Jul. 2013. Una vida
sin sueños.
Nada era lo que parecía, nada, y lo que era peor, ahora
sabía que no poseía la clave para descifrar la verdadera esencia de las cosas.
Había descubierto que toda su vida había estado equivocada y
no se había dado cuenta hasta esa misma tarde, la verdad la había asaltado con
la crudeza de lo impensado y le había encajado una herida mortal.
Había muerto, y nadie parecía haberlo advertido, con una
sonrisa en los labios, su corazón y su alma se habían partido en dos, y con una
sonrisa en los labios, había tenido que sostener su cuerpo que se desmoronaba.
En medio de las bienvenidas, de las despedidas, de las risas
y los lloriqueos, sobre el frío suelo, apenas recordaba nada.
¿Cómo podía recordar, si estaba muerta?
Porque tenía que estar muerta, no había otra explicación a
la ausencia de dolor, no sentía absolutamente nada, ni angustia, ni celos, ni
tristeza.
Tan sólo pensaba que nada era lo que parecía, podía apreciar
un mundo que sólo tenía existencia real en su pensamiento, podía ver, oír,
tocar, oler, aunque, todo era un truco de su imaginación, el verdadero mundo,
el que los demás parecían distinguir, se escapaba a su conocimiento.
Su percepción la había traicionado y se había quedado sola, abandonada
en medio de un mundo extraño, ajeno, frío y desconocido, ahora lo sabía, como
siempre, demasiado tarde.
Miró por la ventana, seguía lloviznando y algunas gotas de
agua se adherían al cristal por algún
principio de la naturaleza que unía amorosamente el agua y el vidrio en
una ceremonia de encuentro entre el frío y el calor.
Dejó deslizar la mirada a través de ellas y comprobó que
todo lo que observaba, la calle, los edificios, los árboles, se distorsionaba
ante sus ojos, eran, otra ilusión, otro sueño.
Su propio mundo también estaba distorsionado y las emociones
y situaciones se habían curvado y deformado hasta formar una maraña de
recuerdos vacíos y sin sentido, absurdamente retenidos en su memoria.
¿Cuál era la visión verdadera?
¿La carretera combada de manera infinita?, o ¿el cuadriculado
mundo donde todo estaba colocado donde debía estarlo?
Apartó las gotas con una mano y miró hacia la calle, los
árboles habían dejado de estar verdes, algunos ya habían comenzado a perder sus
hojas., indicio de que llegaba el momento en que ya no tendrían que esforzarse
por respirar, ni por crecer, sólo tendrían que descansar en un dulce letargo, para
cuando llegue el invierno, y les encuentre desnudos y secos.
Parecerán muertos; aunque no, no como ella, que creía estar
viva y estaba muerta.
¡Qué engaño tan finamente entretejido! Podía vivir toda una
vida sin notar la trampa y morirse con la certeza de que poseía la luz del
conocimiento.
Miraba hacia fuera, hacia el exterior de las cosas, porque
no quería mirar hacia el interior, su mundo interior, cristalizado y frágil, que
se había quebrado con su llegada, con la llegada del ser que amaba.
Desde que su pareja se había marchado, buscando un horizonte
difuso y neblinoso, había estado anhelando su regreso día tras día.
Noche tras noche soñaba que había vuelto, o que nunca se
había ido, sueños llenos de ternura, bañados en la dulzura incomparable de un
amor que no había tenido tiempo de florecer y que había permanecido latente,
sueños inflamados de pasión en los que por fin se entregaban y derretían la
barrera del miedo, porque siempre habían tenido miedo a dar el primer paso en
la búsqueda del amor genuino, miedo a la desilusión, miedo al fracaso, miedo a
perder la libertad, miedo a decepcionar al otro, miedo a mostrar la cara oculta
de sus lunas interiores.
Recordaba cómo una noche, en medio de la multitud que
abarrotaba calles, se habían encontrado y se había acercado a ella, con una
anhelante y bella sonrisa.
Ella había sentido sus hombros, su pecho, sus caderas, sus
muslos en una cercanía casi dolorosa, y sus labios, sus labios sobre su oído,
susurrándole con aquella voz que quería
dormir con ella.
¡Cómo se había derretido al oír aquel susurro pronunciado
como si fuera un deseo largamente ahogado!
El corazón acelerado, la respiración jadeante, su cabello, tan cerca, rozándole
el rostro... Deseaba responder, deseaba hacer algún movimiento que demostrara
su mismo anhelo, y no pudo, el miedo la dejó paralizada, rígida, helada en el
interior de un volcán, ella, que deseaba dejar fluir su cuerpo derretido, que
deseaba dejarse llevar por el torbellino que la devoraba, sintió pánico y sólo
mostró su helada coraza.
Su intenso deseo la atemorizó y salió huyendo, después, sólo
pudo soñar para saciar el hambre de su presencia y recordar cada pequeño
instante que habían compartido y que atesoraba en su memoria como perlas del
pasado.
Había anhelado tanto su regreso... Le había imaginado, le
había soñado de mil formas diferentes, había modelado la misma escena con los
dedos de su pensamiento cuando las barreras del miedo desaparecían y era capaz
de aceptar el amor con una intensidad casi hiriente, cuando las cadenas de sus
defensas cedían y dejaban de lastimar su hermético corazón, cuando su mente era
liberada y podía navegar en el mar del sueño.
Entonces, volvía de su exilio, libre de los temores que
habían ahogado sus deseos, y en su reencuentro no existía más que un beso, el
beso que nunca se habían dado, el beso que uniría sus vidas más profundamente
que cualquier lazo.
Un beso, mudo, que diría todo lo que no se habían dicho
antes, un beso de vida con el que moriría, por fin, el miedo.
Así debería haber sido... si su visión del mundo hubiera
sido cierta, si su intuición hubiera sido certera, así debería haber sido, y no
como ocurrió, fue suficiente mirarle a los ojos buscando el reflejo de su
anhelo; porque en ellos estaba la verdad que había sido incapaz de confesar, en
sus ojos, que no podían sostener su mirada curiosa, ella leyó las líneas
mortíferas y envenenadas, en ellos encontró la solución al enigma del que no
había querido tener consciencia.
Había olvidado todo, había enterrado su amor y su miedo hacia
ella bajo la losa del olvido, nada tenía significado porque había entregado su
amor a alguien que no era ella.
Ella lo supo con mirar a sus ojos y en ese instante se
rompió en pedazos y murió.
El resto únicamente confirmó su muerte, el frío abrazo, todo
el dolor concentrado en ese fragmento de tiempo contenido y después... nada.
Vacío de sensaciones, ausencia de sentimientos.
Se había quebrado el espejo de los sueños y éstos se habían
volatilizado, dispersándose en el aire inmóvil de una tarde de verano.
Por eso estaba muerta.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde descubro que,
una vida sin sueños, es la muerte.
Andrea Guadalupe.
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