Jul. 014. La sensación de estar en un horno…
Hoy descubrí que el calor
con su manto, hace largos los caminos para llegar a cualquier parte, pues he
pedido acelerar su paso al tiempo y recostarme a la sombra de la tarde para
entrecerrar los ojos y negar a quienes desconocen el viento ardiente y al sol
que ya dejo caer todo su peso sobre mis hombros, sobre la ropa que calcina y el
tablero de mi pick up.
Recorro la ciudad con el
hartazgo de los semáforos que marcan el alto para nadie.
La calle me habla con su
rostro hecho de anuncios y sonrisas tan blancas, que me hacen pensar en el
papel, y creo que hoy, podría escribir las horas más calurosas de mi vida.
Sin saber por qué, me
deslizo por calles desconocidas, como queriendo ver otros rostros y no ese
paisaje de casas a medio pintar.
Encuentro chiquillos persiguiéndose
con la promesa de no crecer antes de tiempo.
Quiero creer que sólo por
esta hora, así será y que un día, regresaremos a esa época en la que jugar, era
nuestro único deber.
El sudor me recorre la
espalda, el calor hace del tráfico un hervidero de latas que se atraviesan una
frente a otra.
Las sardinas, dentro de
las calafia, el transporte público, pegan los ojos a las ventanillas en busca
de un océano más despejado.
No existe el aire en
estos bulevares ardiendo, es una recta de silencio, de desesperación, tratando
de recordar el sabor de un café helado.
Ahora estoy en una
esquina, esperando a que cruce esa persona en silla de ruedas.
Mi cuerpo, que tiene la sensación
de estar en un horno, no piensa siquiera en el contacto de otra piel, es más, le
causa repulsión imaginar el olor que deja un día en este desierto, extrañando
los momentos bajo la regadera.
La fuerte luz del sol,
revela mi verdadero rostro, las cicatrices, las arrugas, las manchas como
señales de los caminos por los que he transitado, los brazos rostizados por la
inclemencia del calor.
Conducir por las calles reventadas, hace que vea como
me asemejo a ellas, soy parte de las arterias contaminadas, con las vías rápidas
del sofocamiento.
Entro a las avenidas, con
la esperanza de ser derretida por el bochorno del pavimento, mientras la gente
se desplaza nerviosa.
Sé que al conducir con el
sol sobre mi espalda, es mil veces mejor cuando me enfilo con rumbo al remanso
de mi rincón existencial, lugar donde las letras me llevan a una isla invernal.
Desde Tijuana BC,
frontera que es principio de mi identidad.
Andrea Guadalupe.