve la embriaguez literaria y el alud de palabras, porque es en ese momento cuando debo demostrar que la palabra soy yo..

Antes de empezar a escribir cualquier texto miró fijamente la hoja en blanco y repito en voz alta: Yo soy la palabra.

Escribo, escribo y escribo, puedo escribir 10 planas y garabatear sólo una frase que merezca la pena.

Puedo escribir tan sólo una frase y garrapatear el mejor párrafo de toda mi vida, o puedo quedarme mirando la pantalla, esperando a que una palabra me disfrute, es entonces cuando me doy cuenta, que he perdido la batalla silenciosa contra mi misma.

Colillas tiradas como personas apagadas sin sueños por los que luchar, charcos como mares sin barcos que los naveguen, un par de impresos de publicidad que van de un lado a otro sin rumbo fijo, empujados por un aire que levanta mi cabello dejando al descubierto mi frente, mi frente y mi soledad.

Espero sentada en una banca, en realidad no sé a quién, lo único que sé es que tengo que esperar.

Mientras lo hago, miro mi reloj sin manecillas, mis ojos se pierden por la vida de todas esas personas que pasan ante mí todos los días, preguntándome si pertenecen a mi vida o son sólo viajeros que vienen y van y de los que no sé nada.

La imaginación es lo único que tengo.

Un hombre pasa delante de mí, con su destino, con su vida, con sus prisas, sin tiempo para esperar, sin tiempo para imaginar, aunque todo eso se ha terminado, ahora es mi personaje.

La imaginación es esa vida en la que creo nos gustaría vivir…

Este hombre tiene prisa., los treinta minutos de la comida se ha terminado y tiene que volver para seguir trabajando, se sienta a mi lado, saca de su bolsillo  un paquete y me ofrece un cigarro.

No, gracias. No fumo.

Saca uno y lo enciende, yo fumo desde hace un tiempo, es como un amigo que siempre llevo, que me acompaña y que cuando lo necesito, lo saco, me relaja, me relaja mucho.

Echa el humo de su cigarro por la boca, lo que él no sabe es que en ese humo que despide de sí mismo están los sueños inmortales en los que dejó de creer hace mucho tiempo, esa vida que parece no pertenecerle y que sólo es una lágrima en la lluvia, continúa hablando.

Hace mucho que no sé nada de la mujer que ame, el otro día encontré en un cajón todos los poemas que nos escribíamos, tal vez nunca debí dejar el pueblo.

Aunque ya es demasiado tarde, el tiempo ha pasado y yo sólo tengo un trabajo que me atrapa todo el día, una vida que me lleva y me trae, sin saber muy bien a dónde voy.

Es como vivir sin mí.

Necesitas un reloj sin manecillas, el reloj de las horas en blanco, de esas horas que no se apuran por mucho que tú estés apurado, de esas horas que tú, acaso no llegues a conocer nunca

Cuando mis palabras entran por su  oído, el horario y el minutero de su reloj desaparecen.

Ahora ya no existe el tiempo, ahora todo lo que imagines será realidad.

La mujer de sus sueños le espera en la esquina de esa misma calle, no lleva los poemas, ella misma ya es poesía.

Se levanta de la banca y se miran, y  en esa mirada aparece el más cálido beso que yo pueda describir.

Se van, dispuestos a vivir una vida sin manecillas en sus relojes…

Mientras tanto, yo sigo en la banca,  esperando a alguien a alguien que muy pronto tendrá que aparecer.

Ella pasa ante mí, va cobijada en sus pensamientos, buscando una salida que la deje escapar y la devuelva a sus años de niñez, cuando aún soñaba con alcanzar una estrella, se sienta en el banco y empieza a hablar.

Yo quería ser profesora, me gustaban los niños; soñaba con tener una familia, y poder ver correr a mis hijos en el jardín de nuestra casa.

Sus pómulos están maltratados, llenos de golpes, sus ojos reflejan el grito de dolor de una mujer.

 Necesitas un reloj sin manecillas.

Un montón de niños se acercan corriendo, la sonrisa de un niño es el único gesto sincero que jamás podrás ver.

La rodean y la toman de su mano, la llevan a otro lugar donde los relojes no tienen agujas…

Mientras ella se va, yo sonrío mirando a esos actores que en realidad son tan reales como cualquiera de sus historias.

Una persona se aproxima a mí.

Hola… ¿Eres Andrea Gpe?, No sé si te acordarás de mí, ¿Qué haces por aquí? Estás muy lejos de tu casa.

 Estoy esperando.

 ¿A quién esperas?

 No lo sé, sólo sé que espero a alguien, un reloj sin manecillas se me anuda en mi sueño, y no quiero dejar de buscar por si algún día le encuentro…

 Entonces esperaré contigo.

 Y allí permanecimos las dos sentadas esperando a alguien, tanto, que aún seguimos esperando.

 

Andrea Guadalupe.


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




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