domingo, enero 11

No es facácil justificar............


 

Tijuana BC En 009.     No es fácil justificar…………….

 

 

Tarde o temprano una se arrepiente de las decisiones que se toman a los 20 años.

Períodos más tarde nos encontramos prisioneras de decisiones tomadas por una persona joven que,  si bien respondía a nuestro propio nombre, apenas  podemos reconocer en la distancia.

Todos los errores posibles se practican a edad temprana.

Yo deseaba estudiar filosofía y  letras,  porque tenía el presentimiento de que allí encontraría respuestas a preguntas que me intrigaban casi desde la cuna

Y si en lugar de filosofía cursé estudios un Instituto Tecnológico, fue porque jamás he sido de firmes convicciones, mucho menos en ese entonces, que me hallaba sujeta a los propósitos de un padre autoritario.

 Siempre fui así: mis principios vacilaban apenas alguien los debatía.

Podía decir: éstos son mis principios, ¿le disgustan? No se preocupe: tengo otros.

Una se pasa la vida pensando en el futuro sin ser consciente de que el futuro llegó hace unas semanas sin anunciarse ni pedir permiso.

Todavía me sorprende que pueda yo hablar de mí pasado con tanta tranquilidad si apenas unos años atrás era yo misma ese pasado.

En ese tiempo tuve un amor a quien amaba como sólo puede hacerlo una estúpida.

Si  me haya sugerido matar, lo habría hecho sin preguntar razones.

Desde entonces mantengo una seria, constante desconfianza frente al amor.

Fue en compañía de ese primer cariño que comencé a leer libros en forma.

Tomada de su mano recorríamos las librerías en busca de títulos sugestivos o de autores que nuestra desabrida cultura fuera capaz de reconocer.

Cuando después de algunos años sobrevino  época de los caminos divididos y mas tarde la muerte física,  nos vimos en la necesidad a tomar decisiones con respecto a nuestro patrimonio.

Lo más noble que hace un hombre inteligente es renunciar a todo lo que tiene.

Nada le hace más ordinario que reclamar en voz alta un pedazo de tierra, una propiedad. Una tarde, que hoy recuerdo apenas en sus detalles, nos reunimos  para discutir el futuro de nuestros bienes.

Mi desafortunado amor, me comunicó aquella tarde con un aplomo insólito que podía quedarme con los libros porque después de todo yo iba a ser escritora.

Me dijo que aunque me amaba podría vivir sin mí.

Yo, en cambio, como una rata codiciosa, guardé silencio, acepté su renuncia sin concederle nada.

Con una visión primitiva de tan perfecta, anticipó que sería escritora y necesitaría los libros y borradores, pues en la casa de mi padre no había más que enciclopedias compradas en abonos,  y novelas de vaqueros, Marcial La fuente Estefanía, en su máximo esplendor que mi padre compraba religiosamente cada semana.

Yo guardo infelices remordimientos por haber aceptado la separación, con una actitud tan digamos tan eficiente: ¿una futura escritora? Más bien una jodida aporrea teclas sin ningún asomo de clase.

Y, sin embargo, tarde o temprano se aprenden algunas cosas. De entre los pocos principios que aún guardo, hay uno que parece incomodarle a la mayoría y cuya elaboración no requiere gran habilidad ni mayor sensibilidad.

Es un principio de supervivencia tan sencillo que parece un refrán popular: jamás hay que respetar al público, sea cual sea su personalidad; y aunque la segunda parte del manifestó parece radical y raro no encuentro suficientes razones para no tomarlo en consideración.

El público es lo último en quien se debe pensar.

Naturalmente, no es fácil de justificar.

Quien respeta al público tiene algo de esclava, o de abonera, o de indigna, y nada ni nadie se lo va a quitar por muy famosa, o reconocida, que sea.

Quiero decir que sentir respeto por la opinión o gusto del público coloca muy por debajo del arte.

Me pregunto: ¿Por qué razón tendría que esforzarme para publicar periódicamente?  Escribo y publico cuando se me da la gana, y si no soy muy leída no tiene absolutamente importancia,  y si el público se aparta porque está acostumbrado a que lo complazcan como a un glotón tampoco tiene la mayor relevancia.

 

Y esa vanidad tan normal en un escritor maldito es una enfermedad mortal, es el virus que hace tan endeble como a cualquiera que vende por necesidad.

Es mejor pensar que nadie te lee.

Al público se le ignora, al público no se le respeta porque de lo contrario una lo pierde todo.

Tan simple como eso.

No se trata de una teoría sino de un modesto principio para vivir tranquila.

 

Me sucede que cuando un lector me conoce personalmente tiendo siempre a decepcionarlo.

En el fondo piensan que debo representar una farsa.

Se quedan mirándome, esperando que diga algo a la altura de sus expectativas.

Me gustaría decirles que prefiero quedarme callada, lejana, esperando que pase la tormenta y pueda yo continuar mi camino.   Andrea Guadalupe.

 

 


                                              Andrea Guadalupe.

                Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos  
                                            sumergidos en una busqueda natural.

                   Desde mi rincón existencial, donde el  sol nace al poniente.      

 
 




Almacena y comparte tu vida digital en los 25GB que te da SkyDrive.

No hay comentarios.: