domingo, febrero 6

Sólo soy una loca soñadora.


Febrero 2011.         Sólo soy una loca soñadora.

 

Por mucho que tú mires al Atlántico y yo al Pacífico, los océanos nos unen.

La sociedad humana es una organización, un acuerdo de subsistencia con reglas y jerarquías, en el cual la solidaridad y la tolerancia son los fundamentos que garantizan la existencia mutua.

La Política intenta evitar la coexistencia agresiva entre quienes somos "diferentes", extinguir el conflicto de particularidades encontradas y superar la divergencia de las inclinaciones a través del argumento  y el sustento de la razón, determinando así sus normas, sus reglas y sus leyes.

Si el hombre se guía más por el ciego deseo que por la razón, como decía el filósofo B Spinoza, entonces reconoceremos en esto que los seres humanos  somos enemigos por naturaleza.

No se fijen que yo tengo el cabello largo, entre cano y que mi identidad genérica sea femenina,  no se fijen en la tristeza de mi mirada, sucede que  sólo soy una loca soñadora.

Todos los seres buscamos el calor común para ayudarnos a sobrevivir y, desde ahí,  desde ese lugar seguro y a veces confortable, descansar las alas y reposar la mirada mientras soñamos las rutas plácidas o inconvenientes y la imprecisión nos es  gratuita de nuestra idea de "porvenir".

 Los seres humanos, como los coloridos ramos de aves desprendidos del tronco del cielo, volamos con un propósito de subsistencia y desarrollo, de paz armónica y resguardo tribal, grupal o familiar.

Si el ser humano sin el ser humano muere de hambre espiritual, la humanidad no tomaría ninguna ruta sin la esperanza de paz que trama el sueño de libertad de  existir como  ser.

La locura no incita sino a la hostilidad, la sociedad teme de quienes no actuamos como los demás, el rebaño humano siente el peligro que representamos toda oveja negra, quienes nos inconformamos o descarriamos de las normas establecidas.

En BC, a mediados del siglo XX, a quienes se les catalogaban como trastornados, se les mandaba al campo Alaska, a la casa de piedra en las alturas heladas de la Rumorosa, para una especie de destierro en sus respectivas poblaciones cuyo propósito oculto era deshacerse de sus presencias.

Era una limpia social que mostraba los prejuicios de la sociedad, una prueba contundente de que los ciudadanos ejemplares no querían ser confrontados con el otro, y qué mejor solución que abandonarles donde se les mantuviera lejos de la vergüenza ajena,

Y el campo Alaska, como todos los manicomios, era un campo de concentración para los enfermos mentales abandonados a su suerte.  

Quienes caían en esas instituciones, debían padecer abusos y torturas, donde se les trataba peor que a los peores criminales.

Y eso que eran ciudadanos mexicanos con los mismos derechos de todos.

Aunque la locura para una sociedad como la nuestra, puede considerarse el peor delito, el crimen mayor porque atenta contra la cordura establecida.

Por eso me alegra que en pleno siglo XXI, que locos y locas como yo andemos desde reinos imaginarios, caminando por las calles sin rumbo fijo.

Se olvidan que nuestra presencia es un recordatorio de que somos humanos por nuestras carencias y fallas, por nuestra doliente y diferente humanidad con sueños imposibles y quimeras felices.  

 

En una esquina vieja de la localidad donde laboro,  alguna vez hubo arenales y lagunas, donde también se reunían en arroyos las aguas dulces de la lluvia  con el mar que en quietud formaba estancias para aves y arbustos efímeros, veo a una mujer.

Ahí donde el sitio  robó el territorio al fondeadero para construir posadas temporales para  dar albergue a los habitantes nocturnos del puerto nuevo y conformar lentamente una región habitada en la penumbra entre humo y neblina, entre sudor y sal.

Las casas de madera pensadas en principio como habitaciones pasajeras para después dar lugar a un comercio aceptable más allá de las dos calles que conformaban su territorio, fueron el sitio de distracción para el pescador y el marino visitante y para cualquier otro asistente en  búsqueda de una plática ocasional, un trago en compañía sin nombres ni apellidos y de amores sin huella.

Tal vez una joven llegada del interior del país, expulsada por su familia tras haber pasado una noche con el novio prohibido, encontró trabajo en la cocina de una fonda del barrio, con eso tal vez, logró pagar el cuarto rentado de un hotelito de seis habitaciones.

Es posible que mirándola hacendosa y  atractiva la invitaron a trabajar de noche en la recepción del lugar donde también funcionaba una disimulada cantina.

La soledad la llevó a compartir sus horas y su cariño con algún viajante y tal vez con otro y otro.

Las noches se conllevaron con ron y whiskey cambiándose pronto en complementos constantes en las trasnochadas de trabajo, en los momentos vacíos y en las horas con compañía.

Una vez quizá llevada por algún momento de enojo y pasión se perdió en alguna calle oscura donde fue atropellada por un vehículo de carga.

Fue por eso, después de un largo periodo de padecimientos que perdió su pierna derecha a la altura de la rodilla.

En esos días de dolor y tristeza con la ayuda de un amigo mesero, sobrellevó su pena con bebidas y quizá con algo más.

Limitada, sin familia y bebedora estuvo trabajando en la cocina del mismo lugar en el que empezó cuando llegó, hasta el día en que su estado le impidió ser útil para cualquier empleo.

Ahora, en una esquina que alguna vez lució letreros de neón rojos, reposa una mujer vieja, adicta, inválida.

Habla sola y derrama molesta el contenido de una soda que alguien le regala.

Sucia, lastimada, frente a una puerta que se sostiene sola sin paredes, y lleva a un conjunto de pisos de cemento donde alguna vez la mujer bailó, vive sin nombre ella que por las tardes acepta un café y un pan dulce.

No sé su nombre, nadie lo recuerda.

Dicen que ella vivía en esa esquina, en un cuarto del fondo.

Me veo en el espejo;  y solo encuentro tristeza acumulada

Tengo también las piernas más delgadas y la ilusión ausente…

Ver el final del día es siempre triste, domino la angustia, recupero  en parte el sentido de ser

Y antes de imaginarlo, mucho antes, me quedo con un sabor a óxido en el alma corroída hoy  por el plan secreto: el de la tregua, el perdón o del encuentro.

Ya en el descanso, siempre inmerecido, no he aprovechado el día, renuevo la esperanza de mañana.

Abriré las ventanas, veré las flores, aunque primero extenderé los brazos, seré así  sólo mía desde el crepúsculo matutino.

Un nuevo día es para mí, el inicio de la vida que marca irremediablemente un principio personal.

Esto viene a carecer de importancia, es solamente una referencia al sitio en el que me coloco  al hacer el recuento de mi vida.

Los ciclos de la tierra también parecieran guardar este comportamiento.

Al amanecer, voy y vengo con la memoria renovada y en ello busco la referencia vital que ubique eventos significativos que confirmen mi lugar en el mundo, en mi historia.

Lo pasado solamente adquiere sentido cuando lo recuerdo y en ese acto instalo en el presente valores e impulsos para rescatar el sentido del camino por recorrer.

La memoria es el instrumento más eficiente para validar mis palabras y al revés, mis palabras dan validez a los recuerdos.

Ya sea que lo diga o solamente lo recuerde, las personas que han pasado por mi existencia y a quienes me atan sentimientos de afecto, viven cada vez que la nostalgia los hace presente, sea porque generen sentimientos positivos o porque la melancolía me remita a momentos ingratos, los pensamientos con que les reconstruyo, les revive de nuevo.

La memoria se activa y reconstruye hechos y condiciones destacados en que los hechos tuvieron origen.

Hechos que invitan a  recordar de manera inevitable una revisión y una reflexión hacia atrás y hacia delante en la historia, y  un cuestionamiento serio, urgente y hasta doloroso acerca de mi pequeña historia personal insertada en este contexto.

La inclinación hacia la escritura me lleva a recordar entre paisajes, colores y melodías una realidad que se repite o que es necesario volver a decir y también me obliga a llorar y anhelar los bríos juveniles y la ensoñación suficiente para inventar nuevos espacios de libertad, seguridad, justicia y bienestar.

Ya lo dije al principio, sólo soy una loca soñadora.

Desde BC, mi rincón existencial, donde vivir es fascinante, es una especie de ruleta rusa, una carrera llena de adrenalina, es como tener la vaga sensación de que hoy puede ser mi ultimo día. Andrea Guadalupe. 

                                             



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