jueves, septiembre 12

Una muere de verdad cuando nadie te nombra…

Sep. 2013.  Una muere de verdad cuando nadie te nombra…
Me senté y pedí un café, a través de los cristales deformados veía pasar siluetas.
Sirvieron un café negro, espeso, dulce.
Cerré los ojos y lo bebí lentamente de un trago.
Cuando los abrí, había perdido la noción del tiempo y del espacio.
Oscilaba, indecisa, entre la dulzura del amor y el amargo sabor como la existencia.
¿En qué piensas?
En ti, pensé que habías vuelto.
No se vuelve tan fácilmente.
¿Y tú?
Yo estoy envuelta en gasas en el fondo de algún sitio.
Nunca llegaron a rescatarnos ¿verdad?
Nunca.
Entonces, aunque tengamos memoria: ¿Seguimos en el fondo hasta que nosotras mismas nos olvidemos?
Sí, eso es así.
Una muere de verdad cuando nadie te nombra o cuando tú misma pierdes la memoria de tu nombre.
Vámonos, hace frío aquí también.
La ternura es una forma de seducción muy tierna, es la demostración del afecto.
La ternura de la palabra está en el tono.
El gesto en la ternura es la caricia.
La ternura y la piedad son primas hermanas.
La ternura debería ser una disciplina obligatoria
Movidas por el viento, se han caído las hojas del libro.
Hay días que es mejor no salir de casa, días que deberían terminar a las once de la mañana.
Hay días, sinceramente, horrendos que deberíamos meter en una bolsa de basura o en una caja y cerrarla.
Hay días espléndidos que abren todas las ventanas y cantan.
Hay días a los que le sigue la noche, aunque no siempre es así.
Hay noches eternas y días casi infinitos.
Hay días que saltan de la cama y se van a brincar al mar.
Hay días llenos de sábanas.
Hay días tristes., de una tristeza espesa, como por ejemplo, hoy.
Hay días para doblar las esquinas.
Hay días de la memoria, de los muertos que se nombran, de los muertos que se callan, días llenos de dudas que sólo la noche disipa.
Hay días en que el cielo es de color de plomo, días avaros, que esconden su belleza.
Hay días generosos en los que puedes andar por sus barandas y balcones.
Hay días invisibles, aletargados, soñolientos, elípticos, grises.
Hay días decisivos que describen la gran parábola del destino.
Hay días para la escritura que aprisiona el tiempo.
Hay días de fiesta en los que repartimos besos y pétalos de flores.
La memoria infantil apareció como alerta: mi hermano Alejandro Dixit.
La infancia está llena de días interminables, de anchas y largas horas que dormitan indolentes sobre algo que deber ser muy parecido a la felicidad.
Yo soy capaz de reconocer esa sensación despaciosa del tiempo y esa indolente placidez, aunque también he conocido infancias rotas, infancias negadas, que son en el fondo infancias sin infancia.
Tod@s perdemos la infancia, sólo que no el recuerdo de la infancia.
La mía se ha debido extraviar en algún lugar recóndito de la memoria, imposible de encontrar.
Al escribir, todo se trasforma, es divertido, aunque no es fácil contar la realidad, porque no existe una, sino múltiples, sucesivas, simultáneas, análogas.
Es un aprendizaje que nunca se acaba, en el que siempre estás escuchando nuevas voces, imágenes, gestos, espacios, gritos.
Contar al mundo con la palabra  es una pasión, pues tenemos las palabras dentro, como si estuvieran en una habitación dentro del cuerpo.
Siempre entran y salen por la boca y continuamente están entrando palabras nuevas que buscan acomodo, a veces dándose codazos con las otras.
Las palabras tienen unas disputas tremendas porque unas se creen con derecho a existir y se lo niegan a otras.
Yo no sabía que las palabras se hacen la competencia, hay gente que tiene muchísimas palabras dentro y otra gente que apenas tiene un centenar.
A veces las palabras nuevas las olvidamos y nunca más vuelven a salir de la habitación, se quedan inservibles dentro de nosotras.
Cuando no hablamos las palabras se quedan descansando, sólo que por lo general les gusta mucho salir a darse un paseo y lucirse,  son muy fantasiosas.
De cada palabra hay un sólo ejemplar, por ejemplo, de la palabra madre, hay una, como en la vida real, que entra y sale todas las veces que haga falta.
Lo mismo ocurre con otras palabras de nuestro idioma,  como mar, amig@, azul, amor.
También ocurre con las palabras antipáticas, como: gramática, icosaedro, paradigma, semántica, etc.
 La alegría es el rasgo fundamental de la personalidad de la mayoría de las palabras, pues cuando hablamos, las palabras dan saltos de alegría, caminan sobre las manos, hacen equilibrios sobre un alambre, dan vueltas de campana, se caen, se levantan, se dan porrazos, patinan, corren, nadan contra corriente, y luego regresan arrastrándose, hechas polvo, sudorosas, deshidratadas y van entrando por la boca para dentro y se van cada una a su cama, hasta que las volvemos a sacar.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, lugar donde recorro el mundo con los ojos cerrados y siempre cometo el error de volver.
Andrea Guadalupe.



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