Jun.
2013 ¿Pueden creerlo?
Nunca
sé cómo empezar a escribir, sólo que, por favor, aun no se decepcionen de mí
todavía. Hoy sentí la necesidad de explicar mil cosas.
Me
gusta crear ambientes dignos de la escritura: siempre con una taza de café al
alcance, una servilleta por si se me derrama, enciendo velas aromáticas y la lámpara.
Tomo
mi porta minas, me ubico en la hoja nueva de mi libreta vieja, pienso al tiempo
que voy sintiendo y las letras me van llegando de forma automática, como la
soledad al alma triste, como el pensamiento al objeto, como el perdón a los
corazones fuertes.
Y aunque,
la escritura surge por disciplina, también la necesidad por escribir busca un
baile en las yemas de los dedos que se traduce en un hormigueo sobre el papel.
¿Alguna
vez han observado el recorrido de las hormigas juntas cuando van a casa?
Llevan
comida y piedras sobre la espalda, llegan a su destino quitándose todo peso y
vuelven a empezar.
Las
envidio porque sus piedras son más pesadas que ellas mismas y yo a veces no sé
cómo quitarme el dolor de un solo día, creyendo que el pasado son maletas nunca
livianas.
No
se decepcionen de mí todavía, sólo que sentí la necesidad de revelarlo.
Cuando
me ausento, es el momento en que me surgen preguntas urgentes que se clavan en
mi existencia como estacas en carne blanda, roja, viva.
¿Cuándo
es conveniente olvidar?
¿Por
qué nos rasgamos más que la ropa vieja?
¿Cómo
saber si un destino se rompe?
Hoy
vinieron a mi mente sus rostros, sus risas, mi nostalgia bañada de recuerdos, y
he deseado que el cariño que siento por ustedes, me dure más tiempo, que las
velas que se quedan encendidas, cuando yo termino de escribir.
Por
favor, no se decepcionen de mí aun.
Hoy,
le intenté vender mi alma al Diablo y no la quiso, me dijo que el precio era
demasiado alto, por lo que, supongo yo, hasta en el infierno existen jerarquías.
Si
se le hace más fácil, ponga mi alma en formol y enciérrela en una cripta
helada.
Esto
a causa de mi sediento nomadismo, y disculpe, usted me enseñó a ser así.
Tu
alma está rota como tus alas y es tibia como tu carne.
Vete
a otro infierno, nómada impropia, porque en este yo no te quiero.
Y
ahí estaba yo, ofreciendo un alma que ni el mismo diablo quería.
El
precio era accesible: un cuarto de 20 X 20 metros tapizado de latas de café tostado
y diversos molidos, un jardín de rosas fragantes, helechos y con un fondo de
lujuriosos pastos verdes.
Una
cafetera roja de cristal, una mujer que sea todas las mujeres, una copia
fidedigna del Hombre de Vitrubio, aquella figura humana, de la cual Leonardo Da
Vinci dijo: las medidas del cuerpo están distribuidas por la naturaleza de la
manera siguiente: cuatro dedos hacen un palmo; cuatro palmos hacen un pie; seis
palmos hacen un codo; cuatro codos hacen la altura de un hombre; cuatro codos
hacen un paso, y veinticuatro palmos hacen un hombre.
Deseo
salir de dudas y entender de una vez por todas, el dilema del sistema que se utilizó:
el sistema fraccionario, o, el número
áureo como comúnmente se cree.
La
cinta de: Un perro andaluz, la película más significativa del cine surrealista,
para disfrutar a mi antojo de un proceso de sueños encadenados.
12
charlas con Freud, un colchón matrimonial, con un juego de sábanas de seda rojo
y otro negro.
Una
memoria más grande para mis recuerdos, una pila de libros existencialistas, una
antología de la mitología griega, un estante repleto de literatura latinoamericana
y textos de Edgar Allan Poe así como de Kafka.
Portaminas,
paquetes de minas y mucho papel para escribir.
No
se haga usted el difícil, señor Diablo.
¿Qué
no le he servido lo suficiente hiriendo de muerte a quienes me han querido, con
el veneno de los pedazos de mi corazón, siendo una nómada perfecta?
Te ofrezco la mitad de todo lo que me has
pedido.
¿Tres
cuartas partes?
Y ahí estaba yo, regateando mi alma al único
postor.
De
hecho firme con mi sangre y entré en la
jaula con mi libertad a tres cuartos y un frío entero.
Sólo
encontré una hornilla, y en ella, una cafetera vieja que al lado, tenía varios
frascos de café instantáneo, se me salían los pies del colchón, faltaba Borges,
Cesar Vallejo, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Antoine de Saint Exupéry, Herman
Hesse y Aldous Huxley, el génesis bíblico, Afrodita, el cuarto de memoria donde
puse todo lo que faltaba.
Y ahí la cuchilla se me ha quedado clavada
perforándome el ojo para recordarme: El perro andaluz.
Desde
Tijuana BC, mi rincón existencial, donde, ¿Pueden creerlo?, pienso demandar al
Diablo, con la Dra. Polo, en: Caso Cerrado.
Andrea
Guadalupe.