Febrero 2014. Principio y epílogo.
Esa escritora
colecciona historias, al principio fue diversión y oscuro placer
sadomasoquista, que no es lo mismo, sólo que es igual.
Al principio fue
inercia: un dolor acá, una lagrima allá, hasta que lo sutil pesó, y la costumbre
fue obsesión.
Esa escritora,
tiene el hábito de perder, porque de cada romance fracasado recoge retazos para
guardar, algunos están en su refrigerador: fotografías siempre en blanco y
negro o imanes que se rompieron solos de tanta atracción, y en su mesa de
trabajo: cartas, recados, dedicatorias, manchas.
Colecciona
nombres mentalmente, hace fichas y las recita, como citas bíblicas, en el baño,
tiene una pequeña instalación y ahí,
entre los azulejos, guarda los cepillos de dientes de quienes pasaron, y
una etiqueta por cada propietario, con una fecha de referencia y un signo de
bien o mal.
Ella sabe bien,
que acumular no es tener, que las ruinas no son historias, y llena la casa de
ornamentos, porque, sabiéndose tan sola, le aterra la indiferencia.
También,
colecciona canciones que ha dedicado y juega a nunca dedicar dos veces la
misma, su voz, es un cementerio, y sus letras, notas quemantes, en eso, es
infalible.
Esa escritora,
colecciona ayeres embalsamados, futuros pasados que no transcurrieron, pedazos
huérfanos del nunca jamás.
Hay voces, que
expresan que no vive, otras, dicen que los ojos sólo le funcionan cuando mira
hacia atrás.
Aunque también,
hay quien aspira a ser un trozo de papel junto a su pasta dental.
Esa escritora, no
confunde recuerdos, aunque, a veces no sabe bajo qué etiqueta extravió la
noche, el crepúsculo del amanecer, la risa, y la realidad.
Porque desconoce
que escribir no es una salida, es una trampa.
Desde Tijuana BC,
lugar donde sobrellevo una maldición literaria: principio y epílogo.
Andrea Guadalupe.
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