sábado, agosto 9

A oscuras, me murmura silencios..................

Tijuana BC Agosto 008.        A oscuras, me murmura silencios……………………

 

 

 

 

La vida es corta, muchas la vamos apreciando en cuanto vamos aumentando el número de años de existencia.

Llegamos al mundo a través de una mujer, quien en su momento lo hizo a través de otra mujer y de esa manera las generaciones van llegando, viviendo, pasando y muriendo.

Crecemos en un mundo donde nos hacen creer que la propiedad de cosas es la base de la felicidad y vivimos a diario queriendo alcanzar esas formas como base para vivir bien hoy y  en el futuro.

Mucha gente se prepara, con carácter, hoy en día, para hacer frente al futuro; y éste suele ser un tanto incierto.

Sorprende que, por el contrario, a menudo no se quiera reflexionar sobre el único dato cierto que tenemos del destino de cada una de nosotras: nuestra duración, que se rechaza o hasta se reniega de ella.

Es indiscutible que si no abrazamos con alegría el hecho de tener que morir, no podemos abrazar con plenitud de alegría nuestra vida que es mortal.

Ser mortal significa que existimos.

En este mundo sólo los que no existen son los que no mueren.

Cada quien puede decir: "He de morir, ¡qué bien!, eso quiere decir que existo".

El derecho a morir con dignidad parece ir adquiriendo cada vez más su modelo en nuestra piedad contemporánea.

A pesar de verse aún repetidamente transgredido, son cada vez más quienes lo afirman como aspecto necesario de todo ser humano.

Sin embargo, conviene profundizar en su exacto significado y hacerlo desde una reflexión que tenga en cuenta las aportaciones de la ciencia.

Aunque los avances científicos hayan conseguido alargar notablemente las esperanzas de vida del promedio de la población, es un hecho aún evidente que todo ser existente es mortal. Podríamos decir que sólo aquellos que no existen, los personajes de ficción, no mueren.

Tal comprobación, por otra parte evidente, de nuestra duración radical, no debe ser menospreciada ni olvidada si queremos tener firmemente las riendas de nuestra vida.

Además, el gozo de vivir tiene su correspondencia  en el gozo de morir.

El ser humano no sería coherente si dijera que se alegra de vivir y no se alegrara igualmente de morir, porque precisamente fundamenta su satisfacción en una existencia que es mortal.

La muerte, además, constituye la prueba más irrebatible de que un día no éramos, que empezamos a ser y que estamos siendo.

Si una insignificancia pudo  poner fin a nuestra fecundación, también una ridiculez puede poner fin a nuestros días.

Ciertamente esta aceptación no es fácil.

Incluso si una puede llegar a aceptar con satisfacción el hecho de ser mortal, lo que más puede costarle es aceptar la muerte de sus seres queridos aunque esa aceptación fluya racionalmente de la primera.

Muchas por circunstancias de la misma vida, no logran alcanzar metas de acuerdo a sus planes y buscan "atajos" para obtener sus ingresos abusivos.

Al final, todo se queda, nada se va con nosotras en el aspecto material.

Lo importante es saber si realmente hoy en vida estamos cumpliendo con buscar el bien y enseñar a las generaciones que continuaran las riendas de los destinos.

La muerte hay que tratarla como una hermana, allí esta cerca, frágil amenaza de la vida, hay que cuidarla y no temerle.

Hay quienes sufren cada vez que viajan en carretera o en avión.

En esos momentos se sienten sumamente frágiles, quebradizos.

El sonido de un reventón de una llanta, un golpe de sueño, un desperfecto en los motores, y cambia toda una existencia, o llega, inesperada, la temida muerte.

Estos temores pueden crear angustias patológicas, solo que bien aprovechados pueden ayudarnos a recordar lo frágil que es la vida humana.

Basta un hueso en la garganta, un golpe de aire frío, un resbalón en la escalera, una teja que se desprenda desde el techo, para que los proyectos más elevados, los sueños más queridos, queden encerrados en un cuerpo que otros miran llenos de compasión y de nostalgia.

Es bueno hacer, con cierta frecuencia, un sencillo, un breve ejercicio: pensar en la muerte, en mi muerte.

Quizá cuando me acuesto, en esos momentos en los que recordamos las aventuras del día o programamos lo que será el mañana, podemos pensar: ¿y si acaso es mi última noche?

No podemos hacer estas reflexiones solas, como si nadie nos amase.

Nuestra vida interesa a tantas personas, algunas que conocemos, otras que nos necesitan y nos esperan sin que quizá nos demos cuenta.

Pensar en la muerte ante los ojos de Dios.

Su mirada, esta noche, es más profunda, más intensa. Me ve. ¿Cómo me siento ante su amor, su misericordia, su respeto?

Me dio la vida sin pedirla, me ha mantenido en ella en esa caída dramática, en esas fiebres desconocidas, en esa curva inesperada que puso a prueba los reflejos.

Me ha dado los años que puedo contar hasta este momento, con las oportunidades de dar, con las invitaciones a servir, con las caricias que me brindó a través de las manos de mis padres, con la ayuda que me ofreció con esa amiga fiel.

El sueño me va cerrando los párpados.

La habitación, a oscuras, me murmura silencios imprevistos.

Tal vez, sobre mi frente, se posarán unos labios para desearme buenas noches.

Todo termina. Si Dios quiere, pronto nos veremos, me dirá lo mucho que me quiso, me abrazará como el Padre que espera a la hija que más de una vez se alejó de casa entristecida.

Quizá todo termine... O quizá, de repente,…………………………….. Inicie un nuevo día.

Dios me da 24 horas para darle gracias y para prepararme a su encuentro.

En honor y respeto para aquellas que partieron hacia el mas allá antes de mi.

  Andrea Guadalupe.



                           Andrea Guadalupe.

                              
                         Tijuana Baja California Norte. Mexico

                   DESDE MI RINCON EXISTENCIAL,

hesa540828@hotmail.com           agluna200@àyahoo.com.mmx
 
 


Relájate por un momento… Checa lo mejor de entretenimiento.

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