miércoles, septiembre 12

Un amasijo de recuerdos


Sept. 2012.        Un amasijo de recuerdos

 

Él me enseñó a bailar salsa, yo le enseñé algunos trucos de cocina.

Estábamos enamorados.

Un buen día le dije que me iba muy lejos, a un sitio con mar, y que no le volvería a ver.

Le di mi dirección, escrita con lápiz, pasó el verano y pensé que aquel papel se habría evaporado, o que quizá no puse la dirección correcta.

Una mañana, recibí una carta que decía -¿Qué tal? Yo aquí me lo paso muy bien, aunque te hecho de menos.  

Palabras que resultaban forzadas, ahogadas… Como quien que trata de expresar un sentimiento sin tenerlo claro.

Quería contestarle tantas cosas, que en seguida supe que las palabras no eran suficientes, y decidí enviarle la recopilación de canciones que mejor me hacían sentir, como cuando él escuchaba salsa  y le veía bailar.

Al poco tiempo, él contestó con otra melodía, de la que tengo un recuerdo especial.

Lo bonito de la historia es que pasamos así meses, mostrando lo de dentro, sin echar en falta nada más.

Hasta que un buen día sencillamente dejamos de hacerlo… Quizá fue culpa de la distancia, quizá…fue que debía aprender que en este mundo, ninguno de sus protagonistas, gira, se contornea, o besa según los propósitos del sentimiento.

Aprendí  que de nada sirven las pasiones en la distancia, pues, se van difuminando  para desaparecer, como la vida y la muerte.

Y el calor, la humedad del sexo, la pasión de las velas, de su cera, de los poros, de la respiración, carecen de sentido.

Con los años sólo acabaré como chatarra.

Con suerte me convertiré en un amasijo de recuerdos acurrucado sobre lo que fue la más dulce de las contemplaciones.

Su mirada.

Así que cierro los ojos y duermo, que de nada me servirán esos ojos.

Ese rayo de tormenta brutal, derrumbando el aire negro y brillante de la noche que sostiene mi retina.

Enterrada para siempre en el romper del alba que vive en el iris que escapó en salvaje galopada, expulsado de aquella oscuridad.

Quedando allí los restos de mis recuerdos, de la inocencia vencedora del destino.

Y tiñendo la mirada de la luz del amanecer, fingida de azul por vivir de día.

Desde Tijuana BC, mi rincón existencial. Andrea Guadalupe.


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 

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